Bajaba yo la Rambla Catalunya con mi taxi, acabando de dejar un servicio con unos rusos (recuerdo que uno se llamaba Dimitri) que me habían dejado una buena propina. Pero algo estaba a punto de ocurrir.

Me dieron el alto un par de chavales. Uno de ellos era un calvo labiudo que no dejaba de tocar su teléfono móvil y el otro, mucho más joven, repeinado, miraba por la ventanilla.

“¿On us porto?”
“¿Qué?” contestó el labiudo.
Cambié el chip.
“¿Dónde os llevo?”
Resopló y me indicó una calle de Hospitalet.
“Esta gente se cree que todos hablan catalán” le comentó el labiudo al repeinado. “Así cómo quieren que hagamos negocios aquí…”

Seguí impertérrito con mi tarea. Soy taxista, no político (aunque ya se sabe la tendencia de los taxistas de ser padres, políticos, doctores, profesores y pitonisos).

Aún así, me picaron.

Al girar a Gran Via, el chico repeinado se incorporó. “Oye, ¿qué piensas tú del 9N y todo esto que estáis montando?”
“Yo creo que es bueno votar. Hay que escuchar al pueblo.”
“El pueblo se equivoca a veces. Si se le oyera en todo, ya no existiríamos como país.”

La juventud está abierta al diálogo. Son osados, sin miedo a las cortapisas. Viven de la ironía y el doble sentido. No dudé en soltarle jocosamente el antónimo de polaco “Bueno, eso lo dices porque eres un poco fachilla”, y le sonreí.

“Te pego dos tiros y aquí te quedas” Y se acercó a mi por detrás. Vi su mirada por el retrovisor. Era azul, casi blanca, y me heló el cuerpo entero. No sabía a ciencia cierta si el chaval mentía o no, tampoco quería averiguarlo.

Así que me quedé callado el resto del trayecto, mientras me dieron una retahíla de amenazas, de apuntarse mi matrícula y de vanagloriarse de sus precoces puestos en CNI, Casa del Rey, y otras instituciones públicas.

De aquel día aprendí mucho:
Que nos hacen hablar, necesitan oír de nuestra boca lo que les han inculcado, que todos queremos ser independientes, que somos unos agarrados, que solamente hablamos catalán.

Que no les importa la opinión, porque ya la tienen hecha. Todos somos iguales, todos con cuernos y rabo.

Y que las estadísticas mienten, hay jóvenes con muchos trabajos.