Hace apenas tres meses, el alcalde Xavier Trias visitó Poble Sec. Venía a inaugurar la reforma del Paral·lel, polémica y controvertida porque no contó con el consenso de los vecinos. Así que ellos le recibieron con un escrache que le obligó a acortar su visita y le aguó el fotogénico corte de la cinta roja. Durante un tiempo, escenas como esa han sido la imagen que ilustra la definición de la distancia, cada vez más grande, entre la clase política y la ciudadanía.

Pero ayer, la futura alcaldesa, Ada Colau, y sus regidores, celebraron un encuentro con la ciudadanía en el mismo barrio del que su antecesor en el cargo tuvo que salir corriendo. A modo de asamblea, Colau y Pisarello dieron un discurso de entrada y después se dedicaron junto al resto del equipo a contestar a las preguntas de la ciudadanía allí convocada. Con un equipo de facilitación, encargado de dinamizar el acto, los turnos se fueron sucediendo y los ponentes respondieron, de manera más o menos concreta, a cada preocupación.

La última vez que estuve en un acto así, fue en la esperadísima audiencia sobre el turismo a la que Trias declinó asistir. Allí se sucedían, ante la distraída mirada de los tenientes de alcalde Joaquim Forn y Sònia Recasens, las intervenciones de un público que parecía más convocado a desahogarse en el acto que a dialogar con los representante políticos. Colau, presente en el acto, cogió el micro y, entre otras cosas, criticó la escasa dinamización que proponía el Ajuntament para un acto así. Cuando los regidores por fin se dignaban a encontrarse con el pueblo, el muro de esa distancia seguía siendo altísimo.

Ayer no fue así. Colau llegó entre gritos de «¡alcaldesa!» y contestó a todo. Aunque no todo fue estupendo: en muchas demandas, la respuesta fue muy general. Sobre el Paral·lel y el Teatre Arnau, prometieron diálogo y consenso con los vecinos y vecinas, pero no contestaron a la pregunta de cómo exactamente podían ponerse en contacto con quien se vaya a encargar precisamente de temas así. En algunas respuestas intercalaron consignas propagandísticas; como «no ganaremos del todo hasta que no echemos al PP de la Moncloa y a CiU de la Generalitat», que dijo Pisarello contestando a un vecino que pedía soluciones a la precariedad de las trabajadoras del Liceu. En otras, les podía la crítica al gobierno actual y hablaban más como oposición que como ejecutivo.

Quizá es la costumbre. Aprender será un proceso colectivo que vendrá con el movimiento. De momento, en estos tres meses, los recibimientos han cambiado considerablemente. Veremos cómo lo hacen las despedidas.