Alicia Sánchez-Camacho declaró el día de la Diada que Cataluña lleva quinientos años siendo parte de España y que lo seguirá siendo “mil años más”. Dejando de lado si Cataluña forma parte de España desde los Reyes Católicos o desde Felipe V, llama la atención, por un lado, la capacidad profética de la líder del PP y, por otro, el número. ¿Se refiere Sánchez Camacho a que a partir del 11 de setiembre de 3013 Cataluña ya no formará parte de España? No sería extraño, puesto que por el momento son raros los casos en la historia de un país que dure mil años (aunque quien se lleva la palma es Esperanza Aguirre, cuando aseguró que España tenía “tres mil” años de historia. No, hombre, no: muchos más: “Los dinosaurios españoles…”). Pero me temo que Sánchez Camacho no se refería específicamente a mil años, sino que simplemente estaba haciendo una exageración, o lo que Victor Klemperer llamaba el “superlativo americano”. Decir “mil años” es como decir “siempre, eternamente”. Hitler no se cansó de profetizar que el III Reich iba a durar mil años. Pobre chico. La cuestión no es la exactitud del número, al contrario, se trata de rebasar el número racional y el pensamiento racional para entrar en un ámbito donde sólo se puede creer unidimensionalmente. Rajoy, por su parte, aseguró que los lazos entre Cataluña y España nos han unido durante “toda” la historia. Eso parece bastante tiempo, pero casaría con una hipotética hermandad de amebas hispano-catalanas. Más que nada quiere transmitir la idea de que no puede ser de otra forma. Si durante toda la historia ha sido así, ¿cómo iba a cambiar? Felipe González, en la misma línea, afirmó que la independencia de Cataluña es “imposible”: podría haber dicho muy improbable, extremadamente complicada, poco recomendable… pero, ¿imposible? No lo dijo por casualidad, eso está claro. Otro ejemplo de superlativo americano fue la cruzada de Bush hijo contra el terrorismo después del 11-S. Bush no quería justicia. Eso sabe a poco y está muy manido. Bush quería “justicia infinita”. ¿Por qué estas ansias de absolutos? Son palabras dignas de un predicador que se propone instaurar la política de la ilusión o, mejor dicho, la ilusión de la política. Y es que, precisamente, lo que quieren esta casta no son ciudadanos, sino súbditos y fieles, idiotas con una fe ciega en sus delirios de grandeza para que puedan manipularlos con el maniqueísmo habitual.