Entre jóvenes entrepreneurs y futuras reinas de la moda; entre restos de nobleza añeja, registradores de la propiedad y cuerpos diplomáticos. Entre terratenientes especuladores, medio burgueses, publicistas creadores de tendencias, viudas hurañas y runners desenfadados. Entre todos ellos, y quizá por encima de ellos, habita el ciudadano verde del Upper Diagonal. Como las healthy apples que se encuentran en las máquinas expendedoras del DIR, su exterior es de un reluciente verde.

Aduladores de revoluciones ajenas, de migraciones —sí, siempre que no sean aquí—, defensores de los cuernos robados en Somalia y ávidos donantes de limosna callejera. Son los heraldos de una justicia impostada, hijos ilustrados en las contradicciones del capital que adulteran lo Real para no sentirse parte del grupo del que (verdaderamente) forman parte.

Sus hábitos son su carta de presentación: de transporte urbano, la bicicleta. Perdón, no quisiera confundir al lector. No hablamos de bicicletas-bicicletas (el palo de siempre con dos ruedas). Son bicicletas-ciborg de bolsillo, más ligeras que los yogures que se comerán sus madres para cenar, plegables en mil pedazos, y más caras que una visita al dentista.

Pero la salida de fin de semana a Cadaqués será en el último híbrido del mercado. ¿O es que a ti no te importa el medio ambiente? Los huevos, ecológicos, de proximidad, y de gallinas que hayan ratificado previamente su conformidad ante notario. ¿O es que tú también estás a favor del maltrato animal? La leche… la leche ya no la entiendo, pero tiene de todo menos lactosa. La ropa, también otro campo de batalla pseudomoral: no solamente debe destacar a nivel de estilo (lo ordinario es el peor de los destinos), sino que debe mostrar su veneración por los árboles, las ardillas, el aire, los ríos, Siria y todos los pueblos que hayan existido. Y si puede estar hecha por ciegas albinas habitantes de las montañas, mejor.

“¡Si todos hicieran como yo!”, rezuman. Guardianes de la doble moral, se ofrecen como víctimas y símbolo de la conducta recta del Hombre en nuestras sociedades. Olvidan —o en el peor de los casos lo ignoran conscientemente— que los objetos de los que disfrutan, los huevos, la leche, la ropa, la bici-cyborg, son productos que solamente ellos podrán comprar. “Si todos hicieran como yo”, por lo tanto, parte de una presunción falaz. Pero al olvidarlo (o ignorarlo) llevan la perversión hacia su fatal culminación: “Quienes no lo hacen es porque no quieren. Es su culpa”. Se individualiza la responsabilidad. No tiene nada que ver que para comerte una tortilla de patatas de huevos relajados debas dejar de pagar el recibo de la luz. Ojalá no fuera así, huelga decirlo. Que las aves corrieran por los prados, que los glaciares se mantuvieran firmes, que no murieran aplastadas las trabajadoras textiles en tristes fábricas de países lejanos. Pero el ciudadano verde del Upper Diagonal es como aquel que al señalar la luna con el dedo, se queda mirando al dedo y no a la luna. Como las healthy apples que se encuentran en las máquinas expendedoras del DIR, todo su exterior es de un reluciente verde. Basta darles un mordisco para darte cuenta de que, por dentro, siguen siendo igual de blancas que el resto.