Hace algunos años, en los inicios de la proliferación de chinolos —término acuñado entre birra y birra por nuestra amiga Nadia y que hace referencia a los bares conocidos como “manolo” que han caído en manos de los chinos— conocimos a Lucy. Lucy era una simpatiquísima camarera asiática que empezó a regentar el bar Alegría, el que siempre frecuentábamos por aquel entonces. Su sonrisa y sus bocadillos de chistola y queso nos encandilaron. De Lucy aprendimos que los chinos suelen occidentalizar su nombre (se ve que el nombre que eligen tiene la misma sonoridad que el suyo, se llamaba Lu Yi-Ching), y también descubrimos que los chinos de Barcelona vienen todos de una misma región del gigante país asiático.
Un mediodía salimos de la oficina y nos encontramos el bar completamente destrozado. El cristal estaba hecho añicos y la puerta completamente hundida hacia adentro. Le preguntamos a Lucy, que mostraba signos graves de nerviosismo, y nos comentó que el bar Alegría había sufrido un alunizaje en mitad de la noche. Nunca habíamos visto a Lucy tan seria. No había sonrisa. No había chistola. Supusimos que no volveríamos al bar en un tiempo y buscamos alguna alternativa para saciar nuestros estómagos. Al día siguiente pasamos por delante para ir a nuestro nuevo destino y flipamos fuerte. El Alegría estaba nuevo y reluciente. Lucy incluso había aprovechado para cambiar el estilo manolo del local anterior por uno más nuevo, más chino. Lámparas trasunto de flores de loto, espejos con marcos dorados, un cuadro iluminado de un río que fluía de verdad y una bola de discoteca. ¿Una velocidad de reconstrucción sospechosa? Eso da igual. ¡El río del cuadro fluía de verdad! Fue una transformación hacia algo maravilloso. Algo made in China.
El Centre de la Vila, ese centro comercial sórdido y muerto que sigue en pie por sus cines en V.O. es la nueva localización de nuestras pausas laborales. Justo al lado del cine, nuestro bar. Justo en frente del bar, un gigantesco local que ha sido cuna de multitud de negocios entre los cuales destacan varios karaokes de corta vida. Asistir a sus metamorfosis fue un entretenimiento diario y tema de conversación con los compañeros durante tiempo. Una semana y media bastó para convertir aquel lugar en lo que es ahora. Siete días de polvo por doquier, de rifirrafes con el resto de locales y de desconcierto por parte de los obreros ante los gestos y griterío de los propietarios. Un entretenimiento asegurado para nuestras pausas del trabajo.
Y cuánto disfrutamos en grupo viendo cómo caían las paredes y se levantaban biombos con estampados atigresados. Qué alborozo en nuestro bar cuando colocaron una gigantesca lámpara de araña en el techo: tintineo de cristales al chocar y destellos de luz sobre un suelo a medio levantar. Plafones dorados en la fachada de la entrada con luces hipnóticas que cambiaban de color. That’s entertainment! Aplausos sinceros de todos nosotros. Brillos imposibles y mariposas de amor. De vez en cuando la palabra “mafia” flotando por el ambiente. ¿Pero a quién le importa cuando el mismísimo arco iris en todo su esplendor aterriza en el moribundo Centre de la Vila? Cuando el gris se vuelve multicolor, naíf e infantil. Y abuelas de cháchara cruzando miradas de desconfianza ante nuestra celebración. Porque eso era una fiesta. Un carnaval descontextualizado. Un revés al diseño barcelonés. Diez puntos a lo kitsch. ¡Qué tiempos aquellos! Volvíamos al despacho con retraso, ensoñados con el made in China.
Desde ese momento declaramos nuestra irrazonable atracción hacia el uso loco de dorados, brillos y ornamentos en el made in China. Hoy, en momentos de bajona moral y desánimo, cuando andamos sin rumbo por las calles de Barcelona, sabemos que no hay nada mejor que meterse en la madriguera del conejo chino para llegar al país de las malavillas y olvidarlo todo, dejándonos encandilar por los templos del kitsch oriental: los todo a cien ahora reconvertidos en bazares. Tiendas que ya sólo con sus nombres integran en el imaginario colectivo esa genial exquisitez del cutrerío: El Corte Chino (una estupidez ingeniosa), Vip Star Fashion (una sutileza exclusiva) o Próspero (filosofía oriental). Allí aparecieron los cuadros de tela del Times Square, de rosas rojas y de budas dorados, decoración barata para homogeneizar nuestras paredes con las de nuestros vecinos, mucho antes del advenimiento de la era Ikea. Un Batman entre los Cuatro Fantásticos, Bart Simpson atrapado en una caja de Dora la Exploradora. Figuritas de la Virgen de la mano de ceniceros jamaicanos y muñecas de expresión diabólica. ¡Qué éxtasis!
Somos fanses. Sí, somos fanses. Porque aunque estos espacios puedan noquear al poco preparado en las artes del kitsch, no hay duda de que el amontonamiento de mal gusto en sus estanterías y en la decoración apaciguan el alma del que se deja perder en los destellos chinos como si de ríos que fluyen en cuadros luminosos se tratara, embriagados por un Stendhal posmoderno y barato, seducidos momentáneamente por el made in China.
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Los «sabías qué» de Sara Xiol
Sabies que.. el 70% dels xinesos que viuen a Catalunya venen d’una província de la Xina anomenada Zhejiang, al sud de Xangai? La majoria són o bé de Qingtian, un comtat muntañós eminentment rural, o de Wenzhou, ciutat portuària de la mateixa província, al mar de la Xina Oriental. També val a dir que els darrers anys s’hi han afegit joves professionals d’altres regions i un nombre important d’estudiants.
¿Sabías que… el propietario del primer restaurante chino de Barcelona estuvo dando misa en la catedral de Barcelona durante más de 40 años? Por dónde empiezo… El primer restaurante de comida china de nuestra ciudad, El Gran Dragón, se abrió en el número 5 de la calle Ciutat, en 1958. Era un subterráneo, había unas 15 mesas y cabían unas 60 personas. Triunfaron los rollitos de primavera, algo muy exótico en la época. Su promotor fue Peter Yang, un sacerdote chino que vino a España aprovechando una beca franquista cuando la Revolución. Se licenció en medicina pero nunca ejerció. Compaginó el restaurante con el sacerdocio hasta el cierre del local, y también fue el primero en introducir el Tai Chi en España, en los 70.
¿Sabías que… antes de su Hollywood breakthrough, Jackie Chan rodó una peli en Barcelona, en 1984? Los Supercamorristas (Meals on Wheels, international title), está situada en Barcelona, y ríete tú de Vicky Cristina Barcelona: La Monumental, l’Arc de Triomf, Colón, el carrer Basses de Sant Pere, el MNAC, la Sagrada Família… ¡hasta Montserrat! Es uno de los títulos que va a restaurar ahora en DVD y Blu-ray una distribuidora española, junto con títulos de Sara Montiel, Joselito, Almodóvar o Erice (WTF). Ahh, y sale ¡Pepe Sancho!