A finales de 2009, Juan Ramón L. F. llevaba 7 años trabajando como encargado en un Pans&Company en la calle Urgell, pero cerraron el local y le ofrecieron un traslado al Pans del Aeroport de El Prat. “No me apetecía nada trabajar en el aeropuerto y un colega me dijo que me podía meter de segurata en el Maremagnum si me sacaba el diploma, así que firmé la baja voluntaria y me inscribí en el curso de vigilante de seguridad.”[quote align=»left»]Casi todo lo que ganaba en el Pans se lo gastaba en caprichos, sobretodo en videojuegos, consolas y hachís

Por aquel entonces tenía 28 años y vivía con su padre en un piso de renta antigua en la calle Rec Comtal. “Mi padre cobraba una pensión por invalidez y con eso teníamos los gastos cubiertos. Tenía depresión o algo así. Mi dinero era para mis gastos.” Como él mismo confiesa, casi todo lo que ganaba en el Pans se lo gastaba en caprichos, sobretodo en videojuegos, consolas y hachís. Una vez a la semana quedaba con sus amigos para echar unos cartones en el Bingo de Via Laietana. Eran otros tiempos.

Desde hace algo más de seis meses, Juan Ramón duerme en un cajero en la misma calle en la que había trabajado durante años haciendo bocadillos. Y antes de trasladarse a esta zona de la ciudad ya llevaba tiempo durmiendo por las calles del centro. Afortunadamente, la suerte de Juan Ramón parece haber dado un giro hacia la esperanza: gracias a la aplicación para smartphone Apadrina un Mendigo, las frías noches en el cajero parecen estar tocando a su fin.

La muerte repentina de su padre y las adicciones truncaron los proyectos que Juan Ramón tenía para su nueva vida como vigilante jurado. “El hijo de puta de mi padre no me había puesto en ningún papel, o sea que para seguir viviendo en mi casa tenía que hacer un contrato nuevo y no veas lo que subía. Como el barrio se había puesto de moda, lo que querían era poner un piso para turistas.” En cuestión de meses, Juan Ramón se quedó sin ahorros y sus adicciones le impidieron remontar el bache. “Dejé de ir a la academia; me pasaba el día fumando porros en casas de colegas y en los recreativos. Me quedé en la puta miseria.”

Cuando le propusieron abrirse un perfil en la aplicación Apadrina un mendigo, Juan Ramón estaba haciendo cola para entrar en el comedor social Reina de la Paz. Llevaba tres años viviendo en la calle. La aplicación es parecida al popular Grindr, pero en lugar de proporcionar posibles encuentros sexuales localiza personas que están en situación de pobreza y durmiendo en la calle. “Lo único que hay que hacer es introducir una franja horaria en la que la persona esté (o suela estar) en un sitio determinado, como el cajero o el portal en el que duerme”, nos comenta el creador de esta herramienta, Pedro Palos. “Por ejemplo, al pasar cerca de la plaza Francesc Macià hacia las 9 de la noche, la aplicación nos notifica que posiblemente Juan Ramón esté en el número 257 de la calle Urgell y podemos ir a llevarle algo de comer.”

“Aquí tengo menos followers, pero por lo menos no molestan. Abren la puerta del cajero, me dejan un tupper de lentejas y se van»Durante los primeros meses de tener el perfil, Juan Ramón siguió en el Raval y el Gótico, “pero solo tenía de followers padrinos a diseñadores gráficos muertos de hambre que me despertaban a cualquier hora para darme la brasa. Era para darles de hostias. Uno me invitó a su casa para que me pudiera asear, pero ni siquiera tenía agua caliente el muy pringao”. De allí su decisión de trasladarse a la zona alta. “Aquí tengo menos followers, pero por lo menos no molestan. Abren la puerta del cajero, me dejan un tupper de lentejas y se van. Una vez unos chavales me metieron una paliza, pero no creo que fuera por la aplicación.” Recientemente uno de sus nuevos followers le ha ofrecido un trabajo como ayudante de cocina en un restaurante de Las Ramblas. “Espero estar a la altura”, dice Juan Ramón, con una media sonrisa, “pero tampoco hay que ser un lumbreras para cocinar una paella congelada”.