Hace unas semanas, Enrique Gil Calvo escribió un artículo interpretando el resultado de las elecciones europeas. Mientras que en países como Francia u Holanda la crisis ha provocado que los partidos de extrema derecha hayan logrado un apoyo sin precedentes, en España sigue sin existir un partido de extrema derecha representativo. Para explicarlo, Gil Calvo asegura que Europa ha caído en la vieja trampa de la xenofobia, “el miedo a los de fuera”. España, en cambio, debido a una historia moderna al margen de Europa —desde su primitiva constitución nacional hasta las sucesivas guerras civiles—, sufre endofobia, “el miedo a los de dentro”. Es lo que religiosamente se ha llamado el cainismo español. Aquí no nos dan miedo los inmigrantes; aquí compartimos un miedo doméstico entre castellanos, catalanes, vascos, gallegos, andaluces y quien se quiera sumar al apedreamiento. Aquí no vamos a la una: aquí vamos a la nuestra.

Quizá por ello extrañen dos consensos que aparentemente han surgido de la nada. El primero es resultado de la entrada en la arena política de Podemos. No voy a discutir aquí el acierto o no de sus propuestas. Lo que me ha llamado la atención son los ataques orquestados que le han llovido desde que obtuvo 1.200.000 votos y, especialmente, el que ha lanzado el expresidente Felipe González al llamar a Pablo Iglesias “bolivariano”. Un zapatazo verdaderamente cainita para quien aún considere que González es socialista. Pero el expresidente, como bien le ha respondido Pablo Iglesias con un alpargatazo, es ahora un simple “consejero de Gas Natural”. El País, por su parte, no ha perdido ocasión para desprestigiar a la formación relacionándola con el chavismo, al tiempo que jaleaba a Enrique Peña Nieto como el gran reformador de México. Para comprender este doble posicionamiento, sólo hay que seguir el rastro de las inversiones de Emilio Botín y Carlos Slim, dos hombres que desde la sombra controlan los principales medios de comunicación. Como decía Deepthroat, follow the money.

En este punto, es pertinente recordar el “¿Por qué no te callas?” del rey Juan Carlos a Chávez. Porque, mientras escribo estas líneas, se está consumando este otro extraño consenso sobre la cabeza de Felipe VI. Esta invitación al silencio es la que han acatado la mayor parte de los diarios de tirada nacional y, gracias a la mediación del ministro de Injusticia, los juzgados del Estado, porque el exmonarca y su consorte, aunque ya no detenten cargo público alguno, son ahora aforados tanto para causas penales como civiles. A rey corrupto (¿por qué, si no, hay que protegerlo?), rey puesto.

Estos dos consensos, uno estruendoso y el otro mudo, son una verdadera muestra de endofobia. Pero no de una endofobia, como afirma Gil Calvo, de carácter nacional, sino de una endofobia social. Francesc Homs (CIU), desde Suiza, ha asegurado que el principal motivo de la abdicación del rey es “mantener el negocio familiar”. Me ha gustado. Me ha gustado porque es más verdad que lo que él piensa: de lo que algunos tienen miedo en España y Cataluña es a perder su negocio familiar, y en esto sí que van a una, ya sea en catalán, castellano o ruso. La bandera, a fin de cuentas, es sólo un trapo sucio con el que limpiar la lengua untada de político.