Una se siente tan de carne y pelos. Tan vulgarmente humana. Tan calor, tráfico y huevos de gallinas tristes por 1,20 euros. Quizá no sea tan buena idea, después de todo, meterse en el Consum al salir del CCCB. Pero nadie te lo va a decir. Tras visitar la exposición Björk Digital una debe renunciar a lo mundano por unas horas. Pasar una cuarentena psicotrópica en el restaurante Enigma. Visitar un fiordo. Levitar, tal vez.

La última vez que tuve una sensación parecida fue al salir de David Bowie Is, la exposición sobre la carrera del artista británico que acoge el Museo del Diseño. Ambas, salvando las grandes distancias conceptuales (la de ella, es un experimento audiovisual diseñado por la propia artista, que ensaya con la tecnología VR; el de él, un recorrido fetichista por toda su biografía), comparten algo fundamental a nivel formal. Así que, aun queriendo hablar de tocar el futuro con las manos enfundadas en un joystick, de diosas alienígenas abalanzándose sobre ti, de un espacio sonoro diseñado a medida de una canción o de cine en 360º, no lo voy a hacer. “¡Ya quisiera yo hablar de un mundo diferente!”, que diría Sílvia Tomàs.

Por alguna razón, los equipamientos culturales en cuestión han decidido reservar el plato fuerte de su programación estival a propuestas de importación que enaltecen las carreras de estas estrellas consagradas —ya revolucionadas, ya asimiladas—, que celebran acríticamente las tecnologías que las hace posible. Una inversión rentable en términos económicos, no tanto a nivel de innovación y progreso sociocultural, objetivo que una servidora presupone en las instituciones públicas. ¿Pero, a quién se dirigen estas exposiciones dignas del Hard Rock Café (en el caso de Björk, uno muy futurista, claro)? El entretenimiento familiar está asegurado, pero solo para quien pueda pagar el coste quintuplicado de las entradas, respecto al habitual. Gentrificación cultural y alimento efímero para el espíritu que no queda claro a quién beneficia. Claro, aquí os dejo la definición de realidad virtual, se me ocurre que podría aclarar algo sobre estas prácticas culturales: “Ciencia cuyo fin es producir una apariencia de realidad que permita al usuario tener la sensación de estar presente en ella”.