Nuevos protagonistas, problemas de siempre. Nashir Baïr, presidente. No es oro todo lo que reluce en este mundillo, aunque siempre hay notorias excepciones. Una relativamente nueva flota de chóferes ha aparecido en las calles de la ciudad: son marroquíes de treintaymuchos, preparados, con ganas, ilusión y amabilidad desbordante. Los amigos de la ANGET los tienen muy bien puestos en una profesión damnificada por dentro y por fuera.

El del taxi siempre ha sido un sector fragmentado, con muchas piedras, pocas manos y menos voces. Ahora hay una diferente. El jefe visible de esta agrupación que empezó en mayo de 2012 es afable, de mirada fija y sonrisa influyente, gafas de metacrilato, poca montura, pelo corto rizado, de aspecto cuidado y señor de los teléfonos —cada cuarto de hora le suena un bip-bip—. Nació hace unos 40 tacos en Kenitra, cerca de Casablanca, a unos cuarenta kilómetros al norte de Rabat, donde estudió Física y Electrónica, más un máster en gestión empresarial en la escuela Atlas de Estudios de Managment, lo que le sirvió para ejercer de director comercial especializado en telefonía móvil y dar sus primeros viajes profesionales a Iberia.

El cuarto de ocho hermanos se presentó en la España de Aznar por culpa del Futurania, en Málaga, un congreso para jóvenes emprendedores. Se casó con Muunia, una universitaria de Derecho que le dio una hija, Sara, nacida ya en Badalona hace 8 años y pico. En Sant Adrià de Besós trabajó en la logística del transporte y con los primeros coletazos de la crisis se sacó la licencia nacional e internacional, hasta que en 2010 se aposentó como propietario de un taxi. Para él lo principal es la familia, la suya y la taxista: “Tenemos muy buena relación con todos los compañeros, con instituciones, sindicatos y demás, pero tenemos que trabajar para dignificar esta profesión». Les gusta ser taxistas, les gusta servir al público. Barcelona es una ciudad líquida, y más cuando te acercas al Mediterráneo.

Barceloneta. Restaurante con nombre de ciudad hispana. Dos de la tarde. Sol de justicia. En la playa los hay que se remojan los pies en el agua y se disfrazan de lagartos. Ellos siguen trabajando. De tanto en tanto se reúnen aquí y es para no creérselo: de los cuatro del equipo directivo tres son universitarios, uno con un doctorado en Química. Magrebíes, catalanes, españoles, europeos, asiáticos… Son una gran familia. Se les ve. Se nota. Casi 12 horas dentro del taxi no les impiden llevar cada mañana a sus hijos al cole. Los fines de semana trabajan más: la maldita crisis obliga. “Buenas tardes”, saludan al gerente del local.

Trece años en Catalunya, autónomo y con licencia de taxista. Y lo que más le gusta: “Ser mi propio jefe». Muchos vehículos y pocos clientes. Raval, Poble Sec, Puerto, plaza Catalunya, Ramblas… Aquí es donde tienen a los colegas y está la cocina que más les gusta. Aprovechan para agregar que no tienen ningún problema con el catalán, lo hablan «bastant bé». Es cierto: más que el idioma, el problema es el color de la piel. ¿Racismo? «Hay racismo en todas las casas”. En todas, en Casablanca y en Pernambuco. Pero, ¿y aquellos que no saben hacer su trabajo y que no cuidan al cliente? Ni rastro. Bip, bip. Aquí sólo hay un tipo al que le vuelve a sonar el móvil.