La gente se enfada conmigo. Yo tengo calefacción, caldera, aire acondicionado… pero no la pongo, ¿cómo la voy a poner?” Yolanda es consciente de que podría dejar de pagar, de que los 430 euros del subsidio no le dan para comer y tiene que pedirle dinero a su padre octogenario para pasar el mes. Admite que el piso es un iglú en invierno. Vive con sus dos hijas, gemelas de 17 años. Hacen lo que pueden para vencer al frío en invierno. Una duerme enterrada bajo seis mantas y la otra pasa las noches acurrucada al lado de su madre, también bajo varias capas de ropa.

“Intento cocinar menos. Me encanta la comida de cuchara, pero no la hago por miedo. Aquí, todo a la plancha y rápido”, ejemplifica Raquel, quien vive con su hijo de 20 años en un piso del Raval carcomido por las humedades. Los malabares para reducir la factura son múltiples. Desde hervir en el microondas a suprimir el lavavajillas, hasta vestirse en función de la lavadoras que se organicen. La casa tiene solo una habitación y Raquel duerme en el sofá del comedor, abastecida con numerosas mantas. De calefacción, por supuesto, ni hablar.

“Llevo 20 años sufriendo pobreza energética, hoy la vivo más que años atrás.” Habla Alfredo, vecino de 74 años de la Zona Franca. Explica que la necesidad le ha hecho cambiar de hábitos: “Ahora me ducho menos, ya no tengo lavadora y acudo a un comedor social. También dejé de fumar”. Admite vivir en un estado de alerta constante, angustiado por pagar las facturas.

Este es el relato de tres personas que, de la noche a la mañana, vieron cómo su vida se rompía. Tras tocar fondo y levantarse, gracias al calor y las herramientas de organizaciones como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y la Alianza contra la pobreza energética (APE), batallan para salir adelante y viven en primera persona el frío del invierno a pesar de tener una vivienda.


Cuando todo se vino abajo

Las historias de Yolanda y Raquel avanzan en paralelo. A principios de milenio, ambas trabajaban para tirar adelante, en solitario, de la casa y de sus hijos. En 2008 Yolanda tenía un contrato indefinido como vigilante en un centro comercial. “El sueldo base es de 900 euros y yo cobraba 2.500, imagínate las horas que hacía”, recuerda. Pagaba 800 euros de alquiler. En aquellos años Raquel, licenciada en arte dramático, compaginaba tres trabajos como actriz y profesora de teatro –también indefinida– que le permitían tener un sueldo que oscilaba entre los 1.500 y los 3.000 euros.

raquel-pobreza-energeticaTras divorciarse, Raquel se propuso comprarse un piso más pequeño donde pudiera criar a su hijo. Yolanda pagaba un alquiler que no distaba demasiado del valor de una hipoteca y también optó por comprar. “Firmamos contratos que eran una estafa, llenos de cláusulas abusivas”, aclara Raquel. Sin saberlo, ambas contrataron una hipoteca puente con UCI, financiera vinculada al Banco Santander. Corría el año 2009 y la crisis empezaba a hacer estragos. En cuestión de meses, Yolanda dejó de poder hacer horas extra. La hipoteca casi igualaba el salario, así que asumió un segundo trabajo. El estrés, la presión y la falta de descanso la hizo enfermar. Tras año y medio, la echaron del trabajo alegando bajo rendimiento.

A Raquel la vida le dio un vuelco de 180 grados. Se quedó sin trabajo y se enfrentaba a una hipoteca impagable. Pasó a cobrar una pensión de 430 euros y dejó de pagar aquello que no podía, a pesar de que fueran cosas básicas, como la electricidad. Le cuesta encontrar las palabras para definir qué sintió cuando le cortaron la electricidad por primera vez. “No te puedo explicar la sensación, menos con un crío, teniendo la nevera y el congelador llenos porque has sido precavida y te preparas para el final de mes.” Ha sufrido cortes de forma reiterada, pero recuerda la vez que peor lo pasó. Era un 22 de agosto y llevaba meses controlando al milímetro cada gasto para pagarlo todo. Cuando cortaron la luz, sin aviso previo –las empresas suelen enviar varias notificaciones, en un proceso que puede dilatarse hasta tres meses–, Raquel no entendió nada. La empresa argüía que se trataba de un recibo atrasado de enero. Gracias a un amigo, Raquel pagó y volvió a tener servicio en 24 horas. “El miedo a que te corten siempre está ahí. Cuando te pasa, no te lo quitas.” Cuando volvió a tener un trabajo, gastó su primer sueldo en una lavadora, después de estar meses sin porque la anterior se había roto.

yolanda-pobreza-energeticaTras perder su casa, Yolanda tuvo que coger a las niñas e ir a vivir a casa de sus padres, que el banco también reclamaba. Recuerda aquellos años con amargura. “Son personas mayores, de 80 años, y no asumían que habían perdido su casa. Se levantaban por la mañana y me machacaban: «Por tu culpa acabaremos en la calle», me decían, rememora. «Fueron cinco años de pensar en suicidarme, de sentir presión por todos lados, todo el tiempo y llegar al extremo de decirte que ya no aguantas más.» Una vez más, sus hijas la hicieron salir adelante. «Luego miras a tus hijas y te dices que estás loca, que cómo vas a hacer algo así. No puedes dejar todo el marrón a los viejos y las niñas.»

alfredo-pobreza-energeticaEl caso de Alfredo es algo distinto. Vive en el piso donde creció con sus padres, fallecidos hace dos décadas. Entonces, con tres sueldos y bajo la gestión de su madre, Alfredo vivía con humilde tranquilidad. Tras 28 años trabajando en el textil y cinco de chófer, la muerte de sus padres coincidió con la pérdida del trabajo. Desde entonces, Alfredo entra en una caída libre personal que le lleva a hipotecar su piso para afrontar los gastos de la casa. Pagó hasta que no pudo hacerlo. En 2010 le declararon insolvente y estuvo a punto de ser desahuciado.


Romper el aislamiento

El futuro de Yolanda, Alfredo y Raquel cambió cuando entraron en contacto con la PAH. En ella, no solo encontraron las herramientas para revertir su situación, sino un grupo en el que sentirse apoyados y útiles. “Empoderamiento” es la primera palabra que les viene a los tres a la boca. “Yo no tenía a nadie porque me he dedicado toda mi vida a trabajar. De golpe pasas a sentirte una persona útil, que gracias a ti mucha gente está salvándose”, resume Yolanda. “Lo principal es romper la soledad y el aislamiento, tener una comunidad de apoyo. La persona que llega a suicidarse es quien no ha conseguido salir de él.” “Soy una persona mayor, me sentía solo y desprotegido, incapaz de afrontar los problemas”, relata Alfredo, quien agradece el apoyo recibido.
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Lucharon durante varios años hasta que pudieron acogerse a la Ley 24/2015, la ley de medidas urgentes para afrontar la emergencia en el ámbito de la vivienda y la pobreza energética. María Campuzano es portavoz de la APE, una de las organizaciones impulsoras de esta legislación. “Antes había un millón de cortes anuales en todo el estado. Esta ley salva vidas”, explica. Entre otras cuestiones, la ley obliga a las empresas suministradoras a notificar los impagos a servicios sociales, antes de realizar ningún corte. Si la persona no puede pagar o la administración no responde, el corte es ilegal.

Yolanda, Raquel y Alfredo cuentan con un alquiler social de menos de 100 euros y un certificado de vulnerabilidad residencial que garantiza el servicio de suministros. “Ya no tengo miedo a que me corten. Aunque no pueda pagar, acredito que no tengo los recursos para hacerlo y que lo pagaré –o haré lo posible para ello–”, explica Raquel. Una mayor tranquilidad que también comparte Alfredo. “Sé que estoy protegido”, reconoce.

A pesar de esta certeza, el recuerdo traumático de los impagos es profundo y viven con la angustia de no volver a pasar por la misma situación. Y el dinero que no siempre llega. Yolanda y Raquel no encuentran un trabajo estable y cobran un subsidio inferior a 500 euros. Alfredo cobra una pensión parecida desde hace dos décadas. Un ingreso que, asegura, cada vez da para menos. “Con lo poco que gano, me sé administrar, no tengo otro remedio”, reconoce. La APE cifra la subida del precio de la electricidad en un 80% en la última década. Para Campuzano, esta subida se debe a que unas pocas compañías controlen la producción, distribución y suministro energético. “Es un sistema opaco, poco transparente, donde hay empresas haciendo negocios con necesidades básicas”, analiza.

Entre los servicios que presta el Ayuntamiento de Barcelona destacan los puntos de asesoramiento energético (PAE), implementados en 2016 por la administración Colau. Yolanda estuvo trabajando ocho meses en uno, hasta que finalizó su contrato en noviembre. “He estado dentro y el servicio es totalmente útil”, relata. Esta oficina se encarga de enseñar a los usuarios a leer una factura, entender qué les están cobrando y cómo. Asimismo, se dan consejos prácticos para reducir los importes y se gestionan trámites y bonos sociales. “La gente no está nada informada. Lo más habitual son asesoramientos en las facturas.” Raquel ha acudido a este servicio como usuario y también valora la utilidad de la información a la hora de optimizar el consumo y reducir costes. Como activista, certifica que las suministradoras hacen malabares y solo cumplen la ley cuando se sienten vigiladas.

Aunque con matices, Campuzano valora positivamente el servicio. Denuncia que las eléctricas establecen una potencia fija superior a la que las familias necesitan. Del mismo modo, no informan de los beneficios de la discriminación horaria, según la cual la electricidad es más barata de diez de la noche a once de la mañana. Tampoco informan sobre si el precio de la electricidad que consumes lo marca el mercado libre o está regulado. Todas estas medidas ayudan a adelgazar la factura de la luz.


Casas desnudas y el frío en invierno

Una vivienda mal construida genera el mismo efecto que un abrigo agujereado: hace que se escape el calor y entre el frío. Para calentarla hará falta un esfuerzo extra, que engordará la factura. “Una casa es eficiente cuando su sistema le permite hacer su función con la mínima demanda energética, siendo los elementos principales la refrigeración, la calefacción y la producción de agua caliente sanitaria”, explica Diego Carrillo, arquitecto de la cooperativa Celobert. En el invierno barcelonés, el principal problema son las fugas de calor, debido a un mal diseño de las ventanas o la fachada. La inexistente regulación hasta 1994, facilitó que entre 1950 y 1990 se construyeran edificios con muros de 15 centímetros. “Un aislamiento térmico insuficiente, hay edificios del siglo XIX con muros el doble de gruesos”, analiza Carrillo.

Una vivienda mal construida genera el mismo efecto que un abrigo agujereado: hace que se escape el calor y entre el frío en invierno. Para calentarla hará falta un esfuerzo extra, que engordará la factura.

“Solo trabajando el envolvente puedes llegar a crear viviendas que no necesiten energía para generar agua caliente ni calefacción ni refrigeración”, continúa el arquitecto. Con un aislamiento correcto, la radiación solar genera el calor que la casa necesita. David Fernández, ingeniero de Celobert, atribuye la ineficiencia de muchos edificios barceloneses a dos factores. En primer lugar, a una cultura constructora especulativa y de búsqueda del máximo beneficio; y en segundo, a un clima “que no es tan exigente como para necesitar la mayor parte del año un edificio eficiente, pero hay dos meses de más frío donde se sufre”.


Un sufrimiento sordo en la ciudad del progreso

pobreza-energetica-cifrasExperiencias como las de Raquel, Yolanda o Alfredo ponen rostro a las grandes cifras, a los 4.000 cortes de suministros evitados —pero solicitados previamente— en Barcelona durante 2017 o al encarecimiento del 83% de la electricidad para el consumidor medio entre 2003 y 2015. Ninguno de ellos esperaba caer. No vivieron por encima de sus posibilidades y no tuvieron un flotador al que agarrarse; a diferencia de tantos otros que también fueron golpeados pudieron contar con un familiar o amigo que los sujetara. Sin embargo, ahora, ellos han encontrado su motor en la organización entre iguales y la lucha por una vida digna. Se han quitado de encima cualquier sentimiento de culpa y señalan a aquellos que mercadean con los suministros que permiten vivir a la gente. Además, a pesar de la profunda huella, saben que tienen un futuro por delante, aunque el camino no sea llano. En palabras de Raquel: “Después de superar todo esto, he vuelto a nacer. Estoy empezando de nuevo con mi vida”.