Últimamente no es difícil encontrar libros de Adelaida García Morales en las librerías de segunda mano. Lo interpreto como movimientos de un mercado subterráneo, volátiles como copos de nieve, que dibujan una radiografía literaria del pasado.

Comercialmente, García Morales tuvo su momento de esplendor después de publicar El sur en 1985, un relato que Víctor Erice transformó luego en una célebre película. Después ganó el premio Herralde con El silencio de las sirenas. Dicen que dio voz a las mujeres nacidas en el campo después de la guerra. Ella murió en silencio, en la pobreza, después de publicar una decena de novelas más que no llamaron la atención.

Pero últimamente no es difícil encontrar libros de Adelaida García Morales, que brillan en las estanterías de las librerías de segunda mano como el péndulo del padre de la protagonista de El sur, tal y como lo filmó Erice, que fue su marido. La película fue una obra maestra, y esto teniendo en cuenta que solo era la primera parte: en el cuento no llega a las treinta páginas. Empieza así: “Mañana, en cuanto amanezca, iré a visitar tu tumba, papá. Me han dicho que la hierba crece salvaje entre sus grietas y que jamás lucen flores frescas sobre ella”.

Adriana, la narradora, crece en un pueblo bajo la sombra de un padre callado y las figuras femeninas de su madre y otras mujeres secundarias. El padre, como dicta la primera frase, muere. El poeta Francis Ponge dijo una vez que se proponía escribir de tal forma que equivaliera al silencio, pero García Morales hizo lo contrario: del silencio del padre, escribió El sur, una larga carta que enviar al más allá. Su padre es un hombre de pocas palabras, que cavila durante largos ratos en su habitación, o que pasea al atardecer pensando en un secreto que Adriana se esmerará en desentrañar del silencio general que recubre sus vidas: “El silencio que nos tú imponías se había adueñado de nosotros, habitaba en la casa, como uno más, denso como un cuerpo. Aprendí a vivir en él y sería injusto no añadir que si he llegado a conocer alguna felicidad real ha sido precisamente en el silencio y la soledad más perfectos”.

La narradora, crece en un pueblo bajo la sombra de un padre callado y las figuras femeninas de su madre y otras mujeres secundarias. El padre, como dicta la primera frase, muere.

Últimamente el silencio de Adelaida García Morales es cada vez más difícil de disimular. No solo porque sus libros diminutos acechen en las estanterías de las librerías de segunda mano, como comandos de palabras justas en el estruendo ambiental, sino también porque reivindica este silencio como una forma de ser y construirse que parece haber caído en el olvido. El mismo Ponge solía afirmar que “el mundo mudo es nuestra única patria”, él que quería dar voz al silencio de las cosas, y las mujeres de García Morales se nutren de los silencios de los demás —del padre, de un amor— para edificar, palabra por palabra, un monumento literario y personal.

Frente al silencio de los hombres, la palabra de las mujeres, o, como dijo en la que quizá fuera su última entrevista: «La mujer es la reserva de la vida. El hombre ha jugado su partida con la existencia y la ha perdido».

Adelaida García Morales, El sur, Anagrama.