Siendo Trump el nombre maldito en boca de todos y estando yo en primera línea de trinchera informativa, me siento con la obligación casi deontológica de poner en uso alguna de esas cosas que me enseñaron en la Facultat de Ciències de la Comunicació para brindaros noticias frescas y reflexiones profundas sobre la actualidad política más candente. Por fortuna para todas, tengo un escudo protector para zafarme de todo tipo de responsabilidades, sobretodo de las morales. ¿Qué bien le aporta al mundo otra periodista perezosa, del todo nula para el análisis concienzudo y apenas apta para reciclar titulares? Ninguno. Puro sentido común, lectoras mías. Gracias, de nada.

Lo que sí se me da bien es la especulación de mesa camilla y el refrito sintético, así que ahí nos quedaremos, si os parece bien. En los magazines televisivos matutinos, esos en los que tienen cabida tanto el debate político como los consejos para rejuvenecer la piel del cuello, se discute si el muro deben pagarlo los mexicanos o no, y en caso de pagarlo, de dónde van a sacar el dinero. De las especulaciones que lanzan los tertulianos, la de imponer una tasa a los turistas me tiene extasiada… ¿Os imagináis quién acabaría pagando el muro? ¡Los springbreakers que van a Cancún a desmadrarse y los jubilados de Arkansas que se tuestan al sol en Puerto Vallarta! Me fascinan estas paradojas del destino.

Al final Donald nos va a salir más tibio que el bueno de Obama y todo, fíjate tú.

Los creativos de publicidad se han apuntado en masa al carro de la denuncia en clave irónica y ya hay cantidad de anuncios (desde marcas de cerveza a operadores de telefonía) dándole caña al tema del muro, aunque los sondeos de los principales periódicos revelan que muchos mexicanos trabajarían gustosos en su construcción porque, al fin y al cabo, trabajo es trabajo. ¡Habrase visto gente más pragmática y predispuesta, leñe!

A juzgar por el cóctel de desinformación en el que me ahogo día a día, me aventuraría a afirmar que la principal preocupación de mis amigos los mexas radica en la cuestión de las deportaciones y, sobretodo, en el incierto futuro de los dreamers, mexicanos que emigraron a Estados Unidos de niños y hoy son jóvenes con estudios superiores y un futuro prometedor a pesar de permanecer en el país indocumentados. El gobierno mexicano ya ha anunciado un listado de medidas consulares para proteger a los inmigrantes que se encuentran en situación irregular en el país de las oportunidades. Ya sé, ya sé que no son más que medidas de esas cuya descripción siempre va precedida de imprecisos verbos transitivos como aumentar, fomentar y promover, pero por lo menos se han puesto las pilas, oye. En dos meses de Trumpismo han sido más resolutivos que en ocho años de Administración Obama, que a la chita callando se lleva el récord de deportaciones en toda la historia de los Estados Unidos… Para que luego digan.

Yo creo, y ojo que esto es un vaticinio de portera de escalera muy desacomplejado, que al final Donald nos va a salir más tibio que el bueno de Obama y todo, fíjate tú. Si los presidentes hoy en día no son más que monigotes de feria. Les cambian la cara, pero de relleno todos llevan la misma pelusa que hace estornudar.

Como a mí lo que más me gusta es tomar el pulso a la calle, no puedo rematar este reporte corresponsalero sin compartir un gran pareado que me soltó ayer el dueño de la pollería en la que compro mis filetes: “Mientras no nos falte el maíz y el mezcal, todo seguirá igual”. Yo le podría haber respondido: “Y en España, hasta que no escasee el jamón no cambiaremos de timón”, y tan ancha. En cualquier parte del mundo, la sabiduría popular siempre logra que te sientas como en casa. Porque todo es extrapolable, hasta los muros.


(*) Desde hace ocho años, Judith es columnista de BCN Més. Se mudó de Barcelona a D.F. a principios de septiembre de 2016 y está en plena fase de aclimatación.