Una de las cosas buenas de los fanzines es que, al no formar parte de ningún circuito comercial serio ni profesional, a uno le llegan de forma totalmente inesperada. Eso es lo que me pasó el otro día, cuando estaba haciéndome una rondita por Instagram, y me encontré, de repente, con el nuevo fanzine de Helena Barba. Yo no sé exactamente por qué sigo a Helena, porque no la conozco, solo nos hemos visto algunas veces durante la nocturnidad barcelonesa. El caso es que tampoco sabía que Helena hacía fanzines, y descubrirlo fue una auténtica maravilla. Le mandé un mensaje, gestionamos el pago y me lo mandó por correo.

Así fue como llegué al segundo fanzine de esta tipa, fotocopiado y maquetado y cosido a mano, todo hecho (parece) con el cariño y la dedicación que ofrece la posibilidad de hacerlo todo en casa, utilizando el mínimo de intermediarios a la hora de dar a luz una revistilla. El diseño, basado en el corta y pega más tradicional, transmite esa belleza de los fanzines antiguos que se hacían porque se quería, no porque se podía, y toda la estética y articulación formal de los textos complementa perfectamente el contenido semántico de los mismos, jugando elegantemente entre fondo y forma, recortando y manipulando los textos para que todo encaje.

Mi estatua (mi cuerpo descalificado) es un conjunto de textos cortos, reflexiones y poemas (aunque Helena tampoco pretende diferenciar entre estos formatos) sobre la decepción, el fracaso, la incomodidad de ser uno mismo y la salvación a través de las pequeñas cosas que solo nos importan a nosotros. Entre toda esta jungla de fanzines de cómics e ilustración se agradece profundamente encontrar una propuesta cien por cien literaria, repleta de textos brillantes, sinceros y, qué diablos, un poco jocundos. Todo esto no lo digo porque considere los fanzines de “todo texto” mejores que los otros, sino porque al ser minoría, siempre se debe valorar que aparezca alguien y apueste por este formato.