Desde el renacimiento del tranvía Barcelonés en 2004, muchos nos hemos preguntado por qué se implantó este modo de transporte público únicamente en los extremos de la Diagonal, dejándolo sin conexión por en medio. La excusa que siempre se ha dado es que unir los tranvías entorpecería la circulación de coches por el centro, como si el transporte privado importase más que el público.
El coche nunca podrá ser la base de la movilidad urbana
¿Tiene sentido práctico privilegiar el vehículo particular como modo de transporte de una metrópolis? ¿Se puede incluso crear un sistema de movilidad urbano eficaz basado en el coche? La respuesta es muy sencilla: no. Imposible. Incluso si todos fuesen eléctricos y los condujeran robots. Incluso si volasen. Es imposible por un motivo muy sencillo: el automóvil de uso personal es antiurbano. Sí, existen muchas ciudades planificadas en base a él, pero siempre con el mismo resultado: un montón de tráfico completamente atascado a pesar de tener unas autovías muy anchas y supuestamente modernas. Lo reconocen todos los ingenieros de tránsito hoy en día: no se puede solucionar una autovía con embotellamientos añadiendo más carriles, porque eso solo acaba incrementando la demanda para usar el coche particular, resultando rápidamente en autovías igual de intransitables que antes o peores.
Esa es la paradoja de un sistema de movilidad basado en el auto privado: únicamente se puede “mejorar” añadiendo más capacidad vial, es decir, ocupando más espacio físico. Y esto siempre acaba “restando” espacio físico de otros usos, como por ejemplo, edificios, plazas, parques… la ciudad misma.
En cambio, cuando hay una carencia de capacidad en transporte público, eso se puede solucionar añadiendo “frecuencia de servicio” y no necesariamente añadiendo espacio físico. Lo curioso es que este sistema “mejora” cuando más personas hacen uso de él y se amplía el servicio, mientras un sistema de transporte basado en el coche de uso personal “empeora” cuando más personas hacen uso de él. En realidad, el auto solo es idóneo como medio de transporte “rural”.
Por eso desplazarse en él es esencialmente antiurbano. Promueve, al fin y al cabo, la destrucción de la ciudad densa e intensa y su reemplazamiento por un disperso (sub)urbanismo. Solo hay que visitar Los Angeles, Atlanta, Houston o Detroit para ver lo poco “urbana” que es una ciudad optimizada para el coche particular. De hecho, L.A. tuvo una vez una red de tranvías, pero la industria automóvil-petrolífera la compró y la desmontó completamente para impulsar la venta de coches privados y carburante. Ahora L.A. empieza a reconocer que el transporte público es la única solución a sus atascos y a su famosa contaminación atmosférica, y está construyendo un nuevo sistema de movilidad que incluye el tranvía entre otras modalidades.
El coche particular nunca podrá ser la base de la circulación de una ciudad. Dejemos, por tanto, de intentarlo. Si queremos vivir en una ciudad en lugar de en un donut, tenemos que priorizar siempre el transporte público por encima del privado. Precisamente por eso hay que unir los tranvías (y ya que estamos, implantar las Superilles) para construir en lugar de destruir nuestra ciudad.