Si no fuera porque es un reducto alternativo, en el Antic se podría filmar el anuncio de verano de tu cerveza favorita. Y si no fuera porque muerde la mano que le da parte de su comida, quizá podría ya no engordar, sino vivir con dignidad. Pero el Antic Teatre resiste en el casi vacío distrito de Santa Caterina gracias a la comunidad que participa de él y al bar. Si muere, firmarán el acta de defunción el propietario del espacio y la falta de plan cultural del Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat.

El Antic ha sorteado casi desde su nacimiento diferentes peligros, pero el reto actual pone en riesgo más que nunca el proyecto. El dueño del edificio ha decidido que, si quieren seguir más allá de 2025, cuando acabe el contrato vigente, tienen que asumir ya una subida del alquiler de 1.500 € a 7.500 €. Y no hay peros que valgan. ¿Que el nuevo alquiler quintuplica el actual? Ajo y agua. Es eso o a la calle.

Semolina Tomic es su directora artística y afirma que el espacio sobrevive con un 40 % de subvenciones y un 60 % de lo que recauda el bar. Sí, ese patio donde hay hostias entre las citas Tinder del verano por encontrar una mesa en tan bucólico decorado. Son más o menos entre 35.000 y 40.000 € anuales, o sea ni un 1 % de la partida presupuestaria para proyectos independientes del Ayuntamiento. En realidad, lo que pide Tomic es 250.000, el 6 % porque en el Antic “se hacen producciones con 4.000 € con auténticos malabarismos”. En 2019, la sala Beckett recibió 400.000 € de la Generalitat y 518.550 € del Ayuntamiento hasta 2021, por ejemplo.

Si el Antic Teatre muere, firmarán el acta de defunción el propietario del espacio y la falta de plan cultural del Ayuntamiento y la Generalitat.

Con esas cifras precarias, el Antic aún da entre el 80 % y el 100 % de la taquilla a las compañías que llevan allí sus obras. Lo suyo es teatro con vocación artística, social y política de los que ya no quedan. Por eso, entre otras cosas, Tomic está dispuesta a reunirse “con cualquier político, del color que sea, que diga que el Antic puede salvarse”.

Detrás de la subida abusiva del alquiler se esconde una relación a tirones entre Tomic y el propietario. Ella fundó el Antic en 2003 recuperando un “centro que estaba en ruinas”, cuenta. Dos años más tarde tuvo que hacer una reforma integral en la que se gastó 500.000 € y el Ayuntamiento otros 500.000 €. Y cuando se había consolidado como dinamizador del barrio, el propietario quiso sacar tajada. Les denunció por no reformar la fachada porque el espacio es un Bien Cultural de Interés Local y los llevó a juicio. Lo perdió y tuvo que asumir él el coste de la obra. De ahí que ahora quiera cobrárselo en diferido.

Las instituciones pueden intervenir y salvar el proyecto. Pueden, como en el caso de la Beckett, ayudarles a encontrar otro emplazamiento o, como en el caso del Tantarantana, comprar el edificio y alquilárselo al Antic al precio actual. Y cuando venza el contrato, abrir concurso para que puedan concurrir diferentes gestoras que conserven la idea original. O, si quieren ir más allá, pueden escuchar las reclamaciones del mundo cultural y blindar las licencias de uso de los teatros que nos quedan. Que donde hoy está el Antic Teatre solo pueda haber teatro. Bajarían así los ánimos especulativos de los propietarios.

El espacio sobrevive con un 40 % de subvenciones y un 60 % de lo que recauda el bar

Cualquiera de los planes sería un paso hacia algún lugar. Pero, a pesar de que cada caso tiene sus particularidades y la administración ha ido fuego por fuego, la sensación de directores, creadores y gestores con los que hemos hablado es que las administraciones intentan apagarlos sin un plan de prevención. Barcelona no se ha planteado aún cómo quiere proteger su cultura. Cuanto más tarde, más cara será su salvación o puede que incluso no llegue a reanimarla. El Antic está, por desidia institucional, en el filo de la navaja.