A lo largo de los tiempos, desear cualquier otra cosa que no fuese ser madre y esposa ha sido una utopía si habías nacido mujer. Ha habido, no obstante, alguna valiente escritora, científica o artista que ha logrado hacerse un hueco en un mundo de hombres, a las que la Historia ha acabado reconociendo de forma mucho más tímida que a sus compañeros.

Pero si ha habido un ámbito en el que ser mujer ha sido especialmente peliagudo ha sido, sin duda, el del deporte y, concretamente, el fútbol, paraíso de la testosterona creado por y para hombres.

Lo ha sufrido en sus propias carnes Laia Muñoz, una joven de Sant Cugat del Vallès que las ha visto de todos los colores desde que, a los 4 años, dijo aquello de “quiero ser futbolista”. La suya ha sido una carrera repleta de obstáculos, desde que empezó a jugar en los equipos infantiles masculinos del Sant Cugat FC, siendo durante muchos años la única niña en un equipo íntegramente compuesto por niños, hasta que llegó al Barça con 11 años. “Era durísimo, porque en el Barça las condiciones para las chicas eran mucho peores que para los chicos”, señala la jugadora, que actualmente reside en Miami con una beca y ha podido comprobar cómo, paradójicamente, el soccer femenino goza de un mayor reconocimiento en Estados Unidos que en un país tan futbolero como España.

“El deporte moderno surge de la sociedad capitalista y del auge de la burguesía y, por tanto, responde a unos valores de competitividad capitalista. No en todas las sociedades existen juegos en los que alguien gana y alguien pierde, o como mínimo no son las principales distracciones. En este marco, en el que se enaltece al que más corre, al que tiene más resistencia o al que más peso levanta, las mujeres jugamos en eterna desventaja”, explica la antropóloga e historiadora Marina Pibernat Vila. Insiste en que por más que avancemos en pos de la igualdad “el del deporte es un mundo que está dispuesto para que seamos siempre unas segundonas”.

Muñoz recuerda cómo en 2011, el año en que se incorporó al Barça, entrenaba en un campo en L’Hospitalet de Llobregat y los entrenos tenían lugar a las 20.45 h. “Cuando acababan todos los chicos, incluso los niños, entrábamos nosotras, ya de noche. En aquel momento yo tenía 11 años, pero las chicas del Barça B, mayores, también entrenaban allí”, señala la futbolista. Esto suponía numerosas complicaciones logísticas para muchas familias, algunas de las cuales venían de otras comarcas de Cataluña y se veían obligadas a hacer tiempo mientras sus hijas entrenaban, ya que el club no facilitaba ningún tipo de soporte en el transporte a las jugadoras.

“Recuerdo que venían taxis a Sant Cugat a recoger a chicos para entrenar y no me cogían a mí. Tenía una compañera de Berga que veía cómo un taxi iba a buscar a un compañero de su escuela para bajar a entrenar a Barcelona mientras ella tenía que buscarse la vida con el transporte”, explica la futbolista. Asegura “haber acabado muy quemada con todas estas diferencias”, pese a que cuando ella decidió marcharse las cosas empezaron a cambiar. Pero hasta entonces: “no nos proporcionaban ni lo mínimo”.

Fuera de juego

Las jugadoras del F.C. Barcelona Femenino en el Derbi barcelonés frente al R. C. D. Español durante la temporada 2012-13. Entrenador: Xavi Llorens

Las chicas entrenaban por pasión, cuenta con insistencia Muñoz, por amor a un deporte en el que muchas de ellas empezaron siendo apenas unas niñas y cada una a su manera ha tenido que aprender a encontrar su lugar en un mundo tradicionalmente masculino. La jugadora, culé hasta la médula, explica que esa pasión innata por el fútbol se tradujo más tarde en una entrega absoluta a un Barça en el que jugaba “sin cobrar nada e invirtiendo dinero en desplazamientos, por no hablar de que si estás haciendo la ESO llegar a tu casa sin haber cenado a las 23.30 h varios días a la semana es absolutamente inviable”.

Recuerda también aquellos años Xavier Llorens, el que ha sido entrenador del Barça durante 11 temporadas, desde 2006 a 2017, pero con una perspectiva muy distinta. “Cuando me llamaron para que me encargase del Barça femenino me dijeron claramente que querían llevar el club a lo más alto. La idea era jugar muy bien al fútbol y ser un referente fuera del campo como lo era el equipo masculino, así como un espejo para la sociedad”, explica el entrenador.

Pero claro, aunque se encontró un equipo dispuesto y entregado, estaba poco disciplinado y las jugadoras no podían tener el nivel de compromiso que requiere un club como el Barça. Faltaban recursos. “En un principio no lo hacíamos por dinero, sino por ilusión y ganas. Lo hacíamos por amor al arte. Con el tiempo y los éxitos hemos ido consiguiendo más recursos”, se justifica Llorens.

Durante su etapa al frente del Barça, el equipo ha logrado seis Copas Catalunya, cuatro Copas de la Reina y cuatro ligas consecutivas. “Lo que encontré en el vestuario en mis inicios no era, ni de lejos, lo que queríamos transmitir. Necesitábamos dar una imagen de seriedad que en aquellos momentos estábamos muy lejos de tener”, explica. Se refiere sobre todo al estilo de vida y hábitos de algunas de las jugadoras en aquellos primeros años. Pero si no iba ni un taxi a buscarlas, ni tenían las mismas instalaciones que los chicos, ¿cómo se podía esperar que además de jugar gratis trasladaran esa disciplina al resto de ámbitos de sus vidas? ¡Suerte que no fallaban a los entrenos!

Penalti

Fue precisamente en la temporada 2015-16 cuando se trasladaron los entrenamientos a las mañanas en la Ciudad Deportiva, se incrementó el personal técnico y se produjo una mejora en los servicios para la plantilla. Según fuentes del Barça, desde entonces “las jugadoras comparten con el Barça masculino tanto las instalaciones como el personal médico al 100%, comedores, servicio técnico, campos, así como profesionales del marketing y la prensa”. Ahora pueden exigirles el estilo de vida y hábitos que esperan de sus compañeros hombres.

Cuando se produjo esa profesionalización del club, coincidiendo con un interés creciente también a nivel social, Muñoz vio que se fichó a muchas jugadoras extranjeras: “de manera que algunas de las que llevábamos años en el club o bien nos tuvimos que marchar o ir cedidas a otros equipos con la esperanza de poder volver”, salvo algunas excepciones. Llorens, en cambio, considera que las futbolistas internacionales fueron bien recibidas por el resto de jugadoras, “conscientes de que necesitaban ayuda del exterior, ya que las chicas que llegaban del norte de Europa eran más profesionales: se cuidaban, dormían bien, se alimentaban bien”.

Es decir, que el club les pedía un estilo de vida y hábitos saludables, que jugaran gratis y se pagaran el transporte. Y cuando se vio obligado a darles las mismas instalaciones, equipo médico y facilidades que a los chicos porque empezaban a petarlo, se deshizo de quienes no le interesaban y se trajo a profesionales nuevas. Para verlo, más botones de muestra.

Muñoz estudió la ESO en el Lleó XIII, una escuela privada de Barcelona con un programa adaptado a los alumnos que hacen práctica en el ámbito del deporte, la música o la danza, de manera que puedan compaginar los estudios y el calendario de competición. “Allí conocí a muchos chicos que también jugaban en el Barça, todos ellos becados, mientras yo no solo tenía que pagarme la escuela sino buscarme la vida con el transporte para ir a entrenar”.

En la actualidad, las cosas han cambiado y fuentes del Barça señalan que “las jugadoras que llegan desde pequeñas al Barça B forman parte del programa , que entrenan por las mañanas y van a clases por la tarde, junto a los chicos”.

Primer gol

Si las cosas estaban así en Can Barça hasta hace bien poco, el resto de fútbol femenino era un terreno pantanoso, tremendamente desigual, en que las jugadoras se involucraban, en líneas generales, por amor al arte. “Partíamos de la nada”, señala Tania Tabanera, delegada de fútbol femenino de la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE), el principal sindicato que, junto a Futbolistas ON y UGT, ha sido parte negociadora del nuevo Convenio Colectivo del Fútbol Femenino.

“Las negociaciones fueron duras, tensas, hubo un bloqueo que duró meses. La Asociación de Clubes de Fútbol Femenino, que representa a 13 de los 16 clubes de la premier actual, solo dio su brazo a torcer cuando nos pusimos en huelga. Fue ahí donde la patronal se dio cuenta de la fuerza y la convicción con la que reclamábamos nuestros derechos. Fue el punto de inflexión”, cuenta Tabanera.

Los puntos que se aprobaron en el nuevo convenio demuestran los pocos derechos que tenían las jugadoras de fútbol femenino hasta la fecha y lo mucho que les queda por conquistar. “Era fundamental asentar unos derechos laborales lo más parecidos a los del fútbol masculino, aunque no podamos competir en salarios”, explica la delegada de AFE. Uno de los principales era “garantizar un salario mínimo de 16.000 euros brutos anuales al 75% de parcialidad de la jornada laboral, o lo que es lo mismo, de 12.000 euros anuales, ya que había compañeras que cuando se retiraban no tenían ningún servicio social, al no haber cotizado lo suficiente”.

¡Una huelga para llegar a los 12.000€ al año! La firma de este convenio ha supuesto un aumento salarial para el 40% de las jugadoras y se han establecido derechos como las vacaciones o los pluses de antigüedad, además de la aprobación de un protocolo de maternidad. “Gracias al nuevo convenio las jugadoras que decidan quedarse embarazadas ven prorrogado automáticamente su contrato durante un año”, señala Tabanera. Derechos básicos adquiridos en 2020.

Volviendo a la historiadora Marina Pibernat, vemos que esta situación de desigualdad estructural se remonta ya a la Antigua Grecia, “donde las mujeres eran consideradas ciudadanas de segunda y el deporte estaba pensando para admirar el cuerpo masculino”. Recuerda que “los juegos siempre reflejan los valores que rigen la sociedad en cada momento” y que la situación del fútbol actual se la debemos fundamentalmente al auge de la burguesía. “Cuando emerge la burguesía como clase social, esta no trabaja. Se dedica a hacer actividades lúdicas relacionadas con el ocio y el deporte y se empieza a fomentar la competitividad, relacionada con sus valores capitalistas: hay alguien que gana y alguien que pierde”.

En este contexto de desigualdad, Tabanera considera que el fútbol femenino es mucho más que un deporte y cumple una función social que debería merecer el apoyo de las instituciones. “La barrera que están rompiendo las jugadoras no se encuentra únicamente en el deporte. La visibilización del fútbol femenino, invisible hasta hace bien poco y todavía hoy muy por debajo del masculino, influye a la hora de crear una sociedad más abierta y tolerante, con unos valores que nos benefician a todos”. Nos faltan muchas horas de ver a Laia Muñoz jugando para ser, en general, mejores.