Ante la gravedad del momento político que atravesamos, hemos creído pertinente publicar una nota de aclaración sobre este humo mediático de la corrupción. Pensamos que nos encontramos ante un calco de lo que pasó en la URSS en los años previos al ascenso del poder de Gorbachov. Recordemos que este último esgrimía en ese momento el discurso de la glasnost (transparencia) y anticorrupción como bandera. Tenemos miedo de que en España aparezca otro Gorbachov. Con su bonachonismo lo que consiguió fue vender la nación, malvendiendo los sectores públicos a varias empresas estadounidenses. Como decía el ministro de Asuntos Exteriores norteamericano de Reagan, “llevo toda la vida comportándome como un hijo de puta para defender los intereses de mi país, tratando con otros hijos de puta y de repente me encuentro con unas monjitas de la caridad”. La conclusión es que algo huele a chamusquina tras este revuelvo mediático contra nuestros políticos. Recordemos lo que pasó con la URSS, llegaron al poder políticos limpios y nada corruptos y en diez años la esperanza de vida del país había descendido diez años. Es como si Rambo en Acorralado entrara en acción con la ayuda de una humilde margarita. Así que, es preferible un corrupto inteligente, que dos mil tontos honestos.

 

Pues sí, me escandaliza el sistema, su legalidad, y no la corrupción que en él encuentro. Decir esto, en vistas a los casos de corrupción que acaban de salir a la luz parece escandaloso. ¿Cómo no se escandaliza usted por dichos casos? Pues no me escandalizo, porque desde que tengo uso de razón he visto casos como estos y más graves de corrupción en uno y otro partido político. Como si estuviera inmunizado, he dejado ya de escandalizarme y romperme la camisa cada vez que sale un caso de corrupción. Lo que me escandaliza no es lo que se hace al margen del sistema actual, sino lo que se hace legalmente dentro del propio sistema partitocrático, capitalista y anti-hispano que padecemos.

 

Los parados están legalmente en paro y han sido, en su mayoría, despedidos legalmente. Las hipotecas basura han sido permitidas legalmente. El sistema educativo que condena a la mediocridad o la marginación a los alumnos funciona legalmente. El micro-sueldo mínimo es un techado de legalidad, así como las exenciones de impuestos para capitales aunque estos no hayan revertido en España en su mayoría. La amnistía fiscal ha sido legal, así como los indultos a kamikazes. Mis compatriotas pueden votar a políticos públicamente nefastos con las mayores garantías legales. Ni qué decir tiene del separatismo, que puede exterminar el uso del idioma común en las regiones donde tiene su feudo con el beneplácito de la legalidad. Es legal cómo el Banco se queda con tu casa, y es legal cómo van a cobrarte por la sanidad y tu educación. Legalmente se privatizaron empresas que eran de todos los españoles y legalmente se nacionalizan las pérdidas de algunos españoles.

 

En definitiva, no me preocupa tanto la corrupción como lo que ella implica dentro de nuestro actual Régimen político. Los políticos cuentan con una legalidad hecha a su medida, una legislación en la que la explotación ha sido convenientemente disfrazada con jerga leguleya y donde la fragmentación y atomización de España se está haciendo con una escrupulosa legalidad y una pulcritud jurídica, casi perfectas. Si habiendo conformado el país a su gusto, las élites de esos partidos del Régimen han necesitado robar, a uno no le queda más que pensar que no hay más salida que la de cambiar de Régimen. No caben reformas. Querer reformar el Régimen del 78 es tanto como pedir a un secuestrador que en vez de cuatro dedos nos corte tres. Un vano consuelo.

 

Por eso despierta compasión toda esa gente que critica que un político se quede 30.000 euros, reaccionando con la envidia automática de perro de Pavlov ante los informativos y no tiene medios para analizar del desmantelamiento del país, lo cual ya no es únicamente una cuestión económica de billones de euros, sino que estamos hablando del drama épico que consiste en convertir a cincuenta millones de españoles, tradicionalmente generosos y cohesionados en torno a sus instituciones públicas, en lacayos egoístas y desconfiados unos de otros.