En octubre de 2019, un macroestudio internacional en el que participaba el Consejo Superior de Investigaciones Científicas concluyó que Barcelona es la ciudad con el mayor consumo de cocaína de Europa.

Pero para entrar en detalle, hay que remontarse a otro análisis que en 2012 hizo el Instituto Catalán de Investigación del Agua (ICRA), dando a los periódicos de la ciudad titulares que tendrían millares de likes y comentarios con etiquetas en redes sociales.

La institución había llevado a cabo una extensa investigación con las muestras de 37 pozos subterráneos tomadas a lo largo de 2010 en diferentes zonas de la ciudad, llegando, entre otras conclusiones, a un mapa del consumo de droga. Más cocaína en el Eixample (concretamente en el tramo central de la calle Mallorca), más éxtasis en Paral·lel (“un barrio obrero” dicen, hablando del período pre-terrazas del carrer Blai) y una mezcla de compuestos en Besòs (término científico para designar que los vecinos se meten de todo). Y esta es toda la descripción citada en los medios. Ni una palabra sobre el consumo en el barrio Gótico o en Ciutat Vella.

No bastaba con no saber quién duerme en el primer piso de mi finca o por cuántos días se quedará, tampoco puedo adivinar qué tipo de droga podrá haber consumido. Ni una cutre estadística que me permita saber si tengo más probabilidad de cruzarme con alguien pinchándose en la escalera o de despertarme con el ruido de una rave de anfetamínicos. Una vez más, el barrio Gótico se representa como un espacio sin identidad, sin cultura, sin un consumo de droga que lo personifique. ¡Pero, ojo! ¿en qué barrio de Barcelona te ofrecen droga en todas las calles?. Y sin supermercados normales, que no viene a cuento, pero molesta mucho y no está de más repetirlo (lo de las ferreterías es un poco mentira, que hay unas cuantas en carrer Avinyó). Una vez más, las instituciones locales pasan al lado de Ciutat Vella sin siquiera mirarla.

La indignación no termina aquí. Aunque como bien explicaron los científicos en su momento, ni la droga, ni los antibióticos, ni las otras toneladas de componentes químicos y orgánicos hallados dañan el agua de Barcelona, que sigue tan potable como asquerosa, la privatización sí. Es decir, uno acepta beber agua que sabe mal, porque al fin y al cabo seguimos siendo privilegiados en relación a la mayoría del planeta, compramos una Brita y punto (no quería hacer publicidad pero jarra-que-depura-el-agua es un concepto que podría generar falsas expectativas). Pero el gran problema llega cuando tienes que pagar cada vez más por ese agua que sabe malísima, no porque un tifón asoló la costa catalana incrementando la escasez del producto, sino porque una empresa privada aumenta su margen en un acuerdo público-privado del que poco nos dejan ver.

¿Por qué no comprar agua embotellada? Ahora volvamos al Gótico y a mi propuesta de crear un nuevo Índex de coste de vida en Barcelona que conteste a esta pregunta. Se trata de un mapa de los precios de la botella de agua en la ciudad. Creo no estar equivocada al decir que en la zona alrededor de las ramblas, el precio del agua embotellada alcanza niveles semejantes al de un cubata en muchos pueblos catalanes. Es decir, los vecinos del Gótico tienen que escoger entre el mal sabor del agua del grifo, sin saber qué tipo de droga pasa por las tuberías, o comprar agua embotellada, sin droga pero a precio de cocaína.