No levantamos cabeza con la moda. Bread & Butter nos ha plantado. No habrá primavera en enero. Los hoteleros no se llenarán los bolsillos. Los exhibidores, conservadores ellos, no se la quieren jugar y prefieren quedarse con Berlín. Puede que vuelvan con alguna edición en verano, que es cuando más mola el Mediterráneo. Entonces podríamos desviar a los guiris hacia la Fira y sentarnos a comer helados en el Passeig Joan de Borbó, despejado al fin. Pero no, no parece que los sueños se vayan a hacer realidad.

Porque lo malo es que Barcelona no tiene un antiguo aeropuerto nazi, reconvertido en base estadounidense para aliviar bloqueos soviéticos como Tempelhoff, el perfecto escenario hipster. La Fira es una cosa mucho más normalita. Cuando se fue, el presidente Müller dijo: “Barcelona, no llores, levántate y haz algo, mueve tu futuro. Hemos demostrado que esto puede funcionar y ahora dejamos un hueco”. Y en plan Lázaro zombie, organizamos The Brandery, un semifracaso que ha quedado en suspenso.

Ahora estamos con la 080 y se nos ha ocurrido una cosa mejor: Barcelona Bridal Week. La Fira la acogió en su 24ª edición y vamos a repetir en mayo. Las bodas dejan pasta y le van muy bien al rollo pasteleo catalán. Pero, para qué vamos a engañarnos, no es lo mismo. No hay el mismo glamour. Y aunque Müller siempre ha querido volver a Barcelona y admite que en Berlín no tiene el mismo impacto que aquí, nos vamos a dar con un palmo de narices. A la organización se la pela Barcelona: con profundo dolor, no hay más que entrar a su web y ver cómo celebra, foto de chico haciendo el corazón con las manos mediante, que Bread&Butter remains Berliner. Con exclamación y todo.