El centro de las ciudades es el oasis de la civilización, el escaparate donde los representantes políticos pasan el plumero, recolocan el producto y descartan lo que ha quedado viejo, lo que queda feo, lo que no gusta que se vea. Así, los alcaldes de Barcelona quieren sacar a las prostitutas y a los inmigrantes sin hogar de su casco histórico, transitado por miles de turistas cada día. Porque en su escaparate no hay lugar para lo que consideran miseria humana -de la que son clientes, seguro, pero lejos de los focos-.

Cuando se ponen a barrer lo que llaman basura, nunca miran hacia dónde. Mientras salgan del centro, da igual. Las trabajadoras del sexo, que se han hecho relativamente fuertes, dadas las circunstancias, en la calle Robadors, se niegan a abandonar el Raval después de que el Ajuntament, para sacar tiempo, les pidiera que presentaran un plan para rechazarlo después. Les cerraron las viviendas donde ejercían y vivían, en un intento de ahogar todas sus salidas y, como la maldad no tiene límites, a su vez les encomendaban la presentación de un plan para atender a sus clientes a cubierto. Las putas no se van a ir, por mucho que le pese señor Trias, porque es su barrio y porque quien trabaja libremente en su profesión no tiene porqué verse marginada porque usted no le vea el brillo en su escaparate.

Poco más o menos sucede en el Poblenou. Aunque queda en el límite de la cristalera de su escaparte, en sus naves abandonadas por una deslocalización industrial que nunca supo reinventarse, se han instalado grupos de personas migrantes que llegan desde el África subsahariana y que los mossos se han encargado de ir desalojando poco a poco, como un goteo, para que no afearan el paisaje. Cerca del Poblenou están por un lado la playa y por otro la torre Agbar, así que no habrá refugio posible en las calles Badajoz o Paraguay porque la calle no es de todas, es del Ajuntament.

Pero barrer sin mirar hacia dónde tiene sus consecuencias. En la gentrificación de Glòries ha quedado olvidado el territorio de los antiguos Encants, donde se han instalado unos cien subsaharianos a los que nadie había dejado en paz. Su nuevo hogar temporal está igual de cerca de Agbar que antes y encima, se acerca ahora un poco más a la Sagrada Familia. El desalojo es inminente. Porque claro, esta gente incivilizada rechaza a los Servicios Sociales, que siempre han sido de fiar, y ante la comunicación cero, no queda otro remedio. No sea que los turistas vean cómo tratamos al que tiene un color de piel diferente. No sea que vean que hay pobres y casualmente, son negros. No sea que piensen que somos racistas.

Sería una pena que con un poco de suerte, le reventasen el cristal del escaparate, señor Trias. Porque la verdad es que le estaba quedando estupendo, con las calles llenas de geste rica y sonriente. De hecho, le estaba quedando igualito al de cualquier otra ciudad moderna, cosmopolita y de vanguardia. De esas sin alma pero, oiga, con las arcas llenas de pasta.