Mi abuela dice que este verano va a ser cortito y eso me ha puesto los pelos de punta.
Y no es porque sea yo una súper fan del verano de las que van actualizando su perfil de Facebook con frases tipo “ke llegue el verano yaaaa” y otras exhortaciones por el estilo, no. Que quede claro que NO. Yo soy muy felicísima en pleno invierno, con mi abrigo y mis botazas moteras y mis foulards y mis medias tupidas. Y sin depilar, que tot sigui dit. Pero cuando llegan los calores… es que me ponga lo que me ponga tengo una pinta de catalaneta jipilongui que no me hallo, oyes.
Pero, bueno, crisis de fondo de armario a parte, es de boba no reconocer que espero los meses estivales como cualquier cateta feisbukera, porque el veranito propicia el negocio. Mi negocio. Nuestro negocio. El negocio… ¡del alquiler vacacional! (Esto, con música de fondo y tal, podría cuajar para un publirreportaje de la tele, ¿no?)
[quote align=»center»]“Un momento, pero… ¿qué le pasa a tu casa? ¿Tienes una plaga de cucarachas? ¿Te han cortado el agua? ¿¿Te está acosando tu ex??” Nada más lejos de la realidad: el muy listo había alquilado todas las habitaciones de su Charming 3 Bedroom Flat… Proseguim. Como de momento no tengo razones para dudar del buen tino de mi yaya en cuanto a climatología (porque lo que una yaya no sepa del tiempo no lo sabe, vamos, no lo sabe ni el CRISTO MISMO), me han empezado a invadir el desasosiego y la congoja. En el más absurdo plan “algo me asusta, algo me inquieta… ¿no llevaré camiseta?” he optado por ir corriendo a liberar ansiedad actualizando compulsivamente mi bandeja de entrada en Airbnb. Suspiro de alivio extremo. Por el momento, parece que las noticias del augurio climático de mi abuela no han llegado allende los mares y mis guests veraniegos mantienen sus reservas. (suspiro aliviada, de nuevo).
Que sí, que sí; ya sé que el negocio del alquiler vacacional se puede llevar a cabo durante todo el año en esta nuestra maravillosa y cosmopolita Ciudad Condal, pero no nos engañemos: aquí los guiris siguen viniendo por la playuqui, que en invierno es tan desoladora y tan ñeee como la oferta cultural. Eso sí, a partir de los abriles, cuando por sus latitudes aún refresca de lo lindo, están deseandito cogerse su fin de semana largo para estrenar la bermuda, la camiseta imperio y la chancleta en festivalazos y chiringuitos. Y nosotras encantadas de acogerlos, esperándoles en nuestros balcones como supongo debían esperar las putas del barrio chino a los marinos de la Sexta Flota medio siglo atrás. Si es que, en el fondo, las cosas cambian más bien poquito.
La fiebre Airbnb me llegó el año pasado cuando, hacia el mes de abril, un colega vecino del Born me pidió si se podía quedar a dormir en mi casa un par de noches. De primeras, como soy de natural un poco impulsiva y/o retardada de pensamiento, pues dije que sí, toa pizpireta yo. ¡Pijama party! Pero la suspicacia acabó por teñir mis neurotransmisores en cuanto estos se pusieron a realizar su función.
“Un momento, pero… ¿qué le pasa a tu casa? ¿Tienes una plaga de cucarachas? ¿Te han cortado el agua? ¿¿Te está acosando tu ex??” Nada más lejos de la realidad: el muy listo había alquilado todas las habitaciones de su Charming 3 Bedroom Flat a varias parejas que venían a pasar unos días a Barcelona de vacances. Cuando digo todas, es todas, incluido su propio dormitorio, lo que le convertía por unos días en homeless por voluntad propia.
Al principio desconfié un poquitín de la receta mágica para redondear ingresos que mi amigo me iba desgranando. “¡Pero si eso es casi como convertir tu casa en una pensión!” Además, ¿qué clase de mierda es esa por la que alguien decide renunciar al usufructo momentáneo de sus propiedades… por seguir manteniéndolas? Es loco, pensé. Esto es loco. Aunque, en realidad, hay que ver lo hipócrita mojigata que soy a veces. Porque, aun y estar muy, peroquemuy, familiarizada con el concepto del subarriendo, tras años de realquilar habitaciones a la más variopinta fauna local e internacional para sufragar el coste parcial (y a veces total) del alquiler de mi piso, resulta que la fórmula Airbnb me hacía poner el grito en el cielo.
Pero, como el dinero no es nuestro Dios, al final le di un tiento a la web y caí rendida a sus pies. Aquello no tenía nada que ver con la cutrez de Loquo, parecía mucho más eficiente que la ultravenerada Craigslist y desprendía el mismo buenrollete que el couchsurfing pero con interesante transacción económica de por medio. ¡Si hasta hay una herramienta para calcular el dinero que llevas ganado! Toma tomate. Así que en breve empecé mis días como anfitriona, que es así como se nos define en la web de marras a aquellos que ofrecemos nuestras guaridas para uso y disfrute del personal viajero.
Aunque no he llegado a los extremos de mi sacrificado amigo, porque yo soy mucho más comodona y burguesa y de-mi-casa-no-me-mueve-nadie (de momento), ahora puedo entender perfectamente su exagerado nivel de entrega a la causa. Y es que cuando comienzas a recibir el sweet money en tu cuenta corriente y las evaluaciones de tus “clientes” se estrenan en tu perfil, te empiezas a sentir realmente como si llevaras tu PROPIO negocio y allí aparece, oh, là là!, el orgullo. El orgullo por el “trabajo” bien hecho, el afán de superación y la competitividad. No sé quién/es son las mentes pensantes detrás del embolado Airbnb, pero saben un rato largo de la psique humana.
Con un mínimo de inversión, se han montado un business con un montón de franquicias del ocio all over the world. Porque al darte de alta en su web eso es en lo que te conviertes, en una franquicia de su marca. De repente, no solo eres un pringado que alquila un cuarto. Eres un Airbnb host y eso conlleva unos requisitos: seriedad, amabilidad y honestidad. Pero encarnar a la perfección la imagen de marca no te ayudará a destacar entre los cientos de competidores que te rodean. Hay que ir más allá. Llevarlos de ruta turística. Integrarlos en tu mundo. Descubrirles esa Barcelona a la que no tendrían acceso yendo sólo con su Lonely Planet y un mapita en la mano. En definitiva, convertir las vacaciones de tus guests en una experiencia.
Así que, hermanas, démosle las gracias a Airbnb por convertirnos en prósperas y competitivas empresarias libres de impuestos y por darnos una salida laboral cuando ya lo dábamos todo por perdido. Parece que esta web ha hecho por la generación de licenciadas-que-no-tienen-dónde-caerse-muertas lo que el gobierno no ha logrado en años. ¿A que nunca pensaste que serías posadera? Yo tampoco.