“Busco piso en esta zona, abstenerse agencias.” Escrito a mano para que parezca que ha sido idea de Manolo que, desesperado por comprarse un pisito en el barrio, al final ha tirado por la vía analógica: boli bic, folio y fotocopiadora. Pero ahí detrás hay una inmobiliaria de las de siempre, porque ¿cómo no se le iba a ocurrir a Manolo presentarse ante uno de los 2.115 agentes inmobiliarios que hay en la ciudad? En 2010, cuando la crisis ya era tangible, había poco más de 500 y la Associació d’Agents Immobiliaris de Catalunya calcula que ya hemos vuelto a niveles de 2007, a.k.a. el año en el que ya no cabía más gas en la burbuja.

En Barcelona hay más establecimientos dedicados a actividades inmobiliarias que a la hostelería. 15.900 agencias en 2017 frente a 12.900 restaurantes, ojo. Y si algo resiste las crisis son los que nos llenan el estómago, lo que quiere decir que en cuanto los precios bajen un poco —y esperemos que sea pronto porque esto no hay quien lo aguante— dos de cada tres inmobiliarias cerrarán. Y ya sabéis lo que viene después.

Dado que, en 2009, todos dejamos de creer en la construcción como la gallina de los huevos de oro, es difícil encontrar a personal experimentado para trabajar de nuevo en el sector de los terrores. Esto tiene una primera consecuencia grave, como que se desconozca si el edificio en el que se vende sufre aluminosis, la fiebre del hormigón. En los años cincuenta, muchas casas se construyeron utilizando unos forjados que van perdiendo sus propiedades y su resistencia hasta que el hormigón prácticamente se deshace y la finca puede irse al suelo. Ahora el Ayuntamiento está haciendo inspecciones y parece que hay más de la que se esperaba. Entre esta enfermedad y que la ciudad no puede crecer, se corre verdadero riesgo de que haya más vendedores que casas por vender.

Debajo de todo esto subyace la pesadilla del paro, pero también la esperanza de que mejoren las condiciones para quien quiere acceder a la vivienda en propiedad, que hasta ahora se expone a todo tipo de sangrías. Los compradores son más activos ahora, hay más posibilidades, y en la smart city cada vez aparecen más negocios que intentan saltarse las comisiones de las agencias que te pueden dejar temblando, ya sea comprando o alquilando. Hemos pasado en los últimos años de la típica comisión de un mes de alquiler al temido “10 % de la anualidad más IVA”, que acaba siendo casi dos meses de renta.

Pero antes de que la burbuja pinche, muchos se van a forrar aún. Si en 2014 el precio del metro cuadrado llegó a su punto más bajo con 2.977€, en diciembre de 2018 subió hasta 4.344€. Es decir, que una pareja que se quiera comprar un pisito de 70 metros cuadrados y cobre el salario medio de 1.600€ necesitaría dedicarle el sueldo íntegro de 8 años. A un supuesto derecho fundamental.

Los propios buitres del sector vaticinan que este año el precio de los alquileres se estabilizará y el de las ventas seguirá creciendo pero a un ritmo “suave”. Un piso que no esté para tirar entero y en el que se pueda dar una pirueta en el salón sin tocar a la vez el lavabo y el borde de la cama tiene hoy en día un precio bastante lejos de esa suavidad. Pero la fiesta sigue.

Y en este clima, en el que el gobierno de Ada Colau consiguió aprobar que las nuevas promociones tengan que destinar al menos el 30 % a vivienda pública, Manuel Valls dice que, si llega a alcalde, derogará la medida. La única que, desde que el mundo es crisis, apunta en la dirección de controlar un mercado que vive en la locura especulativa. Que no se os olvide en las urnas, que mientras se tapan con banderas, nos birlan dónde colgarlas.