La Barcelona que conocemos no existirá en 2050. Habrá menos días de vermut y más lluvias torrenciales. Más olor a tubería en los locales por las inundaciones, más olas de calor, y quizá huracanes y tornados. Pero también será más mestiza, tendrá refugios climáticos verdes y será más rica. No en dinero, en lo demás.

Si empiezo a pensar en el futuro, en cómo nos moveremos, cómo viviremos, si iremos a la playa o los feminismos habrán triunfado, me da un tantarantán. Así que mejor empezar por el principio, ¿habrá Barcelona? Porque con el aumento de las temperaturas, que el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) cifra en 1,5 ºC para 2040 y su consecuente subida del nivel del mar, una pone la barba a remojo.

Ese aire que nos mata

Sí, habrá ciudad, pero climáticamente chunga. Tras una didáctica charla con Josep Lluís Pelegrí, físico, oceanógrafo, profesor investigador y director del Institut de Ciències del Mar del CSIC, entiendo mejor este mundo. “El calentamiento es bastante lento, pero progresivo”, empieza diciendo. Los científicos que piensan en millones de años son bastante menos histéricos que los periodistas. Sin embargo, estamos ante un escenario desconocido con múltiples posibilidades y pocas son buenas.

La concentración de partículas de CO2 ha aumentado drásticamente en los últimos años. Hemos pasado de unos niveles normales en una época interglacial que rondan las 280 partes por millón (ppm) a 400. Ya hemos estado antes en esos números, hace 2,1 millones de años, pero nunca había ocurrido tan deprisa. Cuando aumenta la cantidad de gases en la atmósfera, lo hace también la temperatura y, voilà, el planeta se calienta.

¿Desde cuándo sube el CO2 como si no hubiera un mañana? Desde la primera revolución industrial, segunda mitad del siglo XVIII. Es decir, que a las causas naturales hay que sumar las antropogénicas, principales culpables. Si antes de la revolución industrial la concentración de partículas subía a un ritmo de 0,5 ppm/año, en a partir del año 2000 ya llegamos a aumentar a 2 ppm/año. Antes, incluso hubo un periodo en 1998 en el que subía a 3 ppm/año. Ahora nos mantenemos a ese ritmo de 2 ppm/año, en gran parte, gracias al frenazo de la crisis económica, que algo bueno tenía que tener.

Hay picos de contaminación y concentraciones en lugares concretos como las fábricas. Por ejemplo, cuando se llega a 1.000 ppm empiezan a pasar cosas como el asma, sin ir más lejos. Os preguntaréis cuánto CO2 respiramos y cuánto respiraremos. No se sabe. Nunca se ha medido antes. Lo que sí sabemos es lo que emite cada factor contaminantérrimo y se calcula que el 30% de la contaminación anual la causa el transporte. Los coches. Las motos. Seguido por los hogares y el sector servicios. La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) puso en marcha en septiembre un proyecto para empezar a medirlo en Madrid, así que más pronto que tarde sabremos cuánta mierda respiramos aquí.

Si no hacemos nada, las emisiones aumentarán un 17,7%. Tendremos que ir con mascarilla. Pero si se cumple el Plan del Clima 2018-2030 que ha elaborado el Ajuntament de Barcelona y se sigue a rajatabla la Ley de cambio climático que, en 2017, aprobó el Parlament de Catalunya, bajarán un 18,22%. Una consecuencia de ir bien: en 2050 veremos más coches eléctricos. El 15% del parque de vehículos serán no contaminantes. Pero, un momento, ¿quién podrá comprarlos?

Los últimos tiempos han demostrado que la falta de espacio no ha sido un impedimento para masificar el turismo. Así que olvidaos de que el cambio reduzca la cantidad de guiris.

El Plan dice que regulará el estacionamiento y lo fiscalizará para promover el uso del vehículo eléctrico, ayudará a que los taxis lo sean, pero poco más. Así que como mucho iremos en patinete para subir a Gràcia y, con un poco de suerte, en bici para bajar. Porque hay retos más allá del clima: la doctora en antropología, Silvia Carrasco, me cuenta en su despacho de la Universidad Autónoma que si llegamos a la ciudad sin casi coches, tenemos que llegar a la metrópoli en la que la ciudadanía esté igualada en derechos. Sobre el papel, y lo más difícil, en la práctica.

Si seguimos teniendo hoteles guais y pijísimos en el centro donde las limpiadoras cobran 2€ por cama hecha, ¿quién se compra un coche no contaminante?, ¿quién invierte en la eficiencia energética que necesita un hogar para alcanzar esos objetivos de calidad del aire? Si viéramos mejor los márgenes por los que caen todos aquellos a los que condena el Estado de Derecho, quizá seríamos más exigentes con las condiciones.

En Barcelona el 17,6% de la población no ha nacido en España. Hay 28.000 italianos, casi 20.000 chinos, otros tantos pakistaníes, 14.000 franceses, casi 10.000 filipinos, 9.000 bolivianos y sigue la cuenta. Muchos de ellos no tienen permiso de trabajo o ni siquiera de residencia. No pueden acceder a la sanidad, a la educación, a un empleo digno ni votar.

El mar sube, las playas se van

Sí, Barcelona tendrá mucha más migración y si no accede a derechos, aún más precarizada. Pero también tendrá más turistas. Hay muchos escenarios posibles y los modelos hablan de que puede pasar una cosa y la contraria. Lo que sí se puede afirmar con “total certeza”, en palabras de Pelegrí, es que hay un aumento de la temperatura, aunque el calentamiento sea desigual. Por ejemplo, el mar sube 3 milímetros al año, pero en el Mediterráneo es un centímetro al año. El efecto en Barcelona, reconoce el oceanógrafo, “es pequeño”. Para 2050 habrá subido 32 centímetros, lo que puede traducirse en una reducción del ancho de las playas. ¿Dónde metemos a los guiris?

El Plan del Ajuntament prevé un aumento de eventos extremos e inundaciones que supondrán cambios morfológicos en las playas. Por ejemplo, la de Sant Sebastià, en el peor de los escenarios podría llegar casi a desaparecer, mientras el resto podría sufrir reducciones de entre el 30% y el 46%. Los últimos tiempos han demostrado que la falta de espacio no ha sido un impedimento para masificar el turismo. Así que olvidaos de que el cambio reduzca la cantidad de guiris. Además, el consistorio prevé garantizar la funcionalidad ambiental de la costa porque es un buen refugio para olas de calor. Se compromete a que las playas tengan sedimentos “y que dispongan de estos en una cantidad suficiente”.

Porque una de esas cosas que también se pueden afirmar con certeza es que los “acontecimientos extremos” serán más frecuentes, aunque su magnitud no varíe mucho. Lo que en Barcelona antes ocurría con un retorno de 50 años, se prevé que en 2050 esté pasando cada 35. Para hacer frente a la pérdida de arena que se llevan los temporales, Barcelona ha construido diques y aportó, solo entre 2009 y 2010, más de 700.000 m3 de arena a nuestras nada artificiales playas atestadas. Con las previsiones, tendrán que ser muchos, muchos más. Habrá que reservar una partida del presupuesto a la categoría “arena para no quedarnos sin playa”.

Eventos extremos en tu zona

El clima será también más seco. Dice Pelegrí que los modelos indican “que el Mediterráneo está en proceso de desertificación”. Esto aún no se percibe en el ambiente, pero sí en el sistema agrícola. La recogida de la uva se retrasa y, si sois de los que compran cesta ecológica, habréis visto tomates a mediados de noviembre. Toda esa demora se verá afectada también por los eventos extremos. Como hay más energía en la atmósfera y se calientan las aguas superficiales, habrá tornados o huracanes que serán más potentes. Se irán a la mierda cosechas enteras, así que o nos lo traen de sitios lejanos como esos aguacates orgánicos de Perú (ironía on) o tendremos que volver a las latas.

¿Recordáis las lluvias intensas con inundaciones de septiembre? Pues en general, bastante más de eso tendremos en 2050. El sistema tiene que liberarse de toda esa energía en aumento y “la forma más eficiente es de forma intermitente”, explica el físico. Quizá la cantidad de agua que llueve al año sea la misma o incluso menor, pero más atropellada.

Así que ahí viene lo chungo: las inundaciones. No solo porque llueva más intensamente, sino por el elevado grado de impermeabilización de la ciudad que provoca que el agua de lluvia se transforme en escorrentía en más ocasiones de las aceptables. Al día siguiente de hablar con Pelegrí hubo una de esas tormentas alucinantes de ver con palomitas y el Ajuntament no tardó ni una hora en alertar de la insuficiencia de drenaje. La red de alcantarillado tiene ahora un “funcionamiento correcto”, pero el consistorio admite que en 2050 puede haber desbordamientos en algunos puntos: Poblenou, el eje de la Diagonal, Sant Andreu, Badal y Sant Antoni. Si ahora no se prevén y ya tenemos muchos amigos en muchas partes liados con sus seguros por las inundaciones de septiembre, más os vale mudar el negocio a los barrios altos o blindaros con un buen seguro a todo riesgo. Añado una última recomendación: compraos botas de agua.

Olas de calor y refugios

En esa categoría de extremos entran las olas de calor. Cuando se produce una, que todavía hay una al año, en Catalunya muere un 19% más de gente, según el Departament de Salut. Así que el Ajuntament se ha puesto las pilas con ese Plan del Clima que Pelegrí califica de “para quitarse el sombrero”. El ente busca mantenernos a salvo en 2050, cuando podría haber entre 4 y 5 olas de calor por año.

Una de las medidas estrella son los “refugios climáticos”, imprescindibles en una ciudad compacta en la que 1,6 millones de habitantes compartimos poco más de 100 km2. En 2050 el 100% de la población tendrá una de esas guaridas a menos de 5 minutos a pie. No os imaginéis movidas raras, porque serán equipamientos o parques que proporcionarán “unas buenas condiciones de confort térmico” y podrán acoger a población sensible en momentos puntuales. Ya existen algunos, claro, pero se “enverdecerán” y abrirán 24 horas en episodios de calor loco. Patios de escuela, interiores de isla y un largo etcétera. Nos iremos a tomar la fresca a la sombra de los cuatro árboles que nos pongan en la plaza y en un metro cuadrado de césped, pero oye, con un abanico ni tan mal. Por supuesto hay más medidas, como aumentar el verde en general que da “sombra y frescor” o mejorar el confort térmico de los edificios.

¿Y si no sale tan mal?

La parte buena de refugiarnos en las escuelas es que nos enfrentaremos a una realidad creciente: el mestizaje. La generación que ahora va al cole y que será la que esté teniendo hijos en 2050 tiene toda la paleta de colores y todos los rasgos faciales del planeta. Si no habéis visto las filas de crías de excursión por las calles de Barcelona, deberías pararos a mirar porque es un milagro.

A la antropóloga le preocupa “muy poco” el tema de la convivencia en una ciudad como Barcelona que ha cultivado el cosmopolitismo. No el asimilacionismo francés, no, la acogida de identidades, el interés por la cultura ajena y cómo se amplía lo que es “ser barcelonés”. Si ahora ya hay decenas de formas de serlo, imaginaos cómo será dentro de 30 años.

La sociedad va por delante del discurso político e institucional. Entre tormentas, inundaciones y vaciado de playas nos encontraremos en el plurilingüismo. Las lenguas se conectarán. En los refugios hablaremos castellano y catalán, claro, pero conoceremos mejor el italiano, el chino, el urdu y el francés. Y mientras nos pasamos los paraguas, las mantas o los abanicos, nos haremos ricos de verdad. Admite Carrasco que sacrificaremos la corrección, “pero Galileo y Kepler se escribían cartas en latín con faltas y a ver quién los critica”. Compartían conocimiento y lo hacían con amor. ¿Qué más queréis?

Imaginemos por último que el Plan funciona y nuestros edificios permiten la autoproducción de energía por placas solares, que el Plan del Ajuntament no detalla en millones de euros, pero promete. Que Barcelona Energía sigue evolucionando y es la eléctrica de todas. Que el feminismo ha triunfado y hemos conseguido que el trabajo de cuidados, ayudadas por este clima que nos castiga y hace que nos preocupemos cada vez más por la salud, esté en el centro de la vida. Podemos estar más unidas y me dan ganas de saltar a ese 2050 para verlo. Pero no.

Porque al principio de este reportaje pensé en plantear dos escenarios: uno en el que todo sale bien y reducimos la contaminación, acogiendo a los que llegan, mezclándonos con ellos y conseguimos recuperar la idea de borrar fronteras; y otro escenario en el que todo es horrible, seguimos comprando coches de gasolina y mascarillas para poder respirar, morimos de enfermedades cardiorrespiratorias como conejos, y pedimos vallas más altas para que el Otro no las salte y no nos invada. Pero decidí pensar en cómo llegamos ahí.

Así que depende de ti, querida. Ve más en bici. Habla con las vecinas. Haz un día el ramadán. Hazte eco de las protestas de las Kellys o lucha contra el apartheid sanitario que sufren los migrantes. Muévete. Ese 2050 verde y mestizo no va a venir solo. Lo vamos a traer nosotras.