Como siempre es bonito empezar con un buen spoiler, cabe responder a la pregunta de si el campo y la ciudad votan distinto en Catalunya con un claro y rotundo sí. Que siempre ha sido y será así. Hecho el spoiler, ahora viene la parte aburrida: explicar el porqué.

La diferencia de voto entre el campo y la ciudad es de hecho una de las primeras que te enseñan en la facultad de ciencias políticas (siempre que por facultad se entienda la propia docencia universitaria y no otros tipos de aprendizaje que se dan en bar entre cartas, sorbos, y caladas). Según unos señores llamados , existen cuatro clivajes -o, como se llama entre la comunidad de pedantólogos, cleavages– que dividen o escinden el voto. Son los siguientes: Centro-Periferia, Estado-Iglesia, Propietario-Trabajador y, por supuesto, Campo-Ciudad.

Los cleavages de Estado-Iglesia y Propietario-Trabajador se explican por sí solos. Seguramente hoy en día la división de voto entre creyentes y ateos, por decirlo llanamente, ya no tiene la influencia que tenía en los sistemas de partidos cuando Lipset y Rokkan publicaron sus cuatro mandamientos en 1967. Al menos en Europa Occidental, claro. El de Centro-Periferia, también llamado Identitario, hace referencia a la posibilidad de que el voto estatal se divida en función de los llamados regionalismos o nacionalismos periféricos, cuyo caso paradigmático sería precisamente esa nación de naciones llamada España.

Llegamos, pues, a dónde queríamos llegar. Campo y ciudad. Se dice, y éste es un decir que viene de lejos, que la diferencia principal entre el voto en el campo con el de la ciudad es que el primero acostumbra a ser un voto más conservador que en la ciudad. El cleavage campo-ciudad, antaño también identificado con un tipo de trabajo más industrial en la ciudad, sigue manteniéndose décadas más tarde, incluso cuando la tipología de trabajos ha derivado hacia el sector de servicios.

¿Porqué debería ser así? ¿Qué tiene la vida de payés en Mollerussa que no tenga la vida de un urbanita tarragonés? Más importante aún: ¿por qué esa vida implicaría, de forma generalizada, un voto más conservador?

La respuesta politológica igual se queda un poco corta. O demasiada larga y eso nos hace divagar por anglicismos que solamente sirven para mantener con vida el mundo gris de la academia.

La vida en el campo, o, más bien dicho, el día a día en el campo, pasa más lentamente. Los años se suceden, pero el ciclo del cultivo del trigo es el mismo. Si la vida en el campo permanece casi inmóvil es precisamente porque para su supervivencia es necesaria que esté presente una suerte de espíritu de conservación. Al campo no le gustan los cambios bruscos, pues una inesperada tormenta de granizo puede llevar a la ruina la cosecha de todo el año. Conservar es, en la cosmovisión del campo, la única vía hacia el progreso.

Por otro lado, la vida en la ciudad se define por una exposición constante al cambio. Cambio de trabajo, cambio de casa, cambio de coche, cambio de cole. Cambia tanto la morfología de la ciudad que las obras devienen motivo de distracción para nuestros octogenarios. A esa forma de vida, contrapuesta con la del campo, se le asume una cierta adaptabilidad a lo nuevo que rompe con el espíritu de conservación. La ciudad demanda cambio, demanda progreso.

El voto no es más que una forma más o menos torpe de sintetizar las inclinaciones vitales de la gente. Otrora, en Catalunya, cuando el panorama catalán no se dividía en base al único y todopoderoso clivaje de independentismo/unionismo, los resultados de la escisión campo/ciudad eran todavía más evidentes: las zonas urbanas, tintadas de rojo socialista; las de campo, de amarillo convergente.

Pero todavía hoy se aprecia la incidencia de tales visiones. Una ojeada al mapa de resultados en Catalunya en las elecciones generales de noviembre 2019 nos muestran precisamente esto: a los núcleos urbanos les corresponde, con mayor fuerza que en las zonas rurales, un voto más progresista. Mientras el campo es territorio mayoritario de JxCAT, las ciudades toman algunos tonos lilas comuners y rojo pesecé.

El entorno nos configura como personas, nos provee de la gente que nos acompañará hasta la tumba, nos llena la agenda de actividades diarias y nos dibuja los sueños que nunca llegaremos a conseguir. Ya lo hemos avanzado con el spoiler inicial: por supuesto que todo eso tiene que tener una incidencia en el voto!