En el mundo fanzinero muchas veces sucede que hay una especie de “rutina de colegas” en la que siempre se compran las mierdas que hacen tus colegas o conocidos, creándose así un extraño nicho de creadores/consumidores. Ya sabéis a lo que me refiero.

En el caso de Carlos González Boy todo fue una cuestión de arte; su trazo, texturas y colores me agarraron la cara y quedé prendado de sus páginas. Luego, por cosas de la vida, terminé conociendo al tipo y compartiendo pista de squash con él una vez por semana. Dicho esto, podríamos decir que la amistad vino después que la obra. Dios, los fanzines son algo maravilloso, ¿no?

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El NONONO es un compendio de tres libritos: 200 paraguas y un croisant de 5 puntas, Siempre quise vivir con un ciborg, Como a cebolla y canela. Funcionan como una extraña sitcom donde el protagonista intenta encontrar piso para compartir, tarea que se le hace un tanto complicada, pues el mundo que nos presenta González Boy está repleto de personajes antropomórficos, ciborgs, dioses extraños y superhéroes —todos ellos potenciales compañeros de piso—. Sería lamentable reducir este fanzine a una simple crítica de las dificultades de la vida moderna y del complicado mundo inmobiliario, el cómic va mucho más allá y destaca por muchas otras razones, por ejemplo, el trazo de Boy es un puré extraño entre las líneas de Daniel Torres y el puntafina sesgado del Marc Silvestri de Lobezno —¿suena extraño?—, todo acompañado por ingeniosos juegos de texturas y degradados. Destaco especialmente la magnífica capacidad que tiene de representar el cuerpo humano y de generar movimiento a partir de él.

Esta es la primera entrega de lo que parece ser una serie autoconclusiva que se alargará tanto como el extraño y febril cerebro de Carlos lo permita.