Nos sentamos en una mesa a degustar un digno menú del día y en ese rato de espera parecía que nuestros estómagos rugían. Pero el bramido era tan fuerte que levantamos nuestras miradas y ahí estaba: una gaviota levantando el vuelo paloma en pico. ¡Joder!

Era la primera vez que lo veía, miope de mí, pero enseguida la conversación giró hacia todas las experiencias que mis comensales habían tenido con desollamientos y asesinatos varios de paloma por parte de gaviotas. También, alguna vez, habían sido testigos de ataques a perros. E incluso algún periódico titula ataques a seres humanos. El mismo fin del mundo en 2009, 2012, 2018 y 2019. ¿Qué está pasando?

“Las gaviotas atacan a vecinos y escolares en Barcelona” anunciaba La Vanguardia en mayo de 2009 en una noticia bajo el epígrafe de ‘gaviofobia’ que subtitulaba: “Un ave arrebató el bocadillo a un niño en el patio y ahora deben almorzar en el aula”. Además de sobrarle alarmismo, le faltaba contexto. Joan Navarro, investigador del CSIC, está seguro de que en los días previos el niño le habría estado tirando trozos del bocadillo a la gaviota y el día que no consiguió sus migas, se lanzó a por ellas asustando al crío. Lo afirma con seguridad porque desde 2018 Navarro capitanea BCN Gulls, un proyecto que estudia el comportamiento de las gaviotas y cómo afectan a la salud de las personas.

Si además tenemos en cuenta que las gaviotas son individuos de tamaño considerable y salvajes, es decir, depredadoras, impresiona porque “son animales bastante atrevidos para lo que hay en la ciudad”. Tanto que “cada X alguien ve el fenómeno y lo comenta, hasta que llega a un medio de comunicación”. Una búsqueda rápida de ‘gaviotas asesinas’ en Internet arroja varios titulares que vaticinan el apocalipsis, como el del ejemplar roba-bocatas. Pero vayamos por partes, ¿cuánto hay de verdad y por qué parece que nos vayan a dominar?

Gaviotas vs. humanos

La problemática se concentra en la época de reproducción, que va de abril a julio “dado que hay una coincidencia del lugar de cría con los edificios (azoteas y tejados)”, señalan fuentes de la Agència de Salut Pública de Barcelona (ASPB). Las gaviotas ponen sus nidos en los terrados y los defienden de las “posibles amenazas”, es decir, tus aspavientos tendiendo la ropa en el mismo espacio, por ejemplo. Ese conflicto lleva a que las gaviotas ataquen a cualquier persona que se acerque aunque llegar a lesiones es algo puntual, apuntan desde la ASPB.

En total, en 2020 el Ayuntamiento recibió 175 incidencias y el 91% tuvieron lugar durante el período de reproducción. Solo 16 llamadas fueron durante el resto del año y principalmente porque las gaviotas utilizan espacios privados como zonas de descanso. Una vez se denuncia, alguien de la ASPB llama a la persona para verificar el problema, coordinar una visita de inspección y decidir si se interviene. Si hay y solo si hay un riesgo para la seguridad de las personas se actúa, y “si se detectan nidos, huevos o pollos no voladores, se retiran y son eliminados respetando la normativa vigente”. Eliminados sí, lo que has entendido.

La presa fácil: palomas

Aclarado el enfoque antropológico, volvamos a la caza de adversarios débiles. Joan Navarro, el investigador, recuerda que las gaviotas “son depredadoras y tienen sus técnicas para cazar”. Pero de ahí a que haya más ataques o hayan desarrollado ciertas tácticas para aniquilar y zamparse a las palomas en Plaça Catalunya como si fueran una manada de lobos, hay un trecho que es pura ficción.

“Hay una reducción de la basura orgánica disponible, lo que lleva a las gaviotas a acudir más a otros frentes. Entre ellos las palomas, las cotorras y lo que se tira por la calle. Y encima nos limpian la ciudad”.

Lo que sí hay entre las gaviotas es una “tendencia creciente a depredar palomas”, ha observado la ASPB. Tiene explicación. La dieta de las patiamarillas, que son la especie predominante de Barcelona, es amplia: desde desechos domésticos a carroña. En los últimos años, se han ido regulando los vertederos municipales y pocos se encuentran ya a cielo abierto, precisamente para evitar el acceso de animales salvajes. Así que, como señala Navarro, hay una reducción de la basura orgánica disponible, lo que lleva a las gaviotas a acudir más a otros frentes. Entre ellos las palomas, las cotorras y lo que se tira por la calle. Y encima nos limpian la ciudad.

De los vivos, las gaviotas zampan más bien “aves urbanas y recursos marinos de los descartes pesqueros”, apunta la ASPB. Pero las primeras son “la parte más importante de la dieta”. Concretamente, un estudio de BCN Gulls sobre 101 gaviotas patiamarillas mostraba la siguiente frecuencia de aparición en los estómagos: pájaros urbanos en un 72,2%, especies marinas en el 49,5%, mamíferos (ratas, vaya) en el 30,6% e invertebrados terrestres (gusanitos varios) en el 10,8%. Entre las aves, se encontró un 21,7% de palomas, 11,8% de cotorras y 3,96% de gorrioncillos y otros amiguitos cantores. Y lo que es peor: un 50,4% de plásticos. Puaj. Pero si te lo estás preguntando: no, no comen tantas palomas y cotorras como para controlar la población.

¿Desde cuándo están aquí las gaviotas?

Es curioso, pero no hay más gaviotas que hace unos años, lo que hay es más ojos observando. “No ha habido ningún gran cambio en el comportamiento de las gaviotas últimamente, ni durante el confinamiento”, confirma Navarro. Un trabajo europeo sobre la percepción que tenían los seres humanos en diferentes ciudades de Europa durante el confinamiento mostró que habían aumentado las poblaciones de palomas, pero mirando los números reales, era el efecto vieja del visillo: cuanto más miras, más te parece que hay.

En 1976 se constató por primera vez que en Barcelona se criaban gaviotas. La población se mantiene estable desde hace diez años con un ligero aumento: hay entre 150 y 200 parejas nidificando en azoteas y entre 50 y 100 en su hábitat natural, el acantilado de Montjuïc. Esas son las residentes, porque también hay migrantes parciales, como ejemplares de Polonia y Alemania que se vienen a pasar el invierno como sus ídem humanos jubilados y que BCN Gulls tiene identificadas con pulseritas (aunque no de todo incluido).

De hecho, en las últimas semanas no hago más que ver gaviotas y sobre todo, oírlas. Pero es que hay menos coches, menos terrazas de bares y menos griterío en general. En esa paz transitoria, el domingo fui a pasear por el cementerio de Montjuïc y entre los muertos percibí a las entre 50 y 100 parejas que viven en sus acantilados. Cerca de la tumba de Durruti, despistada, vi a una de ellas que cuidaba su nido a capa y espada. Tanto que empezó un vuelo bajo para echarme y salí corriendo un poco asustada, para qué negarlo.

Pero como estoy más informada, supe que la posibilidad de picotazo en la cabeza era ínfima. Y me sentí un poco culpable. Al fin y al cabo, llevan aquí más tiempo que yo y acusarlas llamándolas asesinas no es más que la enésima personificación de un animal salvaje por parte de una humana en proceso de entender que compartimos espacio con otras especies y hay que respetarlas. Eso sí, para la paz social, la próxima visita al cementerio después de julio y antes de abril.