El patio escolar es el particular espacio público de las niñas y los niños. El primer lugar donde se relacionan, se pelean o se abrazan con otras pequeñas personas de su edad. También es el escenario de su primer contacto con el deporte, con el juego en movimiento. Aunque para las niñas nunca ha sido tan simple.
“En nuestro patio había dos sectores muy diferenciados: la pista de básquet y fútbol eran dominio de los chicos, y los bancos y las zonas para sentarse, eran para las niñas”, recuerda Elia Danon. Seguramente, la imagen que pinta esta periodista deportiva de 25 años no te resulta extraña. Los jóvenes de las últimas generaciones – y, por supuesto, las anteriores – crecieron en un modelo de patio muy común: gris, con mucho cemento y ocupado casi enteramente por una gran pista deportiva, con porterías y canastas. También te sonará la división por géneros que relata Danon, aunque igual nunca habías reparado en ella como un problema, de tan acostumbradx que estabas. Pero lo cierto es que, durante los últimos años, expertos, colegios, docentes y familias han empezado a cuestionar un modelo que no hace más que reforzar los roles de género.
Según la socióloga Marina Subirats, especializada en coeducación, “desde que nacen, a las niñas se les reprime el movimiento, tradicionalmente el mensaje hacia ellas es: quédate quietecita en un rincón, no te muevas, no hables”. Mientras, a los niños “se les estimula el movimiento, el enfrentamiento, la lucha”. Y los patios escolares han funcionado, en muchas ocasiones, como perpetuadores de estos roles sin que nadie les prestara demasiada atención. Apunta la psicóloga Alba González, de la cooperativa feminista Coeducacció, que “lo que pasa dentro del aula está muy pensado y existe realmente un proyecto educativo, pero en el espacio del patio esta reflexión pedagógica no está tan bien definida y se considera un espacio libre”.
Pero no, los patios escolares no están libres de creencias y prejuicios relacionados con el género o con otros ejes de discriminación, como las capacidades. Precisamente para revertir todo esto, organizaciones como la de González asesoran cada vez a más centros educativos para transformarse.
La transformación del espacio
Las arquitectas del colectivo Equal Saree se dedican desde hace años a la transformación de espacios en clave feminista. De hecho, en 2019 publicaron esta guía donde proponen una metodología que ya han usado en patios escolares de toda Catalunya. Lo más importante, subrayan las expertas, es la primera fase de observación, donde toda la comunidad educativa – alumnado, padres y docentes – se hacen preguntas sobre el patio y analizan lo que pasa en este lugar.
“En la mayoría de patios donde trabajamos, observamos que hay un centro y una periferia. El centro es un espacio visible y socialmente valorado. Está ocupado por un grupo dominante formado mayoritariamente por niños de edades superiores. La periferia es menos visible, menos equipada y se valora menos. La ocupan las niñas, además de niños más pequeños o que no encajan en la masculinidad normativa”, explica Júlia Goula, de Equal Saree. En la misma línea se expresa Adriana Ciocoletto, del Col·lectiu Punt 6, que ha elaborado junto a Coeducacció otra guía metodológica. Estas dos organizaciones guiaron el proceso de transformación de la Escola Drassanes de Barcelona. “Una de las primeras demandas de las niñas es que quieren entrar en la pista para hacer su deporte, algunas fútbol pero también otros, y no pueden porque las excluyen, les dicen que no juegan bien”, explica Ciocoletto.
¿Y cómo quedan estos patios una vez reformados? Pues, por ejemplo, como el de la Escola Can Fabra del barrio de Sant Andreu de Barcelona que participa desde 2019 en un proyecto de la Unión Europea para convertir los colegios en refugios climáticos. Nada que ver con la imagen que describía Elia Danon al principio. Una gran zona de arena rodeada de bancos de madera, justo al lado un espacio reservado para los jovencísimos pero prometedores árboles que los alumnos han bautizado como “el bosquet”, plantas enredaderas y macetas repartidas por todo el espacio, dibujos de rayuelas y twisters en el suelo… Incluso un humilde pero atractivo rocódromo decora las paredes de este colegio. “La verdad es que ver que tanto niñas como niños juegan a saltar a la cuerda, al disco volador, a las gomas elásticas… es muy enriquecedor”, explica Txell Regàs, la directora.
El patio de Can Fabra no tiene pelota. Así lo decidieron las niñas y niños, recuerda Regàs, después de explicarles lo que podía acabar pasando con la distribución del espacio si tenían una. “La idea es no potenciar los deportes que ya están potenciados por sí mismos, sino ofrecer alternativas donde ni las niñas ni los niños tengan referentes”, según la directora. De esta manera, esperan que las niñas desarrollen una relación “más naturalizada con el deporte”. Su historia parece un final feliz: aseguran que “los roles están completamente difuminados”. Así, el ayuntamiento de Barcelona planea invertir más fondos en transformar durante los próximos años más centros de la ciudad. Para la comisionada de educación, Maria Truñó, los patios escolares son “un laboratorio donde ensayamos maneras de ver al otro, de movernos y de autopercibirnos con una perspectiva feminista”.
Un deporte masculinizado
Entonces, ¿se trata de eliminar el fútbol de los patios escolares? No, no nos confundamos. Aunque es verdad que está tremendamente masculinizado, el problema no está en el deporte en sí, sino en la connotación social que se le ha dado. Por eso, Carla Burriel, coordinadora de proyectos de la Fundació per a l’Esport i l’Educació de Barcelona, lo defiende como herramienta social y educativa. “Los deportes colectivos generan un aprendizaje muy potente en los chavales, y también ayudan a entender la competición como algo sano. Es un espacio privilegiado para aprender muchísimas cosas”, apunta.
Burriel lidera desde hace casi una década el proyecto Convivim Esportivament, que ofrece actividades deportivas a una treintena de centros de la ciudad, la mayoría situados en barrios con población vulnerable. Cada vez más chicas se apuntan a sus equipos de fútbol femenino, cuenta. “Además, hace unos años el perfil era muy masculinizado y lo relacionaban mucho con la orientación sexual. Ahora es mucho más diverso, hay muchas más referentes femeninas y eso se nota”. El patio es, al fin y al cabo, un reflejo de la sociedad que hay fuera. “Ahora las niñas se ven más reflejadas en lo que ven, pueden ver a un equipo femenino en la televisión y soñar con ser como ellas”, afirma sonriente Elia Danon.
Y si el deporte puede ser una buena herramienta de intervención social, también resulta imprescindible para la futura salud de las niñas. Tal como explica la doctora Eva Ferrer, especialista en medicina del deporte del Hospital Sant Joan de Déu, “la práctica deportiva beneficia a todo lo que tiene relación con las hormonas femeninas, como la protección cardiovascular o la densidad mineral ósea”. Necesitamos más patios donde nosotras nos seamos, una vez más, invisibles.