«Era un trozo de plástico de unos 40 centímetros imposible de esconder en los microbolsos que llevaban colgados.»La polémica sobre la impresión 3D y los efectos económico-sociológicos de su utilización me llegó en la tarde de un sábado caluroso bajo la forma de un gigantesco pene lila llamado Frank. “Lo hice con la impresora 3D de mi novio”, dijo mi amiga italiana que estaba aquí por una despedida de soltera. Frank se paseaba ahora con las cuatro chicas por Barceloneta y había servido de acompañante en las fotos más típicas de la ciudad. “Frank y las chicas en la Sagrada Familia”, “Frank y las chicas con fondo modernista”, “Frank al lado de su hermano mayor a.k.a. Torre Agbar”. Era un trozo de plástico de unos 40 centímetros imposible de esconder en los microbolsos que llevaban colgados.

Frank llamaba la atención por donde pasaba. Me uní a ellas cuando fueron a la playa y de repente ahí estábamos, hablando con grupos de personas bajo su sombra de 40 euros al día, bebiendo cocktails que cuestan lo mismo que toda la ropa que llevaba yo en el cuerpo. Las personas querían saber más sobre él. De dónde venía, de qué estaba hecho. Ahí está. La tecnología uniendo a las personas, como en los spots de la tele.

Todo esto fueron reflexiones a posteriori porque yo tenía una resaca importante cuando conocí a Frank. Era el finde del Sónar. Con lo cual, la rueda de la creatividad, las nuevas tecnologías, las personas y temas de conversación heterodoxos me parecían bastante normales.

[quote align=»left»]»Imaginad la reproducción incontrolada de palos de selfie, miniaturas de banderas de España y de Catalunya, y coronas de flores de plástico»Los especialistas advierten de que la revolución de la impresión 3D, la misma que traslada a la realidad implantes corporales o aparatos de otra manera inaccesibles a la mayoría de la población, trae también la posibilidad de imprimir armas, sin cualquier tipo de control gubernamental. Lo que no habían dicho es que estas pequeñas máquinas pueden reproducir hasta el infinito una serie de objetos que ya de entrada me gustaría que no existieran —ni siquiera en la antigua era industrial—. Frank no entra en esta categoría porque le cogí un poco de cariño. Pero imaginad la reproducción incontrolada de palos de selfie, miniaturas de banderas de España y de Catalunya, y coronas de flores de plástico. Un escenario de horror y, sin embargo, un argumento que ya habrá sido utilizado por todos los que niegan el poder a las masas. Gente reaccionaria. Con lo cual, y aunque la creatividad alrededor de las despedidas de soltera me haya avergonzado en todas las terrazas de Ciutat Vella, es un mal necesario para la revolución. Como vecina del Gótico lucho cada día por mi espacio contra millones de objetos (literalmente y especialmente cuando voy con la compra), pero nunca estaré en contra de que construyas el tuyo. Aunque este sea un pene lila gigante llamado Frank.