En la era de la arquitectura narcisista, el CaixaFòrum de Barcelona, que abrió sus puertas en 2002, ha ido palpitando sin llamar excesivamente la atención, como si quisiera conquistar sin prisa. La Caixa, propietaria del edificio desde los años 60, se gastó 30 millones de euros en una restauración que empezó a pensarse ya en los 90. Su apertura echó el cierre al centro cultural que el banco, como pulpo que intenta alargar sus tentáculos a cada parcela de la vida de los catalanes, tenía hasta entonces en Passeig Sant Joan.

La Obra Social “la Caixa”, que incluye en su responsabilidad social corporativa la inversión en cultura, destina a esta algo más del 25% del presupuesto: 129,9 millones de euros este año. El porcentaje que se lleva CaixaFòrum es una cifra que el banco no hace pública. Tampoco el número de trabajadores del centro, laguna informativa que la Fundación justifica diciendo que al formar parte de una institución mucho más grande, “personas que trabajan para dar servicio a CaixaFòrum no trabajan allí (directamente)”. Inserte aquí cualquier comentario irónico sobre la interminable lista de excusas y explicaciones naíf para no dar información con forma de palmadita en la espalda y se dará de bruces con los servicios de prensa de la entidad.

Lo que sí cuentan fuentes de la Obra Social es que aunque se cobra entrada y otras actividades, el centro “no es autosuficiente ni rentable”. Tampoco lo es ninguno de los CaixaFòrum del Estado y las mismas fuentes recalcan que “no es el objetivo en ningún caso”, sino más bien, “reinvertir en la sociedad el beneficio que genera la actividad financiera”. Para dirigir ese flujo, el Área de Cultura dispone de un departamento que se dedica exclusivamente a diseñar la programación y a “detectar las oportunidades que se pueden dar para organizar exposiciones en nuestro país”.

José Luis Marzo, historiador del arte y profesor de BAU, Centre Universitari de Disseny, escribió en 2012 un artículo en el contexto del 15M que tituló “La era de la degradación del arte y de la política cultural en Cataluña”, en el que criticaba la participación del sector privado “en el control de las estructuras públicas de la cultura”.

El texto iba directo a la espina dorsal de todos nuestros males: el apoyo de los responsables de los recursos públicos a “imaginarios artísticos desertizadores”. ¿Cuándo fue la última vez que visteis en CaixaFòrum una exposición o actividad que fuera mínimamente crítica, que supusiera el más mínimo conflicto o que os devolviera a la calle con ganas de cambiar el mundo? Marzo explica que la desaparición de la Sala Montcada y de la Mediateca, pionera en el archivo audiovisual de este país, se debieron a que el ala más conservadora de la entidad bancaria venció con su idea de que el arte “ya no le garantizaba el estatus específico que buscaba”. Así, volcaron todos sus recursos en el CaixaFòrum, que el autor tilda de “sello distintivo de un neoliberalismo paternalista y turistizante. Nada en contra de Philippe Halsman y sus 101 portadas de Life, pero conviene saber dónde pone cada uno su pie cuando pisa cultura patrocinada por un banco y saber buscar más allá cuando necesita darle a su alma algo más que arte blanco.

Pero como las teorías de la conspiración sobre esos señores con puro que deciden cómo seguir alienando a una sociedad embobada que engulle patatas fritas de bolsa frente a la televisión es tan naíf como el buenismo del banco, es más útil ir a ejemplos concretos. El sector privado ha promovido, según Marzo, “una batería de campañas con el objetivo de impulsar nuevas leyes de mecenazgo que hagan posible que los ricos desgraven en masa sus activos culturales gracias a su integración en los programas públicos”. ¿Y quién estaba detrás de estas iniciativas? Entre ellas, la Fundación Arte y Mecenazgo, puesta en marcha por la Caixa y presidida por Leopoldo Rodés, que buscaba crear un lobby a favor de las desgravaciones por mecenazgo. Para más inri, como denuncia Marzo, Rodés pasó a integrar el Consejo de Administración de la Caixa en 2009.

Una se pregunta, después de todo, qué tipo de cultura busca promover un banco que quiere reinvertir parte de la pasta que gana en la sociedad. Fuentes de la Obra Social declaran que su intención es “acercar a todas las personas a la cultura”, que entienden “como una herramienta para la integración y transformación social (…) que nos acerca a todos y nos hace iguales y mejores”. Nadie pone en duda el derecho del sector privado a participar y promover el arte a su manera, lo que sí es preocupante es su influencia en las políticas que acaban beneficiando económicamente a intermediarios, en vez de a artistas. Y eso tiene poco de promoción de la igualdad. Lo digo porque, sin prisa pero sin pausa, podemos estar perdiendo esos lugares donde conquistamos, con narcisismos o sin ellos, la idea de un arte que es, sin intereses en la sombra.