«A la generación twitter le gusta esta peli porque es exagerada, (auto)afirmativa y no admite cuestiones de grado.»
Como parece que en los tiempos de twitter ya no caben los matices y las adhesiones han de ser unánimes y unívocas, pasa que la última peli de Noah Baumbach, Historia de un matrimonio, se ha convertido ipso facto en el drama del año. Pero lo ha hecho, como siempre, por las razones equivocadas.
La esencia de su éxito se halla en la idealización (post)romántica de la separación de un matrimonio con hijo de por medio. Los estallidos emocionales son puros (e inconsecuentes). El serrucho del drama apenas está afilado. Y el componente emotivo viene de un patatero deux es machina. Ahora bien, los actores están más o menos espléndidos y el tono es muy arty.
Es, en el fondo, una peli bonita, con todos esos tonos crema tan suaves y elegantes.
Así que ¿cómo no va a gustar a los hipsters? El dinero cae del cielo, el amor pasa por la realización personal y el egoísmo está visto como garante de una individualidad necesaria.
A la generación twitter le gusta Historia de un matrimonio porque es exagerada, (auto)afirmativa y no admite cuestiones de grado. Y lo entiendo. Es muy flashy y embellece la crueldad de la soledad de unos cónyuges que habrían de ir a la deriva.
Pero no, porque, repito, el dinero cae del cielo y la satisfacción de la (auto)realización personal se nos vende aquí como una cuestión de voluntad. Al fin, es una versión neoliberal y taciturna del mismo mito del amor romántico que mantenía el vínculo de las parejas.
Ahora, aquí, el mito pasa por la innecesariedad de los afectos. Otro mito, al fin y a la postre, solo que un poco más sofisticado, aquel que surge de los labios de la Johansson al decir que “el amor nunca es suficiente”. Porque es una trampa, ya que en realidad lo que te está diciendo es que el amor (hacia los demás) nunca es suficiente, pero sí para el caso de que sirva de amparo a las decisiones individuales.