Cuando un séquito de orcos uruk-hai rodea a Boromir y a los dos medianos en la colina de Amon Hen, en el lecho del gran río Anduin, el bragado capitán del Reino de Gondor —primogénito del Senescal Denethor II— corre mientras hace sonar repetidamente el Cuerno de Vorondil, para que su eco advierta a toda la Comunidad del inminente peligro que les acecha.

Quizá sin una dosis tan elevada de épica, pero no con menos angustia, deben de reaccionar los vecinos y las vecinas del muelle de Barcelona al ver los transatlánticos desembarcando en sus orillas al llegar la temporada estival. Legiones de turistas desembocarán por estas fechas en nuestras playas de paloma y alquitrán para júbilo de las cadenas hoteleras y de los trabajadores (temporales), que no tardarán en volver a la cola del INEM. Este es un hecho que los ciudadanos de Barcelona ya asumimos como rutinario: llega el verano, con el verano el caloret, y con el caloret, los batallones de soldados que desafiarán sus hígados en una guerra de desgaste. Lo asumimos, aunque no siempre fue así.

Recordemos que en los años noventa, debido a la disminución de los costes de transporte y el aumento de la masa salarial (¡qué tiempos aquellos!), las vacaciones transoceánicas se convirtieron en un producto de masas. “¡Curro se va al Caribe!”, rezaba el anuncio. Curro, no Froilán de Todos los Santos. Aquello permitió que oleadas de blue collars cogieran un avión que les sacara temporalmente de nuestra piel de toro para poder visitar alguno de aquellos resorts de los anuncios de playas cristalinas con barra libre incrustada. La contrapartida vendría después en la forma abstracta, pero no menos real, del abatimiento existencial (o síndrome postvacacional) ¡Hasta el verano siguiente! El éxito de la liberación vacacional consiste en replicar el modelo del capital en el ámbito privado del placer. Sardinas humanizadas conducidas desde el punto A hasta el punto B, donde se les inyecta su dosis anual de “libertad”. El pan en la tierra. Y hasta la muerte.

No es así para todo el mundo, claro está. El sentido de las vacaciones para la comunidad Upper Diagonaler tiene una función posmoderna que va más allá del mero placer en la desconexión. Veamos por franjas de edad en qué consiste exactamente.

Juventud: aquí la tradición consiste en mezclar los placeres dionisíacos más primarios con la reivindicación de un espíritu aventurero y solidario. El joven Upper Diagonaler, que resiste formalmente al estereotipo fosilizado del señorito andaluz, se aventura — mochila en mano— en uno de aquellos viajes que contará a la vuelta con orgullo a sus compi yoguis. Normalmente el destino predilecto será el sureste asiático, siempre con Tailandia como cóctel paradigmático de las dos sensibilidades. A la vuelta, veremos publicaciones en Facebook, tanto de playas vírgenes como de infantes locales malnutridos a los cuales nuestros queridos protagonistas habrán purificado con el más tierno de los selfies.

Madurez: hallamos en este modelo de vacaciones la realización del máximo esplendor del Upper Diagonaler. Puro vitalismo nietzscheano, gozará de los mejores hoteles en los países más recónditos. Atrás quedaron los tiempos en los que el polo Ralph Lauren se conjugaba con un collar de conchas. En este caso la elección de destino no tendrá un patrón común, sino que abarcará todas las posibilidades que uno pueda soñar. ¿Volar hasta el Monte Fuji para disfrutar de un masaje con algas marinas? ¿Sobrevolar el Amazonas en zeppelín? ¿O de shopping a la Gran Manzana, quizá? You name it. El Upper Diagonaler de mediana edad no necesita dar explicación alguna. Hace lo que quiere, y lo hace por la misma razón que el perro se lame el hocico: porque puede.

Vejez: de vueltas a la juventud, pero ya sin ella. Aquí se procede a una interesante regresión, cansado de una vida de uso y abuso materialista, llega la etapa de redención donde el Upper Diagonaler persigue en sus vacaciones la plenitud robada de un tiempo pasado que nunca existió, y, con ella, la vuelta a la búsqueda del espíritu aventurero, aunque ahora ya con una apariencia de colonizador que le delata. Botas altas, calcetín blanco bien tenso, bermudas Coronel Tapioca y un sombrero panameño. El Upper Diagonaler se va a África, y Bambi corre a esconderse entre la maleza. El cielo en la tierra.