Cuando escribe El vientre vacío (Capitán Swing, 2019), Noemí López Trujillo está a punto de cumplir 31 años y ya comienza a notar la fragmentación. Pues se da cuenta de que “esa sensación de que la juventud es eterna es mentira”. El sistema engaña a los cuerpos. Porque los óvulos de las mujeres envejecen, mientras una sigue lidiando con la precariedad, la incertidumbre y el temor a la pobreza, el desamparado y la soledad (pero también con una siempre renovada -y feliz- creencia en un mejor futuro). Pero la verdad es que ser madre no es solo una cuestión de voluntad o desempeño, también es una cuestión social, económica, de redes de apoyo y cuidado y de sostenimiento estatal.
La autora lo explica muy bien con una metáfora, la del cuerpo fragmentado. Así: “aquí mis manos y brazos para trabajar, aquí mi vientre para concebir, aquí mis piernas para arrodillarme”. De ahí que en este libro López Trujillo hable, dialogue con muchas otras mujeres, madres y no madres, pensadoras y activistas. Con un doble objetivo: el de conjurar “una resistencia conjunta al vacío”, tanto sea el de la renuncia como el de la imposibilidad de ser madre, y el de tratar de re-unificar el cuerpo femenino (que sigue siendo público) y volverlo uno, íntegro y fuerte, para que así la denuncia se haga verbo. Y para que de la ecuación actual de la maternidad desaparezcan el valor y el miedo como campos de batalla.
Porque no es solo una cuestión de maternidades aplazadas, sino de vidas aplazadas. Y eso tiene un coste emocional y afecta a la cuestión identitaria. ¿Quién soy yo como nolípara (como persona que no ha parido), como no-madre?, se pregunta López Trujillo.
El vientre vacío es un intento por dar respuesta a esa pregunta, una indagación en el dolor de la ausencia del vientre. Un intento por entender los deseos; en particular el más salvaje y primitivo (y misterioso) de todos ellos: el deseo de ser madre.