Los mandos del “camión hidratante”, el “furgón lanza agua” o el Botijo, como lo llaman popularmente los Mossos, son dignos de Regreso al futuro:  (amarillo, verde, azul, rojo) de máquina recreativa Space Invaders, dos joysticks Street Fighter II e interruptores grandes y simples de fábrica soviética.

Se leen las palabras GAS, COLORANTE, AGUA, MOTOBOMBA, ESPUMA, SELECTOR BICHORRO y (por si el mosso está un poco despistado) INTERRUPTOR e INTERRUPTOR. Hay un walkie-talkie muy Mel Gibson en Arma letal. Al lado, la pantalla para controlar el perímetro: un mini televisor del tamaño de un microondas. Y por último el volante de camión Pegaso de los ochenta. Un mosso conduce y el otro dispara.

Para que luego digan que los políticos solo miran a corto plazo, en 1994 el profético Xavier Pomés, por entonces Director General de Seguretat Ciutadana, ya previó cuáles serían las necesidades de los Mossos en 2019, cuando las bolas de goma superaron el cupo de ojos per cápita y hubo que encontrar otra forma de dispersar a las masas de gente que se mete donde no le llaman. Xavier Pomés mandó crionizar el Botijo para que veinticinco años después sacara las alcachofas del horno a los antidisturbios. Y así se despertó el Botijo en nuestros días, digno heredero de Demolition Man, con sus 3.500 litros de agua fresca, espuma, colorante, gas lacrimógeno y un cuadro de mando Halcón Milenario. Otra cosa es que este Mercedes Benz RCU-3500 cumpla con la normativa antiemisiones de cualquier país de la UE, pero a ver quién le pone una multa a los Mossos.

La empresa israelí que lo fabricaba, Beit Alfa Industries, publica en su página con sórdida vanidad: “Los vehículos BAT para el control de disturbios han superado la ‘prueba de fuego’ en más de 30 países de todo el mundo.” El chorro de agua llega hasta los sesenta metros y alcanza los doscientos kilómetros por hora. También es capaz de desubicar ojos de sus cuencas originales y de imprimir velocidad a los cuerpos humanos para que impacten en superficies duras y/o puntiagudas. Es decir, potencialmente tan peligroso o más que las balas de goma. (Otros profetas, el grupo Snifalefa, cantaron en su éxito Botijo: “Cuando lo encontré / todo fue maravilloso, / pero fui a beber / y me ha sacado un ojo. // Botijo, / devuélveme mi ojo / que no veo un pijo.”)

Las imágenes que corren por internet de la “tanqueta cantimplora”, la “manguera antirrojos”, “la Ballena” o el “camión porrón” no dejan lugar a dudas: el mejor amigo de los containers en llamas, publicitado como el arma definitiva contra las manifestaciones que no, se mueve como un hipopótamo entre la decepción de los asistentes. Lanza agua, sí, pero más como un aspersor de jardín de casa adosada. Quizá los veinticinco años de letargo le han dejado la próstata marchita. Parece que las fuerzas de seguridad, ya humilladas con el Piolín, no vayan a levantar cabeza. Y, además, precisamente en Catalunya, contamos con un arma de defensa que ya ha causado pavor antes y que sigue perturbando los sueños de la Policía Nacional.

No es una bomba incendiaria, para las que el Botijo tiene defensa, ni tampoco lanzar pintura al parabrisas para que el conductor no vea nada, ni tumbarse en el suelo para evitar que el chorro nos modifique el centro de gravedad. No. La defensa catalana, el gambito barcelonés, emula las técnicas de subversión juvenil de los años ochenta que los radicales han aprendido de películas tan subversivas como Solo en casa: nos referimos, como es evidente, a la “trampa del Fairy”.

Se está haciendo un seguimiento muy riguroso de todas las partidas de este peligroso detergente que podría causar el desastre del Botijo y un tsunami de espuma que, de repente, limpiara todas las calles (sí, sí, como decía Albiol, pero…) de las fuerzas represivas, el empleo precario, la especulación inmobiliaria y la corrupción de los partidos políticos. Enric Millo está que trina y dice que ya lo advirtió. Los Mossos cachean a los radicales en busca de muestras de Fairy, de estropajos o bayetas. Las existencias en los supermercados están bajo llave, como el jamón bueno. 

¿Y el Botijo? Seguramente, volverá a dormir otros veinticinco años. Otra gran inversión en materia de seguridad.