Un reciente estudio señala que los catalanes ricos viven doce años más que los pobres. En Barcelona, esta brecha se traduce en que la esperanza de vida en determinados barrios supera en siete años la de otros. La historia del CAP del Raval Nord nos sirve como ejemplo para ilustrar no solo que la sanidad pública tiene grietas sino que, por desgracia, no es lo más importante si queremos vivir más.

“El Macba es el enemigo.” Esta frase de Ángel Cordero, usuario del centro de atención primaria (CAP) del Raval Nord y miembro del colectivo Acció Raval, condensa todos los ingredientes que han llevado a los vecinos del barrio a una situación de enfrentamiento tanto con el Ayuntamiento como con el Museu d’Art Contemporani de Barcelona (Macba) y con los numerosos tentáculos que esta institución tiene en el Raval.

La historia, que por sí sola ya responde a la pregunta que planteamos en el titular, tiene varios protagonistas. Por un lado, los vecinos, que desde hace años reclaman un nuevo centro de salud que cubra las necesidades de un barrio que solo en la zona norte congrega más de 22.000 habitantes, atendidos en estos momentos “en un espacio pequeño, con apenas acceso para camillas y sillas de ruedas, y este último invierno se ha pasado sin calefacción”, explica Cordero, quien destaca el coraje de unas plataformas vecinales tradicionalmente muy activas, que “se niegan a dejar los pocos espacios que quedan en el barrio en manos del Macba”.


Astérix vive en el Raval…

Y hacen bien, señala Daniel Sorando, doctor en Sociología urbana, experto en procesos de segregación por barrios y autor del libro First We Take Manhattan: la destrucción creativa de las ciudades (Catarata, 2017), que estudia la gentrificación en diferentes barrios del mundo, entre ellos el Raval. Sorando propone llamar a las cosas por su nombre y abandonar de una vez aquella vieja idea de que el Macba llegó al Raval para dinamizar la vida del barrio y poner la cultura, a priori un ascensor social, en manos de todo el mundo. “Tanto el Macba como el resto de instituciones culturales –el CCCB, el FAD, el Convent dels Àngels– son centros de élite para cuyo disfrute es necesaria una formación muy alta a la que no tiene acceso toda la población.” Es decir, que los vecinos del Raval lo que realmente necesitan son “centros de educación infantil y primaria dotados de recursos para atender la complejidad del barrio, bibliotecas y, por supuesto, buenos servicios de salud, especialmente de atención primaria”, y una vez cubiertas estas necesidades, entonces sí, poder disfrutar de lo último de Santiago Sierra.

“Tanto el Macba como el resto de instituciones culturales son centros de élite para cuyo disfrute es necesaria una formación muy alta a la que no tiene acceso toda la población.”

Para Sorando, este tipo de centros de alta cultura “no solo no son para el barrio, sino que cuando se acumulan en un espacio tan pequeño provocan una espantada de la población a causa del aumento de precios, sobre todo de la vivienda”. Pero los vecinos del Raval, bromea Cordero, son como los violinistas del Titanic, “como aquellos galos de la aldea de Astérix y Obélix”, que resisten pese a los envites de la gentrificación mediante lo que Sorando denomina “estrategias de hacinamiento, similares a las que se dieron en el barrio de Kreuzberg en Berlín cuando llegó la gentrificación: la inmigración turca decidió quedarse en el barrio y, para poder permitírselo, no les quedó más remedio que agruparse varias familias en una sola vivienda”, asumiendo una serie de consecuencias tanto a nivel económico como psicosocial.


… pero Goliat también

Vayamos al duelo a tres que es, desde hace años, el futuro del CAP del Raval Nord. Todo empezó hace trece años, cuando los vecinos comenzaron a reclamar un nuevo centro de atención primaria por razones que te escupen a la cara nada más atraviesas la puerta –la cual, para empezar, se abre mal y solo hacia fuera, algo que ocasiona una gran cantidad de problemas si tienes la movilidad limitada o vas en silla de ruedas–. “La situación es ahora de auténtica emergencia. Hay humedades, y la sala de pediatría no tiene divisiones físicas, de manera que el riesgo de contagio es mayor. Además, el centro es minúsculo, apenas puede pasar una camilla o una silla de ruedas; se producen colapsos en los pasillos y, en definitiva, la población se siente desatendida”, afirma Iñaki García, miembro de la Plataforma per un Cap Nou al Raval Nord.

Así pues, las demandas vecinales dieron lugar a que se estudiase una posible ubicación para un segundo CAP, y tanto los técnicos del Servei Català de la Salut como los propios vecinos coincidieron en señalar que, de los ocho emplazamientos propuestos por el Ayuntamiento, el mejor era la Capella de la Misericòrdia, un espacio actualmente vacío que el consistorio de Xavier Trias cedió en su día al Macba para la construcción de equipamientos culturales. “Por metros cuadrados, acceso, ubicación y porque no priva de espacios públicos al barrio es el mejor lugar para el CAP”, señala Cordero.

Los únicos grupos municipales que apuestan por revocar el contrato con el Macba y construir de forma inminente el nuevo CAP en la Misericòrdia son Barcelona en Comú y la CUP, con la oposición del resto, que aboga por buscar un nuevo emplazamiento que responda tanto a las necesidades de los vecinos como del museo. “Se propuso también el espacio que se encuentra entre el Macba y el cuadro de Chillida”, afirma Cordero, algo que supondría privar de un espacio público a un barrio cuya densidad es superior a la media de la ciudad y que no va precisamente sobrado de ellos. El desenlace se debería saber el 3 de mayo, tras el cierre de esta edición, cuando los grupos municipales voten al respecto en el último pleno antes de las elecciones municipales del 26 de mayo.


¿Hacia el modelo americano?

Como decíamos, el affair CAP responde en buena medida por sí solo a la pregunta del titular, más en boga que nunca a raíz de la publicación de un estudio en la revista Preventive Medicine, que señala que la esperanza de vida de los catalanes ricos es doce años mayor que la de los pobres. Para elaborar el estudio, un grupo de expertos analizaron los datos proporcionados por la Generalitat, que calcula el copago farmacéutico a partir del nivel de renta de los individuos. “Se dividió la población en tres grupos: las rentas mayores a 100.000 euros brutos anuales, las que oscilan entre 18.000 y 100.000 y las de menos de 18.000”, explica Usama Bilal, experto en Epidemiología Urbana, docente en la Universidad de Drexel (Philadelphia), y autor del estudio, que asegura que el resultado de la investigación es, cuanto menos, estremecedor en un país desarrollado con uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo.

Es fundamental dotar la atención primaria de mejores recursos, nutricionistas, expertos en salud mental, rehabilitación, trabajadores sociales… La población estará más sana y necesitará menos hospitales.

Esto se debe a que “lo que más influye en la salud no es el sistema sanitario”, asegura Javier Padilla, médico de familia, experto en Salud Pública y miembro del Colectivo Silesia, un think tank sobre políticas de salud para combatir la precariedad. Padilla insiste, sin embargo, en que una sanidad pública de vocación universal no puede construirse “sin un sistema de atención primaria fuerte, dotado de recursos y con mayor inversión en las zonas deprimidas. En este sentido, parece de recibo que un barrio como Gràcia necesitará menos recursos por habitante que el Raval”. Bilal coincide, y destaca que “es fundamental dotar la atención primaria de mejores recursos, nutricionistas, expertos en salud mental, rehabilitación, trabajadores sociales… La población estará más sana y necesitará menos hospitales”. Para Padilla, el principal problema de la sanidad pública en España es, precisamente, “la prestación de servicios públicos con recursos privados, que da lugar a un problema estructural que es necesario revertir cuanto antes: actualmente el 90% de problemas de salud se resuelve en los hospitales, que están mucho mejor financiados”.


Trinitat Nova versus Tres Torres, a (siete) años luz

Según datos de la Agència de Salut Pública de Barcelona, correspondientes al periodo 2012-2016, la esperanza de vida media en la ciudad es de 84,1 años, un número ascendente frente a los 82,5 correspondientes al periodo 2006-2010. Sin embargo, frente a los 77,7 años de esperanza media de vida de Vallbona, los 79,2 de Trinitat Nova o los 80,6 de Baró de Viver, encontramos 87,2 en Vila Olímpica, 86,2 en Pedralbes, 86 en Tres Torres y 85,9 en El Putxet. La brecha asciende a siete años entre algunos barrios, un fenómeno que conoce bien el autor del estudio, Usama Bilal, residente en Estados Unidos, donde las diferencias entre ricos y pobres son todavía mayores. “Mientras hablamos estoy frente al balcón, –nos cuenta vía Skype–. Si miro a la derecha hay una zona residencial cuya esperanza de vida es muy alta, como la de Japón o España, y a la izquierda, con apenas 4 km de diferencia, la esperanza de vida media es veinte años menor, ¡veinte!, similar a la de Afganistán”.

En cualquier caso, la falta de un centro de atención primaria en condiciones en un barrio de alta complejidad como el Raval es solo la punta del iceberg de una larga serie de ausencias que van más allá de la sanidad y que tienen su origen en la desigualdad. “Se necesitan políticas sociales y fiscales efectivas que reduzcan la desigualdad”, explica Padilla, y nos recuerda que España es el cuarto país más desigual de la UE, según un informe reciente de Intermon-Oxfam. Y no solo eso: tras Bulgaria, es el segundo país en que la distancia entre ricos y pobres ha aumentado más a consecuencia de la crisis.

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Precarios y autónomos, ¿quién se atreve a ir al médico?

“Un habitante de un barrio deprimido puede que tenga dos trabajos, una vivienda peor, personas a su cargo, viva en un ambiente más contaminado y disponga de poco tiempo, recursos e información para cocinar y hacer deporte. No podemos exigirle que tenga, además, la responsabilidad individual de adoptar pautas saludables que no está en condiciones de asumir, teniendo en cuenta que muchas personas no tienen siquiera acceso a una cocina propia ni a los suministros eléctricos necesarios”, señala Padilla. Bilal destaca, además, que “las clases bajas suelen tener trabajos precarios que no pueden desatender para ir al médico y viven en barrios menos limpios, más deteriorados, con peores servicios. Además, el tabaquismo y el alcohol tienen una mayor incidencia en los barrios pobres”. Es, por tanto, urgente “apostar por políticas públicas universales que beneficien al grueso de la población”, empezando por dotar a las ciudades de una red de transporte público efectiva que reduzca la contaminación y mejore la calidad y el tiempo de los desplazamientos, o gravar las bebidas azucaradas y los ultraprocesados, por ejemplo.

Así pues, la progresiva precarización de la sanidad pública, que da lugar a aberraciones, en palabras de Padilla, “como que las empresas puedan desgravarse la contratación de un seguro privado, o que entre un 10% y un 20% de recursos públicos, dependiendo de la comunidad, se destinen a la sanidad privada”, es, al fin, lo menos deseable para todo el mundo. También para aquellos que pueden permitirse la privada, “que acaba siendo un generador de demandas en salud, con chequeos excesivos y sin sentido, además de un gran amplificador de las desigualdades. Si todos fuésemos usuarios de la sanidad pública el sistema sería mejor”.

En estas circunstancias de precarización de lo público, del que es un gran ejemplo la lucha por un CAP digno en el Raval Nord, los vecinos optan por la resistencia activa para conseguir un centro cuya construcción oculta, en el fondo, una disputa ideológica. “Mira que me gustan las cosas raritas, y me encantaba ir al Macba el día que era gratis. Ya no voy. Ahora es el enemigo”, dice Cordero. Y García remata: “No es una lucha entre cultura y sanidad, va más allá: es, en realidad, contra la situación permanente de degradación y dejadez que vive un barrio que ha quedado en manos de los grandes intereses turísticos y culturales”.