En esta vida hay maestros y hay esclavos. Ciudadanos y gobernantes, trabajadores y jefes, creyentes y dioses. Todos somos muy esclavos la mayor parte del tiempo y no nos engañemos, maestros no somos casi nunca. Y luego hay gente como Enric Duran, que expropió 492.000 euros a 39 entidades bancarias en 2008, dispuesto a poner su vida en peligro por crear otra sociedad basada en otra cosa que no sea el dinero: la solidaridad, la democracia directa, la autogestión. Hablé con él cuando descubrí este mundo que lucha por escapar del binomio. Por pasar de este sistema de maestros y esclavos, a una sociedad libre. Si lo consiguen o no, podemos descubrirlo juntos.
Hace cuatro meses, BCN Més recibió un email de Roig21. Pensé que era una casa okupa que abría al público y fui. Ale Fernández y su sonrisa que nunca termina me abrieron la puerta. El secreto de tanta magia estaba en el lugar, en cómo se lo habían montado para que a cualquiera que no tenga el dinero como objetivo único en la vida, le matara de envidia. Roig21 es una cooperativa de vivienda. Gracias a la publicación ¡Rebelaos!, de Enric Duran, Ale y otra gente habían descubierto a la madre de este otro sistema: la Cooperativa Integral Catalana (CIC), que agrupa a cientos de proyectos cooperativos que quieren vivir fuera de la lógica capitalista. La publicación explicaba cómo crear una cooperativa de vivienda. Así que con un buen par, se pusieron a buscar a un propietario que tuviera una finca deshabitada y negociaron con él. Lo consiguieron. Cada una de las personas que vive allí paga 150 euros por el alquiler del piso. Y tienen dos espacios colectivizados, porque ellos lo han decidido así: un coworking, porque la mayoría son informáticos, y una sala para recibir a gente como yo, perdida en el sistema.
Asamblea, consenso. Esas dos palabras nos suenan, por lo menos, del 15M. Pero aquí no se viene a hablar de cómo reclamar el Estado del Bienestar que se fue o cómo arreglar este mundo tan viciado. Aquí se viene a crear uno propio. Porque Ale y los 1400 socios que forman parte de la CIC tienen una red de abastecimiento y comen productos ecológicos. Tienen una cooperativa de financiación, CASX, en la que puedes guardar tu dinero sin intereses y ayudar a financiar proyectos. Tienen Aurea Social, que cuenta con proyectos para fomentar la educación libre, que los niños sean más autodidactas. También cuentan con expertos que te dan herramientas para que gestiones tu propia salud desde la prevención, y un largo etcétera. Tienen una sociedad propia en la que tú tienes todo el poder sobre ti mismo.
Ale me habla incluso de que gracias a este sistema, uno puede pasar a vivir del intercambio. Comida por conocimientos, talleres por tiempo. Yo necesito papeles y tú eres abogada, tú necesitas arreglar tu ordenador y yo soy informático. Todo ese mundo sin Estado, sin alguien por encima que te diga lo que puedes y debes hacer, existe. Y a lo que todavía no llega el intercambio, llegan los ecos, la moneda social que utilizan para comprar y vender cosas dentro de la cooperativa. Es emocionante. Son independientes, son solidarios, dedican su energía a aquello que de verdad quieren hacer. Son libres.
Salgo de allí emocionada. En la dicotomía de los maestros y los esclavos, a la que nadie puede escapar, un grupo de gente lo consigue y vive en democracia, libertad, igualdad y justicia reales. Ese sistema con el que he soñado tantas veces, el de crear un mundo propio donde todo es nuestro y compartido, pero con espacio para mí misma, está ahí. Cuando le pregunto a Ale, después de que me enseñe todo el edificio, si él es feliz así, sonríe con un “por supuesto” que convencería al más escéptico.
Quiero saber más. Me pongo en contacto con la comisión de comunicación de la CIC y quedo con Xavier Borràs en la sede de Aurea Social, en el carrer de Sardenya, 263. El edificio es alucinante, está a dos pasos de la Sagrada Familia. Hay una entrada con recepción, y todo transmite la misma aura que cuando entras a un salón de yoga. Hay muchas salas y todos se conocen. Aquí trabaja comunicación, allí gestió econòmica. En la segunda planta hay una cocina, con sus respectivos cocineros y una lista en la que te apuntas para quedarte a comer y así saber para cuántos preparar la comida. Hay una terraza, con huerto y una piscina de plástico, donde unos cuantos niños juegan, como un campamento de verano. Los padres se turnan para cuidar de ellos. Aquí hay cientos de redes sociales tejidas con esfuerzo y mucho mimo. Hay hasta salas con instalaciones médicas, para sus propias consultas. Es inmenso. Pero, ¿cuánto cuesta todo esto?
El dueño del edificio es afín a la cooperativa. Se financian a través de los socios autónomos, principalmente. Cuando entras a formar parte de la CIC, pagas una única cuota inicial de 30 euros, 30 ecos o 6 horas de trabajo. Si eres autónomo, pagas una cuota trimestral que ronda los 75 euros, en función de tu facturación. Sí, puedes facturar a través de la CIC y ahorrarte una pasta de tasa de autónomos. Ellos se quedan una pequeña parte por la gestión y el requisito mínimo es que tu trabajo respete los principios de la cooperativa, “que sea sostenible, que no dañe a las personas”, me explica Xavier.
El Estado ya no tiene sentido. Y menos cuando el poder cada vez está en manos de menos personas y con unos intereses mucho más alejados de nuestras necesidades reales. Cuando, cada vez más, importa menos lo que sientas y lo que opines. Cuando quien lo gestiona todo solo te pregunta cada cuatro años. Nosotros nos hemos malacostumbrado, estamos muy mal educados. Venimos de un sistema muy capitalista y muy individualista. Nos han enseñado “a tener un jefe, un socio”, dice Xavier, a ir al supermercado y entregar algo tan valioso como nuestra alimentación a empresas como Carrefour o Mercadona, nada sospechosas de querer hacer dinero a nuestra costa. Y lo mismo con la salud y la educación. Apenas conocemos al profesor de nuestros hijos, y eso que es la segunda persona con la que pasan más tiempo. Por no hablar del médico, confiamos en su criterio porque no tenemos ni idea, pero hablamos de nuestra salud, lo único importante en la vida. La salud, la educación, lo que comemos, no el dinero.
El sistema parece no tener fallos. Y las dos personas a las que he conocido citan en algún momento la revolución anarquista que Barcelona vivió en los años 30. En mi cabeza tiene sentido: pasó entonces, pasa ahora. Forma parte de la tradición antiautoritaria de los catalanes, en general. Por eso, porque necesitaba saber en qué se parecían, recurro a la Universitat de Barcelona, esa fuente de sabiduría, y busco hasta encontrar a Pelai Pagès, doctor en Historia. Una cosa es el cooperativismo y otra el anarquismo. Pero, para mi desgracia y mi bajada del paraíso, el entonces y el ahora poco tienen que ver.
En los años 30, el anarquismo sindicalista triunfó en Barcelona. Los sindicatos eran casas del pueblo, “no se limitaban a actuar cuando aparecía un problema laboral, como ahora”, me explica Pagès. Eran centros que educaban al obrero para el futuro y organizaban desde reuniones sindicales hasta fiestas. Aunque el experimento durara poco, llegó a declarar el amor libre y creó una universidad popular.
Mi cabeza vuela por la feliz revolución y cuando vuelve a su sitio, la CIC me sabe a poco. Como me cuenta Pagès, lo que consiguió la CNT en su momento está a años luz de lo que se consigue ahora. Esta no tiene porqué ser una razón para tirarlo todo por tierra, porque como me dirá Enric Duran, “se hace camino al andar”. Pero hay algunas frases de este historiador que me hacen pensar que quizá el camino andado hasta ahora no lleva al País de las Maravillas, tal y como yo lo había imaginado. “No asustan”, me dice Pagès. Y es cierto. Cuando le pregunto a Ale y a Xavier si tienen problemas con las instituciones, contestan que no, todo lo que hacen es legal y, si acaso, notan que para crear cooperativas nuevas se encuentran más burocracia. “El Estado y la clase dominante toleran cualquier movimiento hasta que lo perciben como amenaza”, narra el historiador, y cuando ese momento llega, lo aplastan.
El problema está en la utopía. Y en la posmodernidad. El anarquismo de principios de siglo creía en una sociedad comunista libertaria, luchaba por educar al obrero y romper con un sistema radicalmente injusto. La CIC pertenece a la era Ikea. Piensa tú, acércate tú, decídelo tú, móntalo tú. La cooperativa está allí para lo que necesites, pero el camino hasta ella lo vas a tener que recorrer tú, nadie va a venir a salvarte. No creo que sean capitalistas, pero sí que cierto individualismo todavía reina. Y que esto no es una lucha por cambiar el mundo, sino por crear uno propio. Xavier me cuenta que no tienen nada en contra del Estado, que se trata de “que no nos moleste”. Y aquí está el problema que señala Pagès, no hay utopía, no quieren cambiar el mundo, podrán sobrevivir y el sistema los absorberá, porque ya está más que demostrado que el sistema y las cooperativas pueden convivir.
Bajón. Porque a mí el cuerpo me pide marcha. Revolución. Y veo que el triunfo de este sistema depende del rumbo que tome el Estado. Esa es su historia y una de las razones por las que el anarquismo terminó fracasando. Si el anarquismo tenía como principal enemigo al Estado –y ya sabemos que todo sobrevive gracias al sustento de un buen enemigo que nos dé el pretexto para existir–, cuando este creó el Estado del Bienestar y empezó a proporcionar educación y sanidad universales, unos derechos y una determinada seguridad social, el anarquismo dejó de tener sentido. El Estado había pasado de enemigo a amigo. Y es un poco triste que la supervivencia del País de las Maravillas dependa de eso. Si el Estado vuelve a ser el enemigo, como todo parece indicar de momento, un sistema alternativo como la CIC puede ser la alternativa. Pues vaya decepción.
Además veo que la CIC todavía tiene grandes dependencias del sistema. Todavía necesitan “cosas de lo viejo”, me contará Enric Duran. Como cuando él, en 2008, necesitó usar a los bancos, que son la antítesis de este mundo y sin embargo, están en su origen. Reducen la dependencia, pero reconocen que independizarse del todo todavía no es posible. Cuando pasen los cinco años de contrato de Roig21, lo más seguro es que tengan que buscarse otro lugar.
Y me falta revolución. Por una parte, no me gusta que no haya una lucha frontal por nuestros derechos, los de todos, hasta los de quienes no saben lo que están perdiendo. Me falta chispa. Los anarquistas del siglo XX querían educar al obrero, salían a buscarlo, conocían sus necesidades reales, que eran las más básicas. Ahora esto es una elite y el obrero como tal, no existe. Hay una clase trabajadora, más pobre ahora que hace cinco años, pero no hay toda una sociedad víctima y esclava de toda una clase de maestros sin espíritu ninguno.
En medio de esta contradicción sucede el desalojo de la nau de Poblenou. Desahucian a unos 370 inmigrantes sin papeles sin violencia policial, pero con muchísima tensión. A la puta calle. Y recuerdo que he hablado con Xavier de esto. Que me contó que había un colectivo de inmigrantes con problemas de vivienda, papeles y trabajo. Hablaron con ellos y les propusieron una solución: crear una cooperativa de chatarreros, que era el trabajo de la mayoría, para solucionar los problemas legales. Pero por los vídeos del desalojo, veo que esto no ha pasado. Y me cabreo. Mucha autogestión, mucha libertad y mucha igualdad, pero cuando la realidad pega de frente, nada reacciona. Gana el Estado, gana el ajuntament, gana Trias, que seguirá siendo alcalde y ganando elecciones, gana el sistema. Nadie va a ir a salvarles, la CIC tampoco.
Para no ser injusta diré que yo tampoco estoy ahí. Que no conozco el lugar ni a una sola de esas personas que vivían en la nave y que ahora no tienen ni eso. Que la CIC no es una ONG. Que no puede llegar a todo. Que, de verdad, no he cambiado el chip y sigo siendo una burguesita, trabajadora precaria y todo lo que eso conlleva, pero una burguesa al fin y al cabo. Mi contradicción avanza y sinceramente, necesito un héroe.
Por eso quiero hablar con Enric Duran. Porque lo que él hizo y hace va más allá de todo esto. Él me recuerda a los anarquistas de principios del XX, porque ha puesto todo lo que tiene en este proyecto. Y solo él puede resolver mis dudas: si esto puede ser una revolución o es un mundo posmoderno para intelectuales que nada tiene que hacer contra lo que existe. Porque, después de “robar” casi 500.000 euros a los bancos, tuvo que huir y hablamos por email porque está en paradero desconocido. Estuvo en la cárcel cuando decidió dar la cara. Cuando salió el juicio se dio cuenta de que tenía todas las de perder. Esto es serio. Él no forma parte de una cooperativa donde todo es legal y ya está, él ha molestado al sistema y el sistema ha ido a por él. Si toda la CIC fuera como él, ahora tendríamos un follón estupendo con el Estado, el contraste entre los dos sistemas habría sido brutal y no sé si estaríamos mejor, pero tendríamos un camino, una revolución de verdad.
Fotos de Enric Duran, Mallorca 2012, por Gladys G. Afán
Así que por fin, hablo con Enric Duran. Tranquiliza, tiene la mirada puesta en el largo plazo, una perspectiva histórica, “se hace camino al andar”, resumirá al final. “Podemos vivir sin Estado y cada día somos más los que lo hacemos”, dice muy convencido. Yo tengo mis dudas. Si se pudiera vivir sin Estado tal vez no tendría que estar fuera de Barcelona. Pero no van a luchar contra él. “Si tú no quieres participar de una cooperativa integral y en cambio quieres establecer una relación de derechos y deberes con el Estado, puedes hacerlo; yo no quiero y en cambio exijo que se respete mi derecho a que la forma de organización social y política con la que yo establezco una corresponsabilidad sea con una cooperativa integral”. Be free. Es consecuente, pero no es revolución. Viviremos sin Estado, pero no lucharemos contra él. Adiós, antepasados anarquistas.
La parte buena es que si este sistema se impone, esta palabra, imponer, desaparecerá del diccionario. La CIC no pretende que todo el mundo adopte su forma de vida, sino que quien quiera, pueda hacerlo, “y esto es un matiz importante porque es la diferencia entre la libertad y el totalitarismo”. Esto me gusta y me salva un poco de la contradicción, si odian que el sistema se imponga, lo justo será no imponer el suyo.
Pero sin revolución, sin lucha frontal, ¿cómo conseguir llegar a todo el mundo, cómo convencerlo? La CIC no está en el primer paso, que es el más importante, el de despertar y querer cambiar el mundo. Que si contamos con el de al lado y nos organizamos, no hay nada que se nos resista. Pero por otra parte, me sigue pareciendo demasiado posmoderno y muy poco revolucionario. Veo una lucha tímida, que no quiere molestar. Un oasis. Y en eso creo que se parece al sistema podrido en el que todavía vivo, el del sálvese quien pueda. Enric tiene respuesta para todo y dicho por él todo parece más fácil. Hablar con él aclara cosas, pero no sé si para bien o para mal, y de vuelta a la realidad, veo que hace falta mucho trabajo, mucho esfuerzo, muchas ganas, mucha gente.
Así que no me atrevo a darte una conclusión. No puedo decirte si ellos escapan del binomio, si son maestros, son esclavos o libres. Lo que sí puedo decir es que a pesar de mis dudas, yo aún quiero formar parte de esto. Me quedo con lo que me gusta, huir del Estado y que decidamos tú, yo, nosotros, todo lo que concierne a nuestras vidas. Y esto la CIC lo hace. Pero, al fin y al cabo, es posible que no haya cambiado el chip para asimilar este sistema tan nuevo y diferente. Pero para demostrar que, de todo esto, he aprendido algo, solo puedo terminar este artículo de una manera. Y es que la conclusión…
… la saques tú (si quieres). Bienvenido a la era de la autogestión.