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By Ferran Capo

Más allá de los contenedores quemados, la humareda, el helicóptero sobrevolando Sants o las sirenas activadas de las furgonetas de la Brigada Móvil circulando a toda prisa por las calles estrechas del barrio barcelonés, el desalojo, en mayo del año pasado, del Centro Social Autogestionado Can Vies, sorprendió a buena parte de la opinión pública… ¡por la reacción de los vecinos!

Tras la primera noche de disturbios posteriores al desalojo, los miembros del centro okupado convocaron una concentración en la plaza de Sants —muy cerca de Can Vies— que protestaba por la decisión del Ayuntamiento gobernado entonces por el convergente Xavier Trias. Acusaban al alcalde y al regidor del distrito, Jordi Martí, de haber ordenado la demolición sin tener en cuenta la proyección que el centro social tenía en el barrio, tras sus 18 años de vida.

Seguramente, los talleres de todo tipo sumados a las actividades culturales y lúdicas, que durante ese tiempo organizaron distintas generaciones de ocupantes, acabó haciendo que Can Vies arraigara en el barrio. Este contexto ayuda a entender que en los días posteriores al desalojo e intento de demolición del centro social y a la concentración —de centenares de personas— de rechazo a la actuación del Ayuntamiento, se sumó una cacerolada entre el vecindario que retumbó por todo el barrio. Cuando se ponía el sol, desde cualquier rincón de Sants se podía oír el repicar de un objeto contundente contra el metal de la cacerola. Vecinos de todas las edades salían a sus balcones para, a su manera, exteriorizar su rechazo a las pretensiones institucionales de borrar a Can Vies del mapa.

Sin obviar las voces críticas contra algunas de las actividades realizadas en centro social, que también las hubo e incluso llegaron a organizarse, la reacción de solidaridad con los okupas, de buena parte del vecindario, ayuda a hacerse una idea de qué es Sants. Seguramente, el distrito con más asociacionismo de Barcelona.

La Asamblea Indignada, el Ateneo Libertario, los Castellers, los Diables, el Centro Social, la Comisión de vecinos de la Bordeta, la cooperativa La Ciutat Invisible, el diario La Burxa, el semanario La Directa, la Universitat Lliure, la Red de Intercambio, la Red de Bibliotecas Sociales, el mencionado CSA Can Vies y, por supuesto, Can Batlló, son ejemplos de algunas de las entidades establecidas en el distrito.

La conversión industrial de Sants, cuando en los siglos XVIII y XIX dejó atrás su pasado agrícola, transformó también el carácter de algunas de sus gentes. Fue una de las zonas más industrializadas de Barcelona —el Vapor Vell o la España Industrial— y, por consiguiente, uno de los sitios donde más creció la organización del movimiento obrero, hasta el punto de celebrarse allí el primer congreso de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), en 1918.

‘Can Batlló es pel barri’

[quote align=»left»]Cansados de esperar la ejecución, que nunca llegó, de un plan metropolitano, que ya en 1976 definía el recinto industrial como una zona de equipamientos, viviendas sociales y una zona verde, los vecinos decidieron actuar por su cuenta.En el barrio de la Bordeta, en el mismo distrito de Sants, se levanta un recinto industrial con una superficie de 22.000 metros cuadrados. Es Can Batlló, un antiguo recinto textil de dimensiones descomunales —ocupa una tercera parte del barrio— que empleó a centenares de hiladores, estampadores y tejedores. De la actividad industrial que se llevó a cabo, hoy sólo queda una alegoría, en forma de flecha, que los vecinos construyeron y colgaron en una de las naves, tras recoger un montón de bobinas de hilo sintético que encontraron en una sala que había sido un taller de género de punto.

Los 39 años de abandono del recinto, por parte de la inmobiliaria Gaudir —heredera de las familias propietarias— y de las instituciones, enterraron hilos, tintes, estampaciones y tejidos. Pero el barrio conserva bien vivo el espíritu de la organización obrera del siglo pasado. Y la voluntad de los vecinos, junto con la fuerza de algunas entidades del distrito, puso fin, hace más de cuatro años, a la condena al olvido de Can Batlló.

Cansados de esperar la ejecución, que nunca llegó, de un plan metropolitano, que ya en 1976 definía el recinto industrial como una zona de equipamientos, viviendas sociales y una zona verde, los vecinos decidieron actuar por su cuenta.

Bajo el paraguas de la plataforma ‘Can Batlló és pel barri’, el 11 de junio de 2011 un grupo de personas entraron en el recinto. Fue una acción premeditada. Habían avisado ¡dos años antes! a los responsables del Ayuntamiento que si no empezaban a ejecutar el plan de rehabilitación previsto, ellos mismos lo harían con sus propias manos. Y así fue.

El sábado 11 de junio de 2011, a las 11h, se iniciaron tres pasacalles festivos que contaron con la participación de distintas entidades como los Castellers de Sants o los Timbalers para acceder a Can Batlló. La jornada lúdico reivindicativa, con participantes de todas las edades, terminó dos días después. Durante esas 72 horas se programaron talleres, exposiciones, comidas populares, asambleas, proyecciones y conciertos.

“Entrar en el recinto fue la consecuencia de dos años de campaña tanto a nivel de barrio como de ciudad, en el sentido que había una promesa previa de que de una vez por todas esto se abriría como reserva de equipamientos y zonas verdes en el barrio de la Bordeta. Había una modificación del Plan General de Municipal que estaba por ejecutar. Y dijimos: ¡Nosotros ya estamos cansados de incumplimientos!”, explica Jordi Falcó, una de las personas que entró ese día.

La acción sirvió para que el Ayuntamiento les cediera en uso una nave del recinto: el Bloque 11, que desde entonces funciona gracias al esfuerzo de las personas que se organizan de manera asamblearia para gestionar la biblioteca, la sala polivalente y el auditorio que tiene el espacio.

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By Ferran Capo

‘Can Batlló és pel barri’ la forman vecinos del distrito que forman los barrios de Sants, Badal, Hostafrancs, la Bordeta i Font de la Guatlla, que se reúnen una vez al mes en asamblea para organizar tanto las acciones de protesta para seguir recuperando espacios, como para gestionar los que ya funcionan.

Estamos aquí reunidos hoy…

Can Batlló se organiza según las resoluciones acordadas por las distintas comisiones y grupos de trabajo que, mediante la proposición y gestión de proyectos, se encargan de dar vida al recinto. Cuentan con la ayuda de aportaciones municipales —además de pagar las facturas de agua y luz, el consistorio contribuye con los planes de ocupación de Barcelona Activa que, mediante proyectos de inserción laboral, dan trabajo a personas que llevan tiempo fuera del mercado laboral—. “Suerte tenemos de ellos, porque no es lo mismo tener a gente trabajando ocho horas al día durante medio año, que la mano de obra del voluntariado que trabaja un par de horas los fines de semana”, comenta Falcó.

Mientras hablamos delante del bar, que en Can Batlló se denomina Punto de Encuentro, un grupo de tres mujeres sexagenarias cargadas con cepillos, escobas y fregonas se acerca para preguntar dónde está el almacén. “Venimos a limpiar”, dice una de ellas, mientras Falcó les señala la puerta que da acceso al local.

Para hacerse una idea del motor que hace funcionar Can Batlló, la lista de correo interno de trabajo tiene 170 contactos. Son las personas que, a su vez, forman parte de los grupos de gestión, administración y actividades. Otra cosa es que vayan todas a las asambleas generales, abiertas a la asistencia de cualquiera, que se celebran el último miércoles de cada mes. La cantidad de gente que se acerca a estas reuniones depende de los temas a tratar y de la época del año, pero el promedio fluctúa entre las 50 y las 70 personas. Cada, grupo, comisión y proyecto tiene su propia asamblea. La comisión de coordinación, que se convoca cada jueves y a la que acuden representantes de cada uno de los grupos, sirve de engranaje para debatir luego los proyectos y las ideas en la asamblea general.

El corazón: Bloc 11

Por ser el primero que liberaron los activistas y el que recoge la mayor parte de la actividad vecinal de Can Batlló, el Bloque 11 es un emblema. Dispuesto de forma paralela a la calle Constitución, se divide en cinco naves que albergan el bar, los talleres de carpintería y de infraestructuras, la imprenta —que se encarga de los carteles y la difusión de actividades— y el taller de cerveza artesana.

“Durante este tiempo hemos conseguido que cedan de manera temporal todas las naves del Bloque 11 para usos provisionales y para que no estén cerradas. Ahora se están llevando a cabo las obras de viviendas para dar más habitabilidad a la zona, eso lo hace el Ayuntamiento. También urbanizan las calles para dar movilidad, pronto tendrán terminada la que abrirá el barrio a la Gran Vía. Eso facilitará mucho la accesibilidad a esta zona de la ciudad, que entre las vías del tren y las tapias, hasta ahora quedaba muy cerrada”, explica Falcó.

Durante este tiempo, la vida en Can Batlló se ha desarrollado en el Bloque 11. Y qué mejor que el Punto de Encuentro para que Mia, de la Asociación de Vecinos de Sants, y Mercè, dos activistas veteranas del barrio que se reparten, con otros, el voluntariado del bar, cuenten algunas de las actividades.

“Hay días en que se pueden celebrar hasta cinco actividades. El segundo sábado de cada mes, por ejemplo, se organiza un mercadillo punk. El mismo día se están explicando cuentos a niños y niñas en otra sala. En otro espacio hay una reunión de una cooperativa… Los jueves viene una gente que promueve una cesta verde con verdura y fruta ecológica. Ese mismo día se acerca una chica a vender el pan que ella misma elabora. Celebramos cabarets, en el bar pronto venderemos cerveza artesana que se produce aquí. Hemos organizado jornadas solidarias, talleres de grafitis, de malabares… ¡vamos un poco de culo!”, resuelven, y eso sin contar con los 11 talleres gratuitos —capoeira, taichí, yoga, meditación, teatro, baile en línea, salsa o malabares— programados para este otoño. Los talleres de infraestructuras y de carpintería se ocupan de arreglar los desperfectos, como puertas rotas, o la fabricación de mesas y soportes de aluminio para sujetar máquinas… que los distintos proyectos requieren.

Mercè tiene otro proyecto en la cabeza: montar un comedor social. “No será gratuito porque difícilmente recibiremos subvenciones, aunque eso sería la hostia, pero tenemos previsto servir comida a un precio muy razonable. Casi a precio de coste, porque trabajaríamos como una cooperativa”El grupo de infraestructuras, por ejemplo, se define por “profesionales y aprendices de la metalurgia, la electricidad, la mecánica, la lampistería y la pintura, que comparten utensilios, conocimientos y motivaciones para rehabilitar espacios en Can Batlló”. Para conocer horarios y grupos de trabajo tanto de estos como del resto de actividades, sólo hace falta acercarse al bar donde, de paso, por un euro y medio se puede degustar la cerveza artesana La Bordeta, elaborada en otro de los talleres.

Mercè tiene otro proyecto en la cabeza: montar un comedor social. “No será gratuito porque difícilmente recibiremos subvenciones, aunque eso sería la hostia, pero tenemos previsto servir comida a un precio muy razonable. Casi a precio de coste, porque trabajaríamos como una cooperativa”, explica.

La realización de este comedor social serviría para que el bar no fuera la única fuente ingresos de Can Batlló. Aunque la cooperación con el Ayuntamiento mitiga la falta de recursos para dar vida al recinto, los activistas buscan otras fuentes para financiarse. Eso sí, siempre bajo el principio de usar los equipamientos para que las actividades que allí transcurren reviertan positivamente en el barrio.

Tener las prioridades en orden: la biblioteca

La biblioteca, además del taller de infraestructuras —que ayuda a la restauración del recinto—, fue el primer proyecto que cogió forma desde el primer día en que los vecinos accedieron a Can Batlló. “A partir de ese momento empezaron a entrar libros procedentes de donaciones. Todos los que hay en este espacio son donados, especialmente por gente del barrio”, explica Montse, jubilada, desde detrás del mostrador.

“Contamos con la ayuda de dos bibliotecarias profesionales que nos asesoran en la gestión y en la catalogación. Es imposible saber exactamente cuántos libros hay porque todavía quedan muchos por catalogar y tenemos el almacén lleno de cajas, pero puede que haya más de 12.000”, comentan Monste y Cesc, que se unen a la conversación.

Además del préstamo de libros, la biblioteca planifica actividades, como presentaciones de obras, un club de lectura y un cuenta cuentos infantil, en un espacio reservado para los más pequeños. “El otro día vino una ilustradora y, después de leer un cuento, sacó unos dibujos suyos para que los pintaran los niños”, recuerda Núria. Se pueden seguir las actividades programadas a través de la web propia —además de los perfiles sociales más utilizados— de que dispone la biblioteca. El horario de abertura es de 10h a 13h y de 17h a 20h.

Cooperativismo y autogestión

Tras el largo abandono, en el recinto quedan otros cuatro bloques en pie: el 2, el 4, el 7 y el 8. En este último, la nave central, el Ayuntamiento tiene previsto trasladar la regidoría de Urbanismo, pero el cambio de equipo de gobierno tras las elecciones municipales de mayo ralentiza el proceso. En el 7, que está al lado de la Gran Vía, se ubicará la Escuela de Medios Audiovisuales de Barcelona, que también depende del
consistorio. El 4 se convertirá en el proyecto Coópolis, un vivero de cooperativas. El bloque 2 es el único que, de momento, no tiene asignación aunque algunas voces apuntan a la construcción de un equipamiento municipal. Estos dos últimos proyectos avanzan lentamente porque los bloques son propiedad de la Generalitat, y el Ayuntamiento está gestionado su traspaso.

“Nosotros creemos en la autogestión. Pensamos que los vecinos y los proyectos, el magma de Can Batlló, tienen que seguir desarrollando su plan, y las Administraciones deberían de estar sensibilizadas con las peticiones que vienen: hay que abrirse al vecindario y fomentar la economía de índole social y cercana”, comenta Jordi Falcó.

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El proyecto principal del recinto cumple estas premisas. En el Bloque 4 está previsto que funcione, antes que acabe el actual mandato, Coópolis, un proyecto de doble rasante: por un lado, el fomento de la ocupación en el barrio, y por otro, la promoción de la economía social y cooperativa. En los 4.000 metros cuadrados de la nave se dispondrán espacios de alquiler para emprender proyectos, con una estancia máxima en las instalaciones de hasta tres años. Habrá oficinas para atender a la gente, para la formación, y se habilitará otro espacio para albergar cooperativas del sector industrial. El objetivo es crear un vivero de cooperativas, un modelo de organización empresarial que ha resistido mejor la crisis que el resto.

El segundo proyecto también pilota en el ámbito cooperativo y lo desarrolla el grupo impulsor de la primera promoción cooperativa de viviendas en cesión de uso, La Borda. “Queremos armonizar la necesidad de acceder a una vivienda de carácter social, económico y ambientalmente sostenibles, y al mismo tiempo promover el acceso a un lugar donde vivir sin pasar por circuitos convencionales del mercado inmobiliario”, explican en su web. Ya han llegado a un acuerdo con el Ayuntamiento para que les dé suelo en cesión de uso por un periodo de 75 años. Ubicados en uno de los solares cercanos a la calle Constitución, se levantarán 37 pisos, de los cuales 6 o 7 se cederán al Ayuntamiento como permuta.

El último de los proyectos, todavía embrionario, es la futura escuela Arcadia. Pretende academizar a los alumnos con un método de enseñanza libre, no según un programa educativo establecido, sino en función de los intereses e inquietudes de los propios niños y niñas. Aunque el boceto del proyecto cuenta con la aprobación del consorcio del Ayuntamiento, a día de hoy continúan las conversaciones para que este modelo innovador de enseñanza pueda arrancar.

Relación con las instituciones

Can Batlló demuestra que se puede ejecutar un modelo de autogestión de equipamientos en colaboración con las instituciones, sin que este matrimonio de conveniencia termine en un divorcio sonado.

Con una analogía, Falcó resume cómo tiene que ser esta relación: “Aquí trabajamos en asambleas, por lo que cuando viene un representante del Ayuntamiento crece un poco la tensión. Nosotros estamos tranquilos porque sabemos que no les debemos nada. Creemos que con el Ayuntamiento hay que tener las mismas relaciones que tiene un arrendado con el arrendador de una finca. Si se rompe un tejado, ¿quién lo arreglará? Normalmente lo hará el propietario. Pues lo mismo. Con el tema de las infraestructuras, por ejemplo, que la Administración aporte recursos no debe molestar a nadie, siempre y cuando no haya contraprestación”, explica.

El Ayuntamiento, como propietario, se encarga de las obras estructurales. Basta con dar un paseo por el recinto para ver a los operarios trabajar con las máquinas que levantan un bloque de viviendas, junto a la calle Constitución, que se destinarán a alquileres sociales. El Consistorio también ejecuta las obras urbanización de las calles para sacar al recinto la incomunicación. Ha pagado la insonorización del auditorio y reparó, hace tres años, la cubierta del Bloque 11.

[quote align=»left»]Can Batlló demuestra que se puede ejecutar un modelo de autogestión de equipamientos en colaboración con las instituciones, sin que este matrimonio de conveniencia termine en un divorcio sonado.El regidor del distrito de Sants durante este último mandato, el convergente Jordi Martí, quien fue objeto de las iras de los inquilinos de Can Vies por la demolición del Centro Social, explica, en una charla telefónica, cómo ha sido desde su punto de vista la relación con Can Batlló. “Entramos en el Ayuntamiento el 1 de julio de 2011, casi tres semanas después de la ocupación del recinto, y en seguida empezamos a negociar la hoja de ruta con las entidades. Negociamos con el titular mayoritario de las edificaciones, la inmobiliaria Gaudir, la compra de la gran parte privada. Nos costó 13 millones de euros, algo que ni PSC ni ICV habían hecho durante todos los años que gobernaron. Y tras los trámites urbanísticos empezamos a pactar con los vecinos las sesiones provisionales de uso. Durante cuatro años, nos reunimos cada 15 días para negociar los convenios de cesión y para las demoliciones. Pactamos incluso qué edificios dejábamos en pie”, explica Martí.

Esta relación lleva al ex regidor a matizar el concepto “autogestión” tan usado en Can Batlló. “Nosotros no hemos hablado nunca de autogestión. Es más bien un modelo de concertación entre el Ayuntamiento y las entidades. Allí no se hace lo que quieran, sino que, tras un diálogo permanente, se redactan convenios. Desde un punto de vista jurídico no es un modelo de autogestión, fuera de la ley, como era Can Vies”, relata.

Aunque el nuevo regidor del distrito Sants-Montjuic, Jaume Asens, de BCN en Comú, se queja que todavía no ha recibido la carpeta de Can Batlló de manos de su antecesor en el cargo, por las declaraciones que ha hecho a esta revista, la viabilidad del recinto fabril está asegurada. “Como gobierno no nos queremos poner delante ni apropiarnos de esta iniciativa vecinal. Les apoyaremos en lo que haga falta sin perder de vista que la ciudad la hace la gente más que los políticos”, dice Asens.

El regidor afirma que el Plan de Actuación Municipal para este mandato lo elaborará el Ayuntamiento “desde una perspectiva participativa”. El nuevo equipo de gobierno municipal ya se ha reunido “varias veces” con representantes de Can Batlló para hablar del proyecto Coópolis y de la futura escuela Arcadia. Para Asens, este modelo de auto organización es “imprescindible para reforzar el tejido ciudadano del barrio, porque permite el apoderamiento de la gente que participa en él, como condición de la democracia”. “Los cambios tienen que acabar donde suelen comenzar: en la calle. Allí es donde se ganan las principales batallas”, valora el edil.

‘Barrios cooperativos, ciudad comuna’

Can Batlló albergó, el 4 y 5 de abril del año pasado, las jornadas ‘Barrios cooperativos, ciudad comuna’. El éxito de participación que tuvo el evento pone de relieve las ganas de una parte de la población por cambiar el modelo de ciudad. Tal y como dijeron sus organizadores: “Se notaron las ganas de socializar nuevos relatos para hacer la ciudad más amable, más social y más humana. Transformar Barcelona, puesta actualmente al servicio de unas pocas élites”.

El primer día transcurrió alrededor de voces críticas con la economía política metropolitana y se esbozó un relato contrario a la ‘marca Barcelona’. También se habló, durante la jornada, de las propuestas de cooperación social en el territorio para hacer frente a las prácticas de exclusión capitalista. El segundo bloque giró entorno a la misma ciudad, con propuestas e ideas para extender el modelo de colectivización.

Aunque el Ayuntamiento ha cedido muchos metros cuadrados y ha subvencionado, mediante los planes de ocupación e inversiones directas, los vecinos reivindican la autogestión y recuerdan que de no ser por su actividad, el recinto seguiría abandonado. Tienen que apañárselas para gestionar el día a día con el dinero que sale, principalmente, de lo que recauda el bar. La fiesta mayor, en septiembre, las comidas populares y los conciertos también ayudan a hacer caja para la multitud de talleres y otras actividades gratuitas que se llevan a cabo gracias a la voluntariedad de la gente comprometida. Prueba de ello es que no hay nadie ‘liberado’, que cobre por su labor en el recinto, sino que los beneficios repercuten directamente en el proyecto. Can Batlló es la punta de lanza de un modelo que no sólo lucha por revertir la dinámica privatizadora de los últimos años (Castell de Montjuïc, Parc Güell, Hospital de Sant Pau… por no hablar de la concesión de cientos de licencias turísticas que se están cargando el patrimonio arquitectónico —y echando a los vecinos— de la Barceloneta, el Born, el Raval, el Gòtic, el Poble Sec y el Eixample). La actividad del recinto fabril de La Bordeta también plantea alternativas a las relaciones laborales y de convivencia que tan enquistadas están entre la población de las urbes, como consecuencia del modelo económico imperante.

Los vecinos de Sants que, hartos de ver la degradación de su barrio por las promesas incumplidas de la clase política, decidieron actuar para mejorar la ciudad en la que viven son un ejemplo. Existen unos cuantos más en Barcelona. Proyectos gestionados —con o sin el apoyo de las instituciones— por una pequeña parte de la ciudadanía que prioriza la solidaridad al egoísmo.