Esa noche, mientras bajaba la basura con la mano grasienta, un paquete de champú medio saliendo de la bolsa y restos de galleta brillando por todo el jersey, no imaginaba que me estaba subiendo al Delorean.

Abro la puerta y una chica con botella y piti en mano se levanta de un trago del portal. Me mira a mí, mira mi bolsa de basura, mira arriba, a mi ventana con luz. Su cara es la de quien acaba de descubrir una entrada secreta a otro mundo: “Vive alguien aquí, este escalón no sirve sólo para sentarme mientras me emborracho”. Se las veía un poco asustadas, a ella y a la amiga apoyada en la pared. Pero no tanto como yo. Yo estaba aterrorizada. Acababa de encontrarme conmigo misma hace un par de años.

Pantalón corto en abril, camiseta comprada esa tarde en alguna tienda Inditex de Portal de l’Àngel. Facebook lleno de fotos con filtro-rosado-de-Barcelona-a-las-ocho. Terminará la noche hablando con alguien vestido de cisne con sombrero mexicano en los bunkers del Carmel.
Tendría tanto que decirles. Cómo me mudé a Barcelona tras una despedida de soltera de la que salí convencida de que todos esos hombres con latas de cerveza en la mano llamaban a Teresa Bir. Y cómo todo ha cambiado desde entonces.

Desde que vivo en uno de esos rinconcitos de postal de Ciutat Vella, me lo pienso dos veces antes de llevar conmigo más de lo que necesito. No porque pese, sino porque con dos o tres centímetros más puede que no quepa por algunas calles. El otro día tuve que cortar una baguete por la mitad para poder pasar por una calle donde 27 chicas vestidas de sevillanas cantaban “Like a Virgin”. Tengo también un almacén de decenas de T-10 que compré el único día que no había cola en mi parada de metro. (Sí, es Liceo).

Claro que a la Teresa que tenía delante nada de esto le parecería importante, ni esto, ni el precio de la lata de atún en el Carrefour de la Rambla. Por tanto le sonreí y ella se quedó mirándome hasta que dejé la bolsa de basura a 5 metros de una pareja que comía paella. Cuando me alejaba pude escuchar el sonido de una foto con el móvil. Alguien había hecho una foto a la bolsa. Yo hubiera hecho lo mismo. Cómo puede alguien atreverse a dejar los restos de su día a día en una plaza de una ciudad de postal. Teresa y su amiga me esperan de nuevo en la puerta con una mirada amenazadora: quieren que vuelva a casa para sentarse de nuevo en mi portal.