Una inesperada combinación de factores indeterminados está produciendo grandes cambios en nuestra clasificación general. Tras meses de derrotas concatenadas saboreamos al fin la victoria por segunda semana consecutiva. Diversos miembros de la organización supervisan de incógnito nuestros encuentros para asegurarse de que no hayamos infiltrado algún fichaje antireglamentario, directamente secuestrado de la masía. Más sabrosa es aún la victoria si tenemos en cuenta que el último equipo denostado tendría los 21 años como media de edad. En el calentamiento previo al match pudimos interceptar un comentario entre dos de nuestros rivales, algo así como “estos son viejos, en la segunda parte no podrán con su alma”. Este espionaje involuntario resultó espoleante, y aunque cierto es que acabamos justitos, sacando el hígado por la boca, tras el encuentro logramos fingir una digna entereza.
Esto me hizo pensar en la estrecha relación entre la edad y el deporte. Aunque es posible ver algún cincuentón haciendo jogging, lo habitual (y más si tenemos la competición profesional como referencia) es asociar la juventud y/o el peso a la práctica deportiva. No obstante hay diversas fórmulas para mantener la forma y la competitividad en la tercera edad. Si el Ajedrez es deporte, como asegura la federación internacional, hay grandes deportistas jubilados. Por no hablar del clásico dominó, el cinquillo, y la verdadera joya de la corona: la Petanca.
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En Barcelona está instaurada la fiebre petanquil y cada domingo uno puede perder todo el tiempo que quiera contemplando este emocionante espectáculo.
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Sí, mi fascinación por la petanca no conoce límites. Ya de pequeño mi abuelo me regaló unas bolas relucientes que parecían lingotes esféricos de plata. Solía dejarlas bien lustrosas antes de jugar, cosa absurda teniendo en cuenta que era totalmente inevitable revolcarlas inmediatamente por la tierra. Pero mi absoluta devoción estaba focalizada en la bolita roja, esa especie de diana móvil que simbolizaba la gloria.
En Barcelona está instaurada la fiebre petanquil y cada domingo uno puede perder todo el tiempo que quiera contemplando este emocionante espectáculo en múltiples emplazamientos interurbanos. Es casi imposible infiltrarse en la competición, puesto que hay verdaderas mafias clandestinas que regulan esta práctica. No obstante, casi siempre puedes ver un chico joven apadrinado por su anciano tsensei. Suelo fijarme en este tipo, que parece que desee saltarse los preámbulos existenciales para llegar directamente al clímax. Él sabe que la vida es sólo la preparación, el camino hacia ser jugador de petanca y ejecuta su maléfico plan de adelantar el tiempo. Teniendo en cuenta que su carrera comienza a los 25 años, cuando llegue a los 65 será capaz de dominar técnicas cruciales como el tiro con retroceso o la telekinesia disimulada.
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Juanito “Bola de plomo”: Esta destacada leyenda se caracterizaba por el uso de unas bolas de plomo namakiano, que pesaban 40 kg cada una.
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Repasemos los referentes de este deporte extremo, aunque se dice que hay parte de fantasía en sus biografías:
Juanito “Bola de plomo”: Esta destacada leyenda se caracterizaba por el uso de unas bolas de plomo namakiano, que pesaban 40 kg cada una. Esas bolas no se deslizaban, pero si eras capaz de lanzarlas al sitio adecuado sin dislocarte el hombro, sabías que se iba a quedar ahí petrificada. Además no habría Dios (y menos un Dios jubilado) que pudiese moverla por muy fuerte que lanzase su bola contra ella.
Sr. Freixes: Dotado de la puntería de los elegidos, este memorable lanzador era capaz de apuntar con una precisión sobrehumana. Consiguió un tiro totalmente imposible que ocupa el puesto de honor en la petanquipedia: con un montón de bolas amurallando la pelotita roja, lanzó la suya en prodigiosa parábola para dejarla en perfecto equilibrio justo encima del objetivo.
Martin “El Coloso”: Tenía un tríceps que podía darte algo de sombra en el desierto. Su potencia de lanzamiento parecía sólo imitable por algún complejo sistema de poleas que permitiese realizar un movimiento en palanca extremadamente rápido, disparando la bola como una exhalación. Las madres prohibían a sus hijos jugar en el parque cuando sabían que Martin estaría ahí. No fueron pocos los perros fatalmente masacrados por su desmesurada vehemencia. La rumorología alcanza sus mayores cotas de exageración cuando nos cuenta que una vez logró desplazar un par de centímetros una bola de Juanito “Bola de plomo”.
Y la verdadera estrella, el Rey de Reyes, Gustav “El manco de la Estepa”. Este portento de la naturaleza de irónico apodo logró lo que nunca nadie ha podido igualar: a pesar de no tener brazos (de ahí la ironía), ganó 13 veces consecutivas la máxima competición del barrio de Gracia, chutando las bolas cual David Beckam. Para ello utilizaba unas botas de elaboración propia, un sutil trabajo de hierro forjado sujetado con velcro a la suela que, años después, inspiraría el diseño de las primeras Nike Air.
Para aquellos nietos que prefieran ver a sus abuelos jugando a la Petanca que al Bingo por temor al posible despilfarro de la pensión, una advertencia: no es plomo todo lo que no reluce: unas bolas Obut Atx cuestan la friolera de 275 euros la unidad. Son de súper acero inoxidable níquel y cromo especial. Y por lo que valen aún se quedan cortos de adjetivos. Hay estudios fiables que nos revelan que las redes sociales donde predominan individuos de la tercera edad, “petanca” es uno de los términos más buscados. Todopetanca.es explota este filón y se nutre de sus pensiones con la compasión de un verdugo que reconoce en el condenado al amante de su mujer.
Volviendo a la segunda edad (la nuestra, supongo) diré que el éxito es mucho más fácil de llevar de lo que se dice. No se nos sube a la cabeza, ni creemos que por haber ganado dos partidos seamos de repente un gran equipo. Conocemos nuestras limitaciones, lo que pasa es que cada vez son menos, y si seguimos en esta línea no sería extraño ganar el campeonato, ascender de categoría o, mejor aún, arrastrar a cada encuentro un nutrido y selecto grupo de animadoras con coche propio para llevarnos a casa (cualquier casa).