«Esta es nuestra zona chillout», me señala Anna Diaz. Dos asientos de coche cubiertos por una tela, una silla, una mesa y un poco de césped artificial en la parte trasera de una nave industrial en el polígono de Mata-Rocafreda, en Mataró. Si uno tuviera que dibujar la felicidad, no pintaría a bote pronto este lugar, y, sin embargo, pocos espacios necesitan tan poco para reventar de energía y de entusiasmo.

Desde 1999, Kaotiko diseña y produce ropa entre Barcelona y la capital del Maresme, que, durante la época boyante, fue la corte del ídem y la confección. Pero desde 2005 la marca es como una especie de aldea gala, que asiste la respiración de un buen puñado de trabajadores que estaban a punto de perderla. La liberalización del tráfico internacional de productos textiles, especialmente de la importación desde China, dio al traste con cientos de empleos, rematados por la crisis económica que sobrevino al resto en 2008.

Pero aquí no se llora. Hay feina para rato. Más o menos cada dos semanas, llegan aires nuevos desde Barcelona, donde Kaotiko tiene sus oficinas y el departamento de diseño. Cuando una nueva propuesta llega al taller, la nave se transforma en un laboratorio de pruebas. Tanto Anna Diaz, jefa de producción, como Manel Ramon, que lleva el control de la producción y la logística, como el resto del equipo, no tienen tiempo que perder.

En la primera parte del proceso, el taller lleva a la realidad el trabajo del diseñador. “A veces es duro, porque desarrollas el papel del que, a veces, trunca el deseo del otro”, explica Ramon. Un modelo en el ordenador puede ser muy distinto, incluso feo, en la realidad. Pero el proceso es “muy, muy bonito”, matiza Diaz: hasta que Barcelona da el visto bueno a la prenda, en el taller se hacen pruebas de corte o estampación…Y si a la central le gusta, entonces empieza la locura.

Cuando una prenda se aprueba, pasa a la siguiente casilla en el panel que gobierna el trabajo diario en Mataró. Pasará por las fases de corte, estampación, confección y plancha antes de dirigirse a las tiendas. Todos hacen un poco de todo y hay tareas que se hacen aquí y otras se llevan fuera, en función de volumen de trabajo. Por ejemplo, de buena parte del corte se encarga Ramon, que no es poca cosa porque de cada modelo se pueden fabricar hasta 200 piezas que hay que multiplicar por las tres tallas.

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El número de ejemplares depende de cómo funcione la prenda. “Se estudia mucho y se potencia lo que más se vende o más vueltas da, porque es el público el que decide”, explica Diaz. Si un modelo de tres piezas ha funcionado, ese mismo patrón en otros colores o con pequeñas variaciones se producirá a mayor escala que uno totalmente nuevo. “Hacer 100 o 200 de cada modelo nos motiva más que hacer 1.000 de una prenda más simple”, continua la jefa de producción.

En Kaotiko —y esto no es un publirreportaje— la dinámica es bastante familiar. Cada uno pone un poquito de amor para que el trabajo salga adelante. Diaz tenía su propia empresa, con la que producía para otros. Ramon ha ido trabajando en distintos talleres, siempre vinculado al textil. Cada uno por sus derroteros, ha llegado a esta Galia que sigue creyendo en que la única manera de ser sostenibles es creer y crear la producción aquí. Being local.

“No hay tejidos como los nuestros”, dice Diaz. La marca, consciente de que es incapaz de competir con los básicos a 5€ de las grandes marcas, produce prendas nuevas constantemente, pero en poca cantidad. Ya no hay temporadas, los nuevos modelos se distribuyen por semanas. Su otra clave es no inflar el precio. Una camiseta cuesta alrededor de 28€, las sudaderas rondan los 45€ y hay pantalones vaqueros por 40€. Nada que un bolsillo de la clase trabajadora no pueda asumir para seguir financiando a sus propios miembros.

En los últimos años, con el alza de los precios de producción en China y el bajonazo salarial en el Estado español, incapaz de tocar una moneda sobre la que nunca fue soberana, ha llevado a muchas empresas relocalizar el negocio. “Si quieres calidad, tienes que morir aquí”, resume Ramon. En buena medida, el arrepentimiento del lowcost llega a marcas como esta, como relata Diaz: “La gente acaba dándose cuenta de que es mejor gastarse un dinero en un pijama que le dura dos inviernos, que en algo barato que hay que tirar a los dos meses”.

Desde el patio trasero de Kaotiko, sus trabajadores reflexionan sobre el sector del textil que tantos titulares sobre explotación en el sureste asiático ha dado últimamente: “Están matando a gente”, reflexiona Diaz. “Llevarse la producción explotando a gente lejos de aquí es lo que nos ha llevado a hundirlo todo”, recoge Ramon. Y el argumento final resuena: “¿Que a veces parece que la prenda es cara? Detrás de cada una de ellas hay una maquinaria, un proceso. Nunca es caro. Hay que pagar por el trabajo”.