Hay días gigantes y vacíos, de persianas desdentadas y cortinas que reposan contra la barandilla de los balcones. Días en los que cualquier acción que emprendas está destinada al fracaso y el Drama mastica su venganza en un banco del parque.

Escribes un email y lo envías, sabiendo de antemano que jamás será contestado.

Un teléfono fijo suena, insistente, en el piso de al lado, que sabes deshabitado —aunque alguna madrugada escuchaste arrastrar muebles—, y nadie contesta. No sales a la calle por temor a encontrarte con todos esos hombres sin hogar que llevan, debajo de los zapatos, las uñas de los pies pintadas de rojo. Piensas con mucho esfuerzo que la palabra bárbaro viene de bar bar bar, que era como los griegos imitaban la lengua de los persas invasores, y no te hace gracia. Piensas en Lucy, tan fea y tan niña, sola en mitad de la sabana, en un día como este hace cuatro millones de años, y temes que todo haya sido para nada. Piensas que todos los libros tienen las hojas pegadas, las unas a las otras, con cola, o que quizás están vaciados y, si abrieras la tapa, descubrirías un pájaro muerto dentro. Suena una sirena amortiguada por la nada. Todas las canciones son estúpidas. Piensas en ducharte y comer algo, pero te parece tan absurdo como las olas golpeando un acantilado.

Enfadarte, apretar los dientes, odiar, cualquier cosa antes que esta falta de significado, que escupir palabras como cáscaras de pipa vacías que se amontonan a tus pies dando fe de cada uno de los segundos malgastados. Una lasaña. Masturbarse en un sofá de escay. Nada. Para qué nada o algo o sabe Dios qué.

Hay días blasfemos, en los que te descubres hereje de tu propia religión. Días en los que las calles de la ciudad son canales vacíos, y las plazas acequias secas, y el fango te llega a las rodillas.

Ahora, justamente, una ráfaga de viento entra por la ventana y no vale para nada y te parece una risa fofa ante un chiste sin gracia. Que venga la noche y traiga alguna estrella incendiaria. Que venga la noche a prender fuego a esta pira de madera vieja y reseca. Que venga la noche y traiga cuerpos nuevos y frescos, recién salidos de cualquier río. Que venga ya y nos asuste a todos. Que venga y me haga callar.

Piensas que este día pasará y jamás lo recordarás. ¿Para qué, entonces, querer fijarlo en palabras? ¿Fijas el día o te fijas a ti? ¿Tallas palitos en el tronco de un cocotero? ¿Pintas rayas con tiza blanca en la sucia pared? ¿Quién es el carcelero? ¿Quién el preso? Para haber naufragado primero hay que haber navegado: somos todos unos cobardes y arderemos en el anonimato.

Hay días con los nervios pelados. Días que ya y que nunca más y qué más da. Días para masticar.
—Eh, mira, no mientas, ahí están las personas, escriben en Facebook y en las redes sociales. Opinan. Eh, mira, mamón, ahí hay gente, caminan por la calle, hablan entre ellos como si no fueran a morir nunca. Discuten para encontrar algo por lo que discutir.

Una nube ridícula y tan blanca avanza en mitad del cielo desteñido. Una pequeña lancha neumática avanza en mitad del Mediterráneo. Unos niños descubren un nido, como un corazón negro en el costillar de un árbol seco.

Sería posible vomitar de aburrimiento páginas en blanco, pantallas de videojuego, te quieros, dolores, digestiones pesadas, ideas abandonadas, lenguas muertas, emperadores romanos y grandes tiranos, toda la estepa rusa y todos los gulags con sus millones de muertos. Sería posible vomitar de aburrimiento tantas palmadas no sinceras en la espalda, todos los libros dedicados, los rencores, los nombres los signos del zodiaco los pulmones negros por el tabaco los autores las líneas de tren regional los modernos los chinos con el pelo afro los afros con el pelo liso las listas de éxitos los mausoleos todos los imbéciles tan imbéciles como yo la escena underground las fotógrafas los escritores las editoras las etiquetas los peluqueros los que están de más todos los que están de más hasta vomitarme a mí y a este día en el que trato de rabiar.

—Eh, mira, nadie es especial. Por mucho que nos intenten decir que todos tenemos algo maravilloso que mostrar, la única maravilla consiste en que todos somos igual.

Hay días ya. Ya hay días, y nada más.

—Sí, hay días en los que todo está a punto de comenzar.