Una vez más deambulamos por el éxito casi a nuestro pesar. Jugadas de exacta precisión, movimientos con la calistenia de una sardina en un banco de tiburones y goles que no solo son para enmarcar, además en caso de hacerlo podrían ser subastados por una fortuna que haría palidecer hasta los lirios del pelirrojo.

 

Estamos en un ciclo ganador, pero ya se sabe, en esto del deporte, igual que ocurre en el sexo o en las leyes gravitacionales, todo lo que sube, acaba bajando. Y uno tiene a bien preguntarse: ¿qué utilidad tiene ganar, si sabes que acabarás perdiendo? Se trata del goce temporal, una momentánea eclosión de felicidad que genera una ilusoria sensación de inmortalidad. Se trata de saber que quedará un registro en papel o en gigabytes de silicio de alta escala de integración. Se trata de un pedazo de historia que recordará que un día estuviste arriba, aunque acabases por bajar.

 

El F.C. Barcelona, eminente estandarte del deporte catalán, ha estampado su sello en el Olimpo de los ciclos. Pep Guardiola ha decidido poner fin a su periplo como entrenador de un equipo prodigioso. Seguramente no haya ningún entrenador que haya ganado tanto en tan poco tiempo. Ni tampoco porcentualmente, en relación a los trofeos disputados. Eso sí, no ha podido escabullirse de las dicotomías ni de los prejuicios, quizá por exceso de juicio. En fútbol, como en casi toda actividad de repercusión mediática, se mide casi todo menos lo que sería procedente. Quiero decir, que el carisma, la apariencia física o el carácter personal pueden ser factores decisivos para la aceptación o el rechazo popular. Se le critica por exceso de diplomacia y corrección, se le acusa de no ser honesto, de falsedad, de doble rasero. Básicamente por hacer bien su trabajo, sin añadir salsa extra para las portadas y los coloquios. En resumen: para las mujeres es el hombre más atractivo, para los hombres un estratega maligno. Esta es la voz del pueblo, que prefiere hablar más de la gente que sobre aquello que esta gente hace. Por esto España no es un país, sino una gran verdulería.

 

En todo caso, lo fascinante del “efecto ciclo” trasciende al personaje. Se expande más allá del deporte y abarca el universo entero, que parece bombear al son de ciclos astrales, desde sus electrones hasta sus galaxias. El ciclo de la vida es una hakunamatatanería que esconde la más insondable realidad: la existencia es un gran día de la marmota. Y seamos francos, si tuviésemos que vivir siempre el mismo día, desearíamos que al menos que fuese el día que ganamos la lotería, que ligamos en la biblioteca, que comemos solomillo para cenar y que vemos a nuestro equipo ganar la gran final. Esta es la grandeza de la ciclotimia popular, la gente lo sospecha inconscientemente y se siente aliviada porque en el fondo sabe que en el próximo bucle vital, volverá a olisquear los laureles de la victoria.

 

Por todo ello, “fin de ciclo” es una pérfida paradoja: si es un ciclo no puede tener fin, y, si así fuera, sería para volver a comenzar. Es una especie de escalera imposible a lo Escher, pero en el plano de las ideas, que te dice: “Volverá a pasar lo que nunca ha pasado”.

 

Todos aquellos con alopecia potencial recuerdan que, antes, el Barça era un equipo perdedor, pesimista y quejica. En cambio los fans de Justin Bieber solo han visto al Barça levantar copas y ganar trofeos, incluso ambas cosas en orden inverso. Está claro que su percepción y la de mi mente calva es radicalmente distinta. Yo tengo la noción de “etapa” y mi abuelo incluso la de “era”. Si sumamos todos los ciclos, obtenemos una secuencia de sucesos en forma de onda, igual que el sonido, igual que la luz, igual que las olas. Y aunque a veces esté en la cresta y a veces en el fondo, el agua es exactamente la misma. Luego, ni la victoria ni la derrota te define, lo que importa es cómo has ganado y cómo has perdido. Y en esto Guardiola ha dado una innegable lección de estilo.

 

En nuestra discreta división de fútbol preamateur, los ciclos tampoco nos rehúyen, y ahora que gozamos de las bondades de la cresta no deseamos retornar al abismo. A pesar de las constantes variaciones ecuménicas prometemos seguir con nuestro maléfico plan de destrozar las defensas rivales con pases imposibles, y nuestras secretas esperanzas de reciclar animadoras para los partidos. Restablecida la cohesión grupal después de pagar la cuota con los beneficios del póker online, tan solo me queda desear… ¡larga vida al fin de ciclo!