Mientras escribo estas palabras, un día de medianos de noviembre, hace una temperatura exterior de 17,5 ºC, según la estación meteorológica de El Raval. Son las nueve de la mañana, y mi dosis de cafeína —adquirida en un narcocafé del mismo barrio— apenas empieza a circular por mis venas. Aun así, me doy cuenta de que está empezando un día bastante templado —más de lo normal—. Investigo un poco. Según Meteocat, la temperatura media de noviembre entre 1961 y 1990 fue de 11,1 ºC en Barcelona. Estamos, por tanto, a 6,4 grados por encima.

Esta pequeña observación no es, ni mucho menos, una prueba concluyente de la existencia del cambio climático antropogénico en nuestro planeta. Pero algo está pasando, porque son muchos más los días que estamos por encima de la media que por debajo, y dado que somos muchísimas más personas en el mundo desde entonces (la población mundial ha crecido un 257% desde 1961), es muy probable que haya una correlación, ¿no?

Con el supuesto cambio climático está pasando algo muy curioso. Últimamente estamos sufriendo lluvias e incendios forestales más destructivos que nunca, y eso nos está polarizando cada vez más en dos campos ideológicos opuestos. Por un lado, están los que intentan ser más ecológicos formando colectivos para compartir recursos y así consumir menos (mi posición teórica); por otro, los que creen que uno tiene que intentar forrarse y vivir a todo pulmón porque pronto se acabará la fiesta (mi realidad práctica algún que otro fin de semana). Eco-asamblearismo comunista contra individualismo egoísta neoliberal. Caveat emptor versus carpe diem.

Hace unos meses leí en The Guardian que lo mejor que podemos hacer para el planeta, hoy en día, es no tener hijos (demasiado tarde en mi caso). Mucho mejor que conducir un coche eléctrico, dejar de comer carne, e irse a vivir en el campo en una casa de paja autoconstruida. También leí hace algún tiempo que en términos estrictamente científicos, los humanos hoy en día somos una plaga, si por plaga se entiende una especie que se reproduce tanto, que rompe el equilibrio de su propio hábitat aniquilando otras especies. Entonces ¿qué hacemos cuando intentamos prevenir guerras y salvamos vidas en los hospitales o en el Mediterráneo? ¿No sería más ecológicamente responsable dejar a cada persona que corriera su suerte? Claro, eso hoy en día significaría la supervivencia de los más ricos; precisamente los que promueven esos nuevos (y no tan nuevos) partidos de la ultraderecha: sálvese quien pueda.

La supervivencia de los más ricos en un escenario de calentamiento planetario llevaría simplemente a una nueva división de clases sociales y luchas de poder. Siempre tiene que haber pobres en el capitalismo. La diferencia esta vez está en que acabarán matándose todos entre ellos con sus armas automáticas made in USA.

Dejar que cada uno corra a su suerte sería el peor de los casos, porque sería la garantía de nuestra propia extinción. Si queremos que la humanidad sobreviva, para lo cual es imprescindible un ecosistema habitable, lo mejor será organizarse de una manera u otra para evitar al máximo el destrozo del planeta, el conflicto social, la polarización ideológica y la desigualdad. Bio-café para todos.