En el aire que respiras, ya sea en Barcelona o en una zona deshabitada de los Pirineos, hay pequeñas partículas de plástico.

No han sido tan citados, pero desde 2019 existen estudios sobre cómo los microplásticos pueden viajar miles de kilómetros a través del aire, desplazándose desde núcleos urbanos hasta zonas montañosas. Un largo camino en el que todo empieza por un residuo plástico. Pongamos que es una botella y que esta se calienta con el sol. De su fragmentación quedarán pequeñas partículas que pueden resuspenderse y pasar al aire. El resultado final: contaminación por todas partes, en todos los lugares.

Así lo revela una investigación publicada en la revista científica Nature Geoscience después de que, tras cinco meses de muestras, se encontraran diminutas partículas de plástico en una región remota de los Pirineos. Entre sus cuencas, plástico. Por el aire, diminutas partículas atravesando el globo. La fuerza del sistema capitalista en estado puro. ¿Acaso ya no hay ningún rincón del planeta donde no se encuentren?

“Antes se solían exportar residuos plásticos a países en vías de desarrollo. Pero trasladarlos a otra región ya no es una solución porque se ha descubierto que los microplásticos pueden viajar a través del aire. Se trata de un problema ambiental que nos afecta a todos”, explica Ethel Eljarrat, investigadora científica del IDAEA-CSIC.

Al interés por la contaminación atmosférica o la acumulación de residuos en los océanos, se suman ahora investigaciones sobre el aire y los microplásticos para desvelar cuánta cantidad de microplásticos y plastificantes podemos llegar a inspirar en un día normal y corriente.

 

Pero, ¿realmente dañan nuestra salud?

Es justo lo que plantea una línea de investigación del IDAEA-CSIC en Barcelona que desde junio estudia el impacto de los componentes químicos del plástico en la salud de las personas y lo hace a través de tres aspectos: las bebidas, los alimentos y el aire.

Cuando lo que nos preocupa es la toxicidad de esas micropartículas de plástico que hay en el aire, debemos tener en cuenta que depende mucho de su forma y estructura. ¡No todas nos valen! “Cuanto más pequeñas sean las micropartículas, que engloban trozos desde 5mm a 1 micrometro, es más probable que atraviesen y dañen el organismo”, indica Eljarrat.

Sin embargo, para saber si realmente son perjudiciales tendremos que esperar. Los estudios más recientes todavía no se atreven a aventurar de qué manera pueden ser dañinos. Lo que sí sabe es que los microplásticos no vienen del campo. La historia no empieza así. Aunque viajan llevados por el aire hasta zonas remotas como los Pirineos, son hijos de las ciudades. Es en ellas donde se concentran las cantidades más altas.

Madrid, por ejemplo, es una de las poblaciones pioneras en investigar el tema: sobre su cielo ya se han detectado concentraciones equivalentes a un billón de microplásticos. “Este estudio ha ayudado a conocer el origen de las partículas. En el caso de Madrid y, como ocurrirá con los datos que extraigamos de Barcelona, una de las fuentes de contaminación de microplásticos es el desgaste de neumáticos”.

Además del tráfico, gracias a este muestreo a 1.500 y 2.500 metros de altura, también se detectaron en el aire fibras naturales procedentes de tejidos industriales. Que nuestra ropa contamina no es ya ninguna novedad. Pero ahora este estudio viene a decirnos que más de la mitad de los materiales analizados provenían de fibras sintéticas, es decir, esa fibra textil tan vistosa con la que nos vestimos cada día.

Así que sí, en Madrid y, probablemente también en el cielo de Barcelona, flotan poliésteres, poliamidas, y poliolefinas, tres de los plásticos más utilizados, además de fibras artificiales como viscosa o algodón teñido. Todos ellos tan poco degradables que hacen de su composición la herramienta perfecta para echar a volar miles de kilómetros hasta que se depositan en el suelo.

 

El aire que respiramos

Aunque a simple vista no se observa, el aire que respiramos no siempre es 100% puro. Si hasta en la Antártida y el Ártico puede haber plastificantes como los retardantes de llama —añadidos por ley en todo tipo de material para que en caso de incendio tarden más tiempo en prenderse fuego—, imagina en el aire de tu barrio.

“Lo ideal, además de reducir el consumo de plástico y el de un solo uso, sería crear materiales más biodegradables o desarrollar compuestos químicos no tan nocivos”

Incluso hasta en el interior de los hogares se está estudiando la cantidad de plastificantes que podemos llegar a respirar. ¿La fuente? Un móvil, un ordenador, cualquier objeto recubierto de plastificantes como el bisfenol o los ftalatos que lo hacen más resistente. A más químicos, más toxicidad. Partículas que flotan en todas las direcciones. “Lo ideal, además de reducir el consumo de plástico y el de un solo uso, sería crear materiales más biodegradables o desarrollar compuestos químicos no tan nocivos”, explica Ethel Eljarrat.

En el mar, la tierra y el aire se acumulan residuos desde hace más de 70 años. De hecho, los científicos ya están evaluando el poder de ciertas bacterias capaces de degradar y destruir el plástico. Pero la deuda es demasiado grande. Si ahora dejáramos de usarlo, todavía tardaría más de 400 años en destruirse. Un tiempo en el que, según lo estimado, continuaremos respirando pequeñas partículas de plástico cada día. En otras palabras, aunque la nueva ley de residuos vaya a prohibir los plásticos de un solo uso, tristemente, todavía tenemos plástico para largo.