Un tipo aragonés me está tocando las narices con aquella famosa y desafortunada frase de don Pío Baroja, “El nacionalismo se cura viajando”. Y para acabar de fastidiar, añade, “¡Viajáis poco!”.

El otro día tuvo la desfachatez de recordarme que los catalanes pertenecimos a la Corona de Aragón, ¡ni que estuviésemos en la Edad Media!
—Además, no contentos con segregaros del tronco matriz ―continúa― nos habéis robado murales románicos, objetos de culto e imágenes religiosas.
—¡Ah! —digo—, ¿eres religioso?
—Ateo, gracias a Dios, ¡pero el que me toque a la Virgen del Pilar…!
—¿Nos estás llamando ladrones?
—Ni llamo ni dejo de llamar. Para ladrones, los ingleses: hay más momias y sarcófagos en el Museo Británico que en Egipto. Los catalanes no tenéis ese nivel.
—Pues, si te merecemos tan pobre opinión, ¿por qué no te vuelves a Zaragoza?
—Porque soy barcelonés ―afirma el tipo―, mi abuelo era el zaragozano, se vino a Barcelona en el año 25, para trabajar en la construcción de la línea 1 del metro. Si no hubiese sido por él y otros paisanos, ni metro tendríais, los de aquí.
—Algo tendremos en común —rebajo la tensión con un hábil quiebro dialéctico—, seguramente eres del Barça.
—De toda la vida, aunque no me gusta la nueva camiseta, esa con las cuatro barras y la palabra Qatar en la pechera.
Le contesto que en eso de la camiseta estamos de acuerdo. Si Qatar fuese un pueblo de Tarragona, por poner un ejemplo, habría una justificación patriótica. Pero, Qatar, ese país donde no hay sindicatos ni salario mínimo, ni hablan catalán…
—¿Qué opinas del once de septiembre? ―pregunto, por preguntar algo de actualidad.
—No sé, sin Valdés ni Puyol, Leo en baja forma… A ver qué hace Luis Enrique.
—Volviendo al tema de la Corona de Aragón ―paso al ataque―, ¿no sería mejor que Aragón fuese parte “dels Països Catalans”?
El tipo queda un poco sorprendido, hace como que piensa y al cabo exclama:
—¡Vaya tontería! —Y berrea una jota—: “¡La Virgen del Pilar diceeee que no quiere ser francesaaaa, que quiere ser capitanaaaa de la troparagonesaaaaa!”.
Me mosqueo, le doy un empujón, me da una patada en la espinilla, aparece la Guardia Urbana…

Así empiezan las guerras,
en verano mejor que sea fría.

Le digo que cuando tengamos ejército propio invadiremos Teruel. Él pronostica la destrucción de Barcelona. Le aseguro que reconstruiremos la nueva Barcelona en Collserola. Las ruinas de la anterior permanecerán tal cual la dejaron los bombardeos, como Belchite, para que las futuras generaciones recuerden nuestro pasado esplendor, cuando fuimos héroes.

Me retracto: no había caído en que Collserola es parque natural. ¿Deberíamos hacer una gran isla artificial en la desembocadura del Llobregat y edificar allí Nova Barcelona?
Mientras discutimos, los Mozos de Escuadra protegen la Filmoteca Nacional de Cataluña. En la acera de enfrente pululan, al acecho, mujeres africanas o del este de Europa. ¿Qué tendrán que ver ellas, que tanto han viajado, con Barcelona, Cataluña, España, Europa o Aragón?