Buscando “coworking Barcelona” en Google salen 8 páginas con más o menos 20 resultados cada una. Es decir, que en una ciudad de millón y medio de habitantes hay, por lo menos, 150 oficinas compartidas. Sergi Vela, que puso en marcha Carretes 47 hace años dice que son más de 500, aunque muchos son jetas que simplemente alquilan una mesa en una oficina. ¿Estamos viviendo en una nueva y enésima burbuja o la forma de trabajar está cambiando de verdad?

Según el Anuario Estadístico de la Ciudad de Barcelona de 2017, en la Condal somos 119.217 trabajadores autónomos. Es decir, el 7,4% de la población. El jodido 7,4% de la población. No todos son carne de coworking, hay muchas pymes, electricistas, taxistas o peluqueras, pero somos también muchísimos los que necesitamos una mesa, un portátil, café y compañía. Y Barcelona es la líder en estos espacios.

Como es un negocio relativamente nuevo, no hay mucho dato disponible. Pero si nos vamos a 2012, según Deskmag, una revista alemana sobre el mundo del coworkeo, había 2.000 espacios de este tipo en el mundo. En 2018 son más de 12.000. El primerísimo primer coworking en la potencia de los coworking se abrió en Nueva York en 2001 y allí sigue. Pero en su última estadística disponible, la de 2017, la segunda potencia mundial es Alemania y la tercera, ¡España! Un país que empezó tarde (¡sorpresa, sorpresa!), pero se puso al día rápido, con ese olorcillo a burbuja que desprenden los crecimientos tan rápidos. Pero de eso hablaremos más adelante. Veamos primero el capítulo histórico.

Ilustración: Mikel Murillo

Cuando estalló la crisis inmobiliaria, los primeros en pillar fueron los arquitectos. Esto dejó muchos estudios con un “exceso de espacio”, de acuerdo con Deskmag, que vieron su salida en alquilar el sobrante. También era una forma alternativa de seguir desarrollando lo que habían estudiado, arquitectura, en desplegar sus espacios. Un nuevo negocio que ha florecido en el país con más arquitectos y constructores del mundo y con una tasa de desempleo que, rozando la locura, llevó a muchos a inventarse su propio negocio. Como estímulo, la famosa tarifa plana que Mariano Rajoy puso en marcha: en 2013 rebajó la cuota de autónomos a 50€ en los primeros seis meses y, a partir de enero de 2018, se amplió esta bonificación al primer año. Tenemos juego que abrir, señoras. Con ese panorama, empiezan a florecer estos espacios en nuestra beloved city divididos en tres tipos:

 

MOB y Betahaus, los cracks del negocio

Son los padres del business. Los que todo el mundo conoce cuando se habla de coworking. Cecilia Tham, arquitecta y diseñadora –“una persona muy maker” en palabras de la Agency & MOB PAU leader, Lorène García–, llegó a Barcelona en 2007 y echó en falta tener una comunidad de amigos en el ambiente laboral. Quería un espacio donde fabricar y relacionarse con otra gente.

Jordi Subirás era muy amigo de los fundadores de Betahaus en Berlín. Estaba viviendo en Barcelona y quiso crear junto a otra gente un espacio así. Hoy tienen más o menos unos 250 coworkers de muchas partes del mundo, sobre todo de Europa, Sudamérica y Norteamérica, explica Frank, del Events Team de Betahaus. “La mayoría son freelancers, startups y algunos digital nomads, que trabajan en diferentes sectores como online marketing, economía, enseñanza, turismo, desarrollo de apps y webs, derechos humanos y un largo etcétera.” Y hasta pone ejemplos: gente que ha trabajado para Mozilla o el Comité Olímpico Internacional. Ojo al término digital nomad.

En el MOB no se quedan atrás. Tienen desarrolladores, programadores, fotógrafos y últimamente, mucho coach. El 60% de sus clientes son extranjeros y el 40% locales, al menos en el MOB de Bailén, mientras que en el que abrieron en Sant Pau sería más bien al revés. Pero lo interesante de los porcentajes es que entre el 25 y el 30% de los coworkers son trabajadores a distancia. Los digital nomads. Gente que viaja y se lleva el curro. García dice que ese perfil ha aumentado incluso después del Brexit. En Betahaus, el 60% de los clientes son extranjeros y un 10% trabaja para compañías extranjeras.

Esto es una tendencia que empieza con nuestros amigos de Silicon Valley y tiene más pinta de futuro del trabajo que de burbuja, aunque haya muchos prejuicios que desterrar y más aún en el país donde tus padres todavía te preguntan que por qué no te haces funcionario para asegurarte el pan de cada día.

Ambos son rentables. MOB no da muchos datos, pero García asegura que se financia a través de la venta de membresías y que, “está abierto desde hace más de 7 años, así que es rentable. No es siempre el caso de los coworkings”. Ya pueden, porque tienen a 9 personas trabajando para ellos.

Betahaus también lo es, pero apunta en su respuesta el camino a seguir: “Sí es rentable, pero entendiendo que para eso necesitamos que el edificio esté más o menos lleno. Más eventos externos. Y comida y bebida.” Ahí están los frutos a exprimir, el abecé del mundo sedentario digital.

 

Los peques: Carretes 47 y La Vaca

Sergi Vela dice siempre que el local le encontró a él. Montó Carretes 47 con su pareja Arantxa, y lleva el día a día del coworking desde una mesa más del espacio. No le molaba la palabra coworking porque eso es una oficina compartida y lo que él quiere es más “un espacio, un recipiente donde lo importante es la conexión entre la gente”.

En Carretes 47 no hay mesas flexibles. Hay 24 puestos a 200€ con todos los servicios y punto pelota. Vela se encarga de gestionar al personal como si fuera el entrenador del Barça. “Si quieres crear comunidad, necesitas tiempo, es un proceso de 3 o 4 meses”, nos explica, “¿cómo le vas a poner a tu cliente fiel a alguien al lado diferente cada día? ¿Hoy uno que come ganchitos, mañana otro que está todo el rato con la lata de Coca-Cola…?” Y en su entusiasmo da con la clave para que un coworking sea ese sitio comunitario: el chup-chup. ¿Quieres un caldo Avecrem o uno de 4 horas con todos sus ingredientes? Con eso se refiere a las decenas de proyectos de colaboración que han surgido entre sus miembros y que llenan de vista al fundamentalista de los coworkings.

La putada es que Carretes 47 no es rentable. Y eso que abrió a la vez que los grandes. Pero con un par de ovarios van a abrir otro. Un espacio para artesanos en la calle Reina Amàlia. Evidentemente el dinero llega de sus trabajos aparte del coworking.

Comparativa entre los coworkings entrevistados

En la liga de los peques también juega La Vaca Coworking en Poble Sec, más por su tamaño que por su espíritu, que es el de los grandes. Dimitri Zoffoli y su socio eran esos digital nomads. Estuvieron un año traviajando por Asia y luego 6 meses por Sudamérica, usando muchos coworkings. Se dedicaban –y se dedican– a la publicidad online, “es aburrido, pero da dinero y libertad”, resume Zoffoli. Después de ese tiempo se juntaron en Barcelona y decidieron “montar un proyecto offline”. Para estar “más contentos y satisfechos”. Es literal. Volver a casa, buscar la casa.

En La Vaca puedes tirarte en el sofá, echarte una siesta, jugar a videojuegos o verte tu serie Netflix. El bar es self-service y todo es gratis (hasta chupitos de Jäger). Hay un tipo de música en el bar de la entrada, otro en la planta principal donde el ambiente de curro es más serio y otra un pelín más alta y animada en el sótano donde la gente va a currar en ese modo flex. Con billar. Si te encaja su estética, es para quedarse. Tienen las tarifas de los grandes, con bonos diarios, de media jornada o mensuales a precios un poco más bajos (desde 10€ al día hasta 200€ al mes por una mesa fija).

Zoffoli justifica esas tarifas en que “para hacerte autónomo tienes que tener unos cojones [u ovarios] muy grandes en un país que los trata muy mal” y ellos quieren abrirse a todos. También porque es la única manera de hacer pasta. Tienen a 65 coworkers y pretenden dar cobijo a entre 30 y 35 más. Porque tampoco todos van los mismos días y a las mismas horas. El overbooking del puente aéreo aplicado al espacio de trabajo.

La Vaca sí es rentable. Zoffoli explica que el negocio lo es “si lo haces bien”. Lo consiguió a los seis meses de abrir, pero, tachán tachán, con un 50% de público expat, o traducción libre, inmigrantes ricos. Más los eventos: desde quedadas de runners hasta La Vaca Performance, un evento multidisciplinar de artes que tiene lugar cada 4 meses en los que el coworking se convierte en un centro cultural lleno de exhibiciones de todo tipo.

Así que he aquí las claves. Para ser rentable o conquistas a los digital nomads y te acostumbras a gestionar un ir y venir de gente con proyectos que molan, o amplías hasta el infinito y pones mesas hasta en el techo. O las dos a la vez. Y de paso, vende comida, bebida y eventos. Pero si la gente cambia cada día, ¿cómo va a ser una casa? ¿Y cuánto durará, si Barcelona explota y deja de molar? Es decir, ¿estamos ante una burbuja o no?

 

Los jetas, los pobres… y la burbuja y la crisis

Fuera de las dos clasificaciones anteriores juegan los precarios, que irán a lo que Vela llama los jetas. Son los espacios que realmente tienen poco de comunidad y mucho de oficina compartida para gente que va pillada pero no quiere seguir trabajando en pijama en casa. Y así, han desembarcado en la ciudad las inmobiliarias creando coworkings. En el MOB creen que ahora mismo hay una burbuja por ese tipo de espacios, de la que ellos se salvan, aunque quizá no tanto los pequeños.

La Coworking Spain Conference que se celebra desde hace 7 años ya, hablaba de las inmobiliarias como “unos actores que han irrumpido con fuerza y parecen dispuestos a jugar un importante papel en el futuro del coworking”.  Y cuando los inmobiliarios ven en algún lugar un negocio interesante, échate a temblar. Ya nos han hecho saltar por los aires antes. En ese jueguito peligroso entran también las grandes compañías que queriendo renovarse en recursos humanos, echan el ojo a los coworkings. Ingredientes perfectos para que todo acabe más que mal.

Para ser rentable o conquistas a los digital nomads y te acostumbras a gestionar un ir y venir de gente con proyectos que molan, o amplías hasta el infinito y pones mesas hasta en el techo. O las dos a la vez.

Si pareciera una teoría de la conspiración, baste un caso para entrar en razón. WeWork va de startup, aunque es en realidad una inmobiliaria. Una cadena de coworkings que tiene ya una deuda de 15.000 millones de euros. A pesar de que los inversores privados le inyectaron 4.000 millones de dólares y que sus ingresos crecieron en 240 millones, sus gastos aumentaron más del doble: pérdidas de 800 millones de euros en 2017 con un millón y medio de metros cuadrados de oficinas. Eso sí, sigue siendo una de las startups mejor valoradas en EEUU, con otras dispuestas a sacarle el jugo a cualquier ámbito, como Uber o Airbnb.

La flecha dice que el negocio sigue hacia arriba. Y como en todos, se llena de buitres. La consultora inmobiliaria número 1 del mundo, CBRE, añadió a su cartera 18.500 metros cuadrados de coworking repartidos en las siguientes multis: Regus, WeWork, Utopicus y Loom House. Estas son a las que Vela llama las jetas. Son el Burger King del coworking, el Walmart de la mesa compartida, el Inditex del autónomo.

¿Existe entonces la burbuja? “Absolutamente”, dicen en Betahaus, “es una locura la cantidad de nuevos espacios de coworking que están saliendo en Barcelona.” Si os dais una vuelta por el Raval, flipáis, en serio. La revista Deskmag reconocía en 2012 que el crecimiento de los coworkings en España “describe las cualidades de una burbuja, al ser el crecimiento más alto en uno de los países más afectados por la crisis”. Con niveles de paro tan altos, puede llegar un momento en el que la oferta supere la demanda.

 

El futuro tras la pompa de jabón

Pero, joder, al mismo tiempo los espacios de trabajo están cambiando de acuerdo con las nuevas tendencias de trabajo. Puedes currar para una empresa en Edimburgo desde tu coworking en Barna. Es en esa lucha en la que veremos quién sobrevive. De momento, se trata de un negocio joven que, según Zoffoli, “interpreta muy bien la orientación del mundo del trabajo”. And there he’s right.

Ya no le sale a cuenta a una empresa estar entre sus cuatro paredes. Es mejor sumarse a la sharing economy. Las grandes empresas acaban mudándose al coworking, porque ¿para qué van a asumir los gastos estructurales de una oficina cuando puedes ahorrártelos? Y más en empresas en las que el número de empleados va variando con rapidez. Hoy añades una mesa a tu alquiler, mañana la quitas.

¿Y si el mundo de mañana es un coworking? Tras la crisis, que en el MOB admiten que ha ayudado a su negocio, quienes habían empezado a montarse su propio medio de vida, “ya no quieren estar en una oficina todo el día detrás del escritorio y en una zona industrial fuera de la ciudad”. Ahora que nos hemos chupado lo peor y “por influencia de empresas como Google, buscamos un espacio más agradable, donde puedas salir a comer, pasear por la ciudad…”. Bingo. Ahí es hacia donde vamos, aunque no vayamos todos.

Frank, de Betahaus, cree que se puede decir que es un negocio de la crisis, porque muchos espacios de las oficinas no se estaban usando y empezaron a alquilarse. Pero cree que también tiene que ver “con una generación de millenials que no quiere trabajar para las típicas corporaciones, necesita expresarse en su propio trabajo y necesita un ambiente donde eso sea posible y le estimule”. Doble bingo.

Sin embargo, ¿durará? Frank sale con el típico “nada realmente lo hace”, pero está convencido que crear un ambiente de trabajo que te hace sentir más cómodo es el lugar al que vamos. Más productividad, un jodido sentimiento de pertenencia y de realización. En esa línea están los amantes de Carretes 47. A Vela le da rabia que se considere al coworking como un negocio de la crisis porque él realmente cree en esto. Y aquí su speech: “Si estás en tu propio local con gente que trabaja en lo mismo que tú, estás aislado. Aquí veo cada día cosas que no tienen nada que ver con la mía, pero todo suma, estar con gente que no tiene nada que ver contigo te puede llevar a una solución a tu problema porque alguien lo enfoca desde un punto de vista totalmente diferente”.

Y no es una locura. Adidas ha abierto un fablab para sus trabajadores en Hamburgo para que –a priori– puedan hacer otras cosas que no tienen nada que ver con su trabajo durante la jornada. Bosch ha montado un coworking que subvencionan para que llegue gente con buenas ideas a hacer lo que les plazca. Esto es una tendencia que empieza con nuestros amigos de Silicon Valley y tiene más pinta de futuro del trabajo que de burbuja, aunque haya muchos prejuicios que desterrar y más aún en el país donde tus padres todavía te preguntan que por qué no te haces funcionario para asegurarte el pan de cada día.

Por cierto, este reportaje se ha escrito desde un coworking, un tren AVE, un aeropuerto, un avión y un Burger King. Chupaos esa. Y que nadie se meta con la gente de mi co-working (ninguno de los que aparece en este reportaje), que mato. Son casa.