Yo recalifico, tú recalificas… El verbo recalificar no debería ser tan fácil de conjugar para todos. Entre otras cosas, porque esa desenvoltura condiciona el voto que metemos en las urnas cuando nos toca elegir ocupante de alcaldía. Hace unos días llegué caminando hasta el mirador de la Nova Bocana que tapa el Hotel W y vi con asombro que se estaba removiendo tierra, preparando una nueva construcción. De vuelta a casa me puse a buscar y llegué a una noticia en el diari Ara donde Colau no ve claro que la sede del Ermitage se instale junto al Hotel W. Joder, ¿qué?

Un momento, ¿estoy tan absorbida por el procés que se me ha escapado que el museo se vaya a plantar al lado del mega hotel de lujo y la súper tienda de Desigual, una zona a la que el Ayuntamiento ya había dicho que quería dotar de equipamientos para la ciudadanía? Que no es que un museo no lo sea, pero una no se va allí todos los días a darse un voltio. Efectivamente, parte del lío se explica porque si se ubicara allí finalmente el museo, sería el quinto cambio de localización. Y porque no ha habido ni una comunicación hecha y derecha a la ciudadanía sobre las intenciones museísticas del Puerto y el Ayuntamiento.

Sus promotores defienden que ya tienen cerrado el preacuerdo con el Ermitage y que han asegurado la inversión: 48,5 millones de euros, de los que el 67% se iría a las obras para levantar el edificio. El plan no es del ejecutivo municipal, sino del Puerto de Barcelona quien tiene las tierras y quiere desarrollarlas así, aunque la última palabra la tiene el Ayuntamiento. El ejecutivo debería recalificar un espacio que ahora es comercial y convertirlo en suelo para uso cultural. Y claro, apretar el botón así no suena tan mal.

Los de Colau aún defienden que se valore otra ubicación, sin cerrar la puerta a la solución nuclear. El plan del Puerto es el siguiente: montar un edificio de 450 metros cuadrados que compartirán la UPC y la Creu Roja del Mar para que los estudiantes de Náutica hagan prácticas, y un Edificio Central donde iría el museo. El ejecutivo quiere más información: si el Ermitage pretende contar con artistas locales, o cómo afectará a la movilidad su instalación y dentro de 3 meses “se lo volverá a mirar”. Lo mejor era la frase de Janet Sanz, regidora de Urbanismo, hablando del tema: “El Puerto debe tener claro que es un puerto dentro de una ciudad y no un puerto con una ciudad anexa”.

Si la sede del Ermitage sale adelante, sea donde sea, sus promotores piden una concesión de 50 años. El proyecto es 100% privado y el 40% de la pasta viene de un “fondo de inversión internacional especializado en activos culturales”, dice el diari Ara. No suena muy ciudadano tot plegat, ¿no? Sobre todo cuando el fondo se quedaría con el 90% de la concesión, piensa ya en rentabilidades del 10% y millones de visitas. De paso, una echa de menos la inversión pública en cultura, entrar a los museos, como en Londres, y poder disfrutar viendo solo 3 cuadros hoy sin que te remuerdan la conciencia y la cartera el derroche.

Todo esto podría ser un debate sano si no corriéramos el peligro de la desmemoria. Porque la historia no se repite, pero rima. Lo más reciente fue el golazo que Puerto y Ayuntamiento de Trias nos metieron con la Marina del Port Vell, tema que ya tratamos en esta revista hace tiempo. En resumen: los yates de lujo ocupan ahora un puerto ciudad en el que casi no se divisa el mar, que ha privatizado lo que podría ser un precioso paseo marítimo con una valla que oculta el lujo; tienen su propio restaurante y su propio gimnasio junto a un barrio que se desangra por la gentrificación y en el que precisamente lo que no faltaban eran restaurantes y equipamientos deportivos. Pero claro, cómo iban a juntarse los ricos con los vecinos del barrio. Para más inri, se prometió contratar a locales y esa otra promesa quedó en dos contratos, dos, para dos personas de la Barceloneta. Y olé.

Por no hablar de que el futurible museo estaría al lado del Hotel W, otra enorme victoria de la especulación frente a la ciudadanía y que dio al traste una vez más con la maritimidad que BComú insiste tanto en querer recuperar. Para seguir contra la desmemoria, en 2009 ocho entidades vecinales agrupadas en la Plataforma Contra el Hotel Vela pidieron su demolición porque consideraban que no se había tenido en cuenta su opinión en la construcción ni en la recalificación del terremo. La portavoz de dicha plataforma era Gala Pin, actualmente regidora de Ciutat Vella.

Si el gobierno que hizo de su bandera electoral la participación ciudadana no emprende una consulta con los vecinos antes de acordar nada con los que fueron durante años sus enemigos y con los que parecen mostrarse ahora tan complacientes, tendrán enfrente a los barceloneses y de verdad. Además de engrosar, como tantos otros, la eterna lista de traidores a la ciudad que siempre merecía mucho más. Y lo peor es que lo saben.