El otro día volvía a casa escuchando hip-hop —no sé si sabéis que hay pocas cosas más reconfortantes entre semana que salir de casa por la mañana oyendo swing jazz y volver por la noche con palabras escupidas contra el resto de la humanidad en los oídos—, y mi canción favorita empezó justo cuando faltaban unos 30 metros para llegar a mi puerta. Una putada, pensé. Voy a dar una vuelta más. [quote align=»left»]- Esto no es un escrache, ¡estamos frenando un desahucio!
— ¿Un desahucio?
— Xavier Trias. Un señor de 68 años.

Justo cuando llegaba el subidón, di con plaça Sant Jaume. Había gente plantada delante de la Casa de la Ciutat. Algo gritaban, por eso me quité los cascos. Reconocí a Ada Colau y a algunas personas más de la PAH. No me lo pude callar, ahí estaban ellos liándola otra vez.

—Pero Ada… ya sabes que esto de los escraches os trae problemas, vendrá alguien más del PP a decirte que estás gordita.
—Que esto no es un escrache, ¡estamos frenando un desahucio!
—¿Un desahucio?
—Xavier Trias. Un señor de 68 años. La gente lo quiere echar de aquí. Al parecer, hace 4 años firmó un contrato con la ciudad diciendo que crearía empleo, abriría más CAP y espacios comunes, frenaría la especulación inmobiliaria…, un montón de cosas. Algunas escritas en letra pequeña y justo al pie de su programa electoral. Luego le pasaron otras cosas: inversiones que se fueron a otra parte, escándalos de corrupción en su partido, subvenciones que dice que desconocía, cuentas en Suiza que al final no eran, en fin, la vida. Ahora la gente no lo quiere entender y lo quiere echar igualmente.
— Pero, pero… ¿te parece mal?
— A ti también te parecería mal si supieras el nivel de analfabetismo que hay entre la clase política…
— Pero ¿quieres decir que no sabía?
— No lo sé, pero igualmente no vale cambiar las reglas. Este señor termina su contrato de aquí a un mes. No dejaremos que lo echen antes.

En ese momento, la cosa a nuestro alrededor se puso más fea. Un cocinero inmigrante se acercaba a la puerta con una especie de pala gigante en mano y gritaba “no más paella”. Algunas señoras reclamaban su CAP. Los de la Barceloneta estaban locos. Querían realojar a Xavier Trias en un piso del barrio y obligarle a hacer la compra diaria en el supermercado de los ingleses desnudos. Los de Ciutat Vella querían que durmiera en una terraza, de estas con las sillas de metal, las que hacen ruido al fregar el suelo. Los de Poble Sec lo querían poner a servir cubatas en la próxima temporada del Piknik Elektronic. Ada Colau me dejó para volver al caos de gente, les decía que se calmaran, que el final estaba próximo.

Por mi parte, seguía con mil preguntas sobre qué pasaba en esa plaza, pero me fui alejando porque no quería salir en las fotos. Me puse los cascos y caminé hasta casa. Espero tener ocasión de encontrarme a Colau otro día. No será difícil, al fin y al cabo, creo que seremos vecinas dentro de un mes.

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