Un primer polvo
La portada era fea que te cagas. En ella se podía ver un dibujo caricaturesco de un tipo tocando la guitarra a la altura de las rodillas, ataviado con melena, creo recordar que perilla, gesto enfadado, botas Martens, camiseta de cuadros y otros tópicos de la modernidad de la época que ahora nos harían sonreír. Y el interior no era mucho mejor; apenas ocho folios fotocopiados y grapados por la mitad para hacer un total de 24 páginas con fotos y textos, maquetadas todas ellas mediante la técnica de cortar con tijera y pegarlo a ojo con pegamento. Pero sin embargo, todo el conjunto resultaba hermoso, provocativo y, sobre todo, prometedor. Al menos para el catorceañero que yo era en el aquel 1994, y para otros, pues el fanzine era bastante popular e incluso se atrevía a mutar de vez en cuando en discográfica, como demostraba aquel número que venía con una cinta recopilatorio en la que salían varios grupos independientes, de esos con nombres compuestos en inglés inventado, a cual peor grabado y a cual más divertido y desacomplejado.
Siempre hay una primera vez para todo y aquel fue mi primer fanzine. El que me marcó y, cumpliendo una de las premisas del medio —pues su nombre viene de fan; hecho por fans para fans—, resultó un primer paso importante para hacer de mí un fanático de la música y la cultura independiente. Aquel fanzine me picó por la espalda y me dijo: “Eh, niñato, mira, no hace falta ser rico ni importante ni famoso para ser especial y disfrutar de la vida; con unas fotocopias, muchas ganas y sensibilidad, basta”. Porque aquel fanzine, uno de tantos que de aquella época eclosionaron en España y en todo occidente, era un manifiesto de intenciones y un vehículo perfecto para la nueva sensibilidad que estaba naciendo y que vendría a cambiarlo todo para bien y, como se verá, también para mal. Estoy en deuda con él, pero, ¿sabéis lo mejor? Soy incapaz de recordar su nombre. Aunque ni falta que hace.
Esto no es un fanzine
Cuando un grupo de personas habla de fanzines siempre surgen discusiones, pues lo que para unos entra dentro de la definición, para otros es directamente una revista o magazine. Se trata del mismo problema que por regla general nos encontramos a la hora de definir toda la cultura que vino de la mano de los fanzines y, en concreto, cuando nos referimos a la música que la cohesionó; la independiente. O indie para los amigos. Es algo que no obstante, trataré de solventar rápidamente con un par de preguntas retóricas, ya que sin duda no lograremos ponernos de acuerdo.
Si hago un montón de fotocopias mal maquetadas y las grapo y las pongo a la venta, pero en ellas hablo exclusivamente de Beyoncé o del Arrebato, o de lo mucho que Paulo Coelho cambió mi vida, ¿se trata de un fanzine? En puridad, sí. Pero, por supuesto, no. Y si, pongamos que soy un multimillonario excéntrico, mejor: pongamos que soy un millonario sordomudo, que, como todo el mundo sabe, es el colmo de lo excéntrico, y decido contratar un equipo de redacción, unos diseñadores punteros, unos creativos geniales, a toda la estructura profesional, a fin de crear una revista en la que sólo se hable de la música electro-trash-folk-metal-underground (me lo acabo de inventar, pero seguro que existe) que se hace en Tucson, Arizona, e imprimo 200.000 ejemplares en el mejor papel, ¿se trata de un fanzine? En puridad, también. Pero, también por supuesto, no.
Porque el fanzine hace mucho que trascendió sus modestos orígenes y se ha convertido en un vehículo de expresión por derecho propio que no puede separarse de conceptos como underground, independencia o resistencia, tanto en contenido como en continente. Entendiendo underground como desconocido para la gran mayoría. Entendiendo independencia como ganas de ir por libre y no depender de las reglas del mercado ni de la comunicación de masas. Entendiendo resistencia como lucha contra la homogeneización globalizadora, contra la mediocridad generalizada. Si le veis las orejas promocionales al lobo, en mi opinión, ya no es un fanzine. Un fanzine ha de ser ante todo, coherente. Esto es así. El resto son aspectos y variantes de la misma ecuación.
Una historia tan breve y variada como lo que trata
Hacer una historia de los fanzines se me antoja una labor imposible, por las razones antes expuestas de coherencia. La fanzinología sería una tontería, pues hay y hubo tantos fanzines como gustos y personas. En este aspecto sería como tratar de hacer una historia de las publicaciones de Internet, de las que fueron precursores en mucho aspectos. Puedes hablar de la evolución del medio, pero no de sus infinitas variaciones sin hacer uno de esos trucos de prestidigitación posmodernos consistentes en señalar como indispensable lo poco que conoces; esto es, mostrar un cubito de hielo y vendernos la moto de que es la punta de un iceberg que sólo unos cuantos especialistas conocéis.
Además, también hay que tener en cuenta que un fanzine que pase a la historia, esto es que se haga muy, muy famoso, en principio, en ese mismo momento, deja de ser un fanzine. Qué complicado todo, ¿eh? Aun así os voy a mostrar los cubitos de hielo que yo conozco y que cada cual vea el iceberg que le dé la gana.
Tecnologías democráticas
Del mismo modo que los actuales blogs serían imposibles sin conexiones caseras baratas a Internet, los fanzines serían inconcebibles sin la posibilidad relativamente nueva de copiar algo sin recurrir a difíciles y costosos fotolitos o sin la posibilidad de reproducirlo en papel sin pasar por la imprenta. Estas dos posibilidades llegaron y se democratizaron con la invención y popularización de las fotocopias y las tiendas donde las hacían a un precio más que asequible. Cualquiera podía, desde aquel momento, ser “editor”. Aunque no cualquiera quería ser editor; para ello hacía falta una motivación. Y esta motivación, como suele ocurrir, fue producto, y al mismo tiempo origen, de una necesidad no satisfecha por un mercado —el de la década de los ochenta— cada vez más lento en su capacidad de reacción ante los cambios culturales.
Si la música independiente fue la gallina, los fanzines fueron el huevo. Pero huevo y gallina, en contra de lo que se suele preguntar, no fueron ni primero ni después, sino que ocurren a la vez. De este modo, no podemos pensar que todos aquellos grupos que surgieron a mediados de los ochenta en el mundo anglosajón hubieran encontrado su público, que se hubiera formado una escena afín, sin unos medios que los apoyaran, como hicieron los fanzines y las radios universitarias, del mismo modo que tampoco habrían grabado nunca discos sin la popularización de los estudios multipistas y digitales que abarataron increíblemente los costes de producción y posibilitaron la proliferación de nuevos sellos y estudios de grabación. Es sencillo: si ningún sello quiere sacar los discos que me gustan, montaré mi propio sello; si ninguna radio pone la música que me gusta, montaré mi propia radio; si ninguna revista habla de lo que me mola, montaré mi propia revista para hablar yo. La tecnología, por una vez, lo permitía. Y no se puede separar la tecnología disponible en una época de su manifestación cultural. Cultura independiente y nuevas tecnologías —ya sean estas los pigmentos naturales, la imprenta, el grabado, el collage, las fotocopias o Internet— son indisolubles.
De este modo, repito, a finales de los ochenta, el flujo de cultura underground que se movía por el subsuelo era ya un río en condiciones a punto de reventar su cauce y cambiarlo todo, y fanzines, como por ejemplo Sub Pop, en Seattle, habían dado el paso de convertirse en discográficas que sacaban la música de la que originariamente ellos mismos hablaban. Así, música hecha por grupos sin ningún tipo de pretensión de ventas como Sonic Youth, Mudhoney, Alice in Chains y tantos otros, y una cultura independiente que inicialmente pertenecía e interesaba a cuatro freaks se extendió por todo el mundo como un virus, de casete en casete, de radio en radio y, sobre todo, de fanzine en fanzine, hasta inundarlo todo, sorprendiendo a las grandes discográficas y grupos mediáticos, que no podían creerse los gigantescos enanos que les habían crecido delante de sus narices sin que se enteraran de nada. El resto, Nirvana, Pearl Jam, el grunge, ya es historia.
España es “diferent”
Como suele ocurrir, en España, en muchas ocasiones provincia del imperio americano, el fenómeno fanzine e indie llegó un poco tarde, cuando ya era una realidad en el mundo anglosajón. Pero no por ello con menos fuerza. También aquí se repitieron comportamientos y patrones de allí. De tal modo que fanzines hechos por cuatro amigos, como por ejemplo Subterfuge, también dieron el paso de profesionalizarse y convertirse en discográficas y abanderaron un movimiento que, a pesar de su indudable éxito dentro de nuestras fronteras, sigue sin ser bien comprendido y en muchas ocasiones directamente ridiculizado. Pues cuando algo triunfa, por regla general triunfa lo más vendible de ese algo, o sea, lo más caricaturizable y que, pasado un tiempo, más risa provoca, como que aquellos grupos no sabían tocar o cantaban en un inglés inventado, sin pararse nadie a pensar que, precisamente, en eso residía su provocación y su independencia, y que fueron una sana reacción a una cultura anquilosada en una movida madrileña envejecida y un pop español asesinado por Hombres G y enterrado por Mecano, y dominada por unos 40 principales más falsos que una moneda de chocolate.
En cualquier caso, la escena existió y fue potente, y durante los noventa, pegabas una patada a una piedra y aparecían 10 fanzines que te hablaban de grupos y expresiones artísticas nuevas de las que nadie más te hablaba. Incluso revistas como Rockdeluxe crearon otra revista de estética fanzinera, como fue Factory, a fin de hablar de la nueva escena. Y os aseguro que para un adolescente español descubrir un fanzine cutre que venía con una cinta recopilatorio mal grabada fue una puta revolución.
Hang the DJ
Aún recuerdo con sudores fríos cuando una compañera de piso de Madrid, diseñadora para más inri —estoy hablando del año 2000, de aquella época en la cual querer ser diseñador gráfico era como ahora querer ser chef o tipógrafo—, me enseñó el fanzine que había hecho con otros diseñadores. Era bonito, aparente, decorativo. Pero estaba vacío, muerto, allí ya no había nada. Era un ataúd muy atractivo.
Todo fenómeno tiene que terminar. Todo lo que sube ha de bajar. Toda novedad deja de ser novedad en cuanto nace y lo malo de la modernidad es que envejece muy rápido. Lo que suele ser el motor y la razón del éxito de cualquier nuevo arte, también suele convertirse en la razón de su caída a los infiernos. En el fanzine originario la estética obedecía a las limitaciones. Lo importante era el mensaje, el contenido, y éste requería esfuerzo, investigación. Con la llegada de Internet y la libre circulación de la información, este esfuerzo ya estaba al alcance de cualquiera. Al ponerse de moda el mensaje, como suele ocurrir, se puso de moda el medio, y lo que era pura limitación se convirtió en una estética buscada. De este modo llegó un momento en el que se pasó de “Cómo mola, un fanzine” a “Cómo mola tener un fanzine”, para finalmente llegar a “No molas si no tienes un fanzine”, y hasta el último tonto con ganas de ser popular, ir a conciertos gratis y que las discográficas le enviaran discos a casa, montó el suyo propio, aunque en el 99,9999% de los casos no tuviera absolutamente nada que decir y le importara 0 el arte. De este modo el continente comenzó a ser más importante que el contenido. La estética que la ética. La pose que la postura.
Así, Joy Division comenzó a vender más camisetas que discos. Así el DJ comenzó a ser más famoso que los grupos que pinchaba.
Futuro
Pero no seamos negativos: la nostalgia es un paraíso inventado por los que tienen miedo al futuro. Tras los años de desierto que supusieron la horrible década de los 2000, las nuevas tecnologías, una vez más, están aquí para atender nuevas necesidades. La necesidad que antes cubrían los fanzines ahora es cubierta por webzines y blogs de toda índole. El fanzine como vehículo de cultura es ya poco eficiente y resulta arcaico, complicado y, sobre todo, limitado en su capacidad de difusión. Sin embargo, precisamente por esa inutilidad frente a los medios digitales e Internet, en mi opinión y en la de otros, artísticamente es más potente que nunca. Al haberse liberado, se ha convertido en un objeto artístico en sí mismo, en un canto a la independencia frente al ruido, la publicidad y la prisa digital. Por eso está floreciendo de nuevo. Al ser abandonado por fans y periodistas en ciernes, al no ser ya un medio de comunicación, muchos artistas lo tratan como un formato disponible, como un lienzo o un papel, como un concepto maravilloso.
Tal vez, bien pensando, el fanzine es hoy más independiente que nunca. Tal vez ahora sí puede ser libre. El fanzine, ese canto a la independencia, al individuo afirmándose frente a los poderes, frente a la mediocridad, frente a la masa. El fanzine, esa botella con un mensaje dentro que tiras al mar sin esperar que llegue a nadie, pues lo importante es el haberlo escrito, el gesto de lanzarlo.