En la recta final hacia el día más feliz de Barcelona, Sant Jordi, fecha en la que hasta el dragón es colega, batimos otro récord: acabamos de registrar la primavera más seca desde que existen datos. ¿Ansiedad climática? Deme diez. Sin embargo, casualidad, predicen lluvia para el domingo. Quizá es que el destino nos tiene tirria (tiene guasa que llueva un vaso de agua en tres meses y luego igual acabemos con libros-esponja como en 2022) o que el abuso nos está dando nuestro merecido kármico. Tanto coche y conflictotanta contaminación y bronca por las superillas, tanto turista y tanto crucero nos están dejando un presente que ni la mejor novela apocalíptica, de la que sería buen escenario el túnel de Glòries. En Barcelona nos gustan las obras larguitas, si no, mirad la Sagrada Familia. También nos gusta vivir en casas, qué cosas tenemos, aunque esto cada vez es más complicado, porque si hay un ave autóctona en la ciudad, es el astuto “buitre inversor”, siempre atento a destrozar los barrios y las comunidades por una jugosa y gorda rata, digo, ganancia. Quizá lo que necesitamos no es lluvia primaveral, sino un buen diluvio bíblico (superventas donde los haya) para hacer borrón y cuenta nueva.

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