Sí, ya sabemos que España es Can Picha, el País de la Pandereta y del arte de la picaresca. Es poner el telediario y ver todo tipo de delincuencia e ilegalidades callejeras: que si ruido, que si botellones masivos, que si gente desfilando sin camiseta.
¿Quién no tiene una anécdota en la que se las ha visto con la policía por haberse tomado la ley un poco a la ligera? Hoy en día, saber de alguien que nunca ha sido multado es tan raro como no llevar tatuajes. Pero de todas las historias sobre castigos y penalizaciones hay unas que merecen ser contadas especialmente. Y no son las de grandes infracciones sino sobre el ingenioso arte de escabullirse.
La imaginación y la creatividad son grandes virtudes que, si las usas a tu favor, pueden dar mucho de sí. Hay gente que un día pinta un cuadro con acuarela y al siguiente se ahorra 1.000 pavos después de hacer lo que no debiera. Estas cualidades suelen, con una pequeña dosis de velocidad reacción, caracterizar a la gente que ha conseguido librarse de sanciones económicas. He aquí una informal guía para librarse de la multa.
Jugar a los actores
Es el caso de Anaís, educadora social que suele moverse por la ciudad en bici. Son tantos los años que hace que utiliza este medio de transporte, así como su confianza de ir en ella, que ya va con cascos. Disfrutando del viaje, tomándoselo a la ligera. Un día la vió la policía y la paró; ella, buena actriz, empezó a sollozar y a decir que su madre estaba en el hospital y que esperaba una llamada para saber cómo estaba. Al ir pedaleando, necesitaba estar conectada a unos auriculares, ya que no tenía otra forma de responder al teléfono. «Se lo creyeron al momento, y me dijeron que esperaban que no fuera nada».
Tirar de la familia
Para más performatividad, tenemos la historia de A: «era el típico niñato flipado con moto». Una tarde cualquiera en que nuestro testimonio iba a más velocidad de la permitida, dos motos de policía aparecieron por detrás ordenándole parar. Recalquemos que A. se ha autodenominado típico niñato flipado, y recordemos que la mayoría de ellos suelen ser cobardes. Así que A. corrió, provocando un nuevo delito, el de fuga.
«Llegué a casa muerto de miedo y le dije a mi padre lo sucedido. Al cabo de poco, picaron a la puerta. Eran esos agentes, que habían identificado la moto aparcada abajo. Mi padre salió a recibirles y les dijo que había sido él y que no se había dado por aludido. Obviamente, no se lo creyeron, porque yo tenía 16 años y físicamente no teníamos nada que ver. Pero no podían demostrarlo y mi padre se estaba autoimputando. Estuve años encontrándomelos luego por el pueblo, y me amenazaban con que no iba a haber una próxima». En fin, lo que se llama tener una suerte padre o una suerte de padre.
Confiar en el buenismo
Pero a veces también es decisivo el azar. Y es que todo el mundo sabe que la justicia depende de si te toca el poli bueno o el poli malo. A Javier Lozano, informático, le tocó el bueno no, el buenazo. Había dos grupos, en uno de los cuales se encontraba él, haciendo un botellón en una plaza. «Vino la policía y los de al lado echaron a correr. Como nosotros reaccionamos tarde y nos quedamos, nos dijeron que no nos pondrían multa. Que nos habíamos portado bien».
O probar suerte
Patri Jiménez, de Calafell, también tuvo los astros alineados. O simplemente supo acabar bien con un rollete, pues nunca sabes cuándo vas a necesitar que te eche un cable. O cinco, si es que vais llenos en el coche. «Íbamos a la discoteca y nos pararon para hacernos un control. Íbamos bien ciegos, llevábamos hasta coca encima. De repente escuché ‘Buenas noches, señorita Jiménez’. En ese momento reconocí la voz; era un tío que me había follado el mes anterior. No lo había visto porque suelen ir tapados. Obviamente, nos libramos de la prueba. Y menos mal. Le escribí al día siguiente por WhatsApp, pero no me lo volví a tirar». Vaya, que qué importante es tener buen ojo para quien te libra de un buen pollo.
Pero más allá de tener una anécdota que contar, nos debemos hacer como mínimo una pregunta: ¿por qué a nuestra sociedad le encanta hacer este tipo de malabarismos frente a la ley? Todos hemos ido a Londres o Berlín y hemos alucinado con que no hubiese control en el metro y te pudieses colar tan fácilmente. Cinta Bolet Olivella, socióloga, nos cuenta que las multas económicas «además de velar por el cumplimiento de la norma, ejercen la función de represión hacia la disidencia y la pobreza. A menudo pagamos las multas por miedo a represalias mayores, pero cuando creemos que son arbitrarias, injustas o irrelevantes para el bien común seguimos estrategias para no pagarlas como son mentir o recurrir judicialmente».
Violeta García Carreño, también socióloga, añade que «los sitios donde las reacciones a las sanciones van en la línea de su cumplimiento son las que tienen una tradición protestante, en la que la responsabilidad hacia la comunidad recae en el individuo. En cambio, en los sitios de tradición católica, que tradicionalmente haya habido una figura de poder alejada de la realidad diaria que determina las normas ha hecho percibir lo común como algo ajeno y arbitrario.» Así que al menos una cosa está clara: cada cultura juega distinto a polis y a cacos y, en la nuestra, a los civiles no nos gusta perder.